La serie hace pocos días estrenada en Netflix es de tan mala calidad que viola los propios cánones de la plataforma para el entretenimiento fácil en casa, con culos apoltronados. Porque, cómo nos va a entretener una ficción pensada para eso, para entretener (no a lo Brecht, se entiende, pues el teatrista alemán lo entendía como acción creativa), cuando a los pocos minutos de historia; bueno, al menos al promediar su segundo episodio, ya sabemos todo lo que va a suceder, y además sin ninguna originalidad; de una previsibilidad que linda con la estulticia.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / La primera carta, la primera fotografía, le llegó al diario entre la medianoche y el cierre. Estaba golpeando la máquina, un poco hambriento, un poco enfermo por el café y el tabaco, entregado con familiar felicidad a la marcha de la frase y a la aparición dócil de las palabras. Estaba escribiendo “Cabe destacar que los señores comisarios nada vieron de sospechoso y ni siquiera de poco común en el triunfo consagratorio de Play Roy, que supo sacar partido de la cancha de invierno, dominar como saeta en la instancia decisiva”, cuando vio la mano roja y manchada de tinta de Partidarias entre su cara y la máquina, ofreciéndole el sobre.
-Ésta es para vos. Siempre entreveran la correspondencia. Ni una maldita citación de los clubs, después vienen a llorar, cuando se acercan las elecciones ningún espacio les parece bastante. Y ya es medianoche y decime con qué querés que llene la columna. Así comienza El infierno tan temido, uno de los tantos cuentos del gran maestro uruguayo Juan Carlos Onetti.
Lo siniestro es aquello que, debiendo permanecer oculto, se ha revelado…(F. Schelling). Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar… (R. MA. Rilke).
Con esas breves menciones poéticas comienza un análisis del texto onettiano que acabo de leer en la Biblioteca Virtual Cervantes, del cual extraigo: El infierno tan temido obedece a la estructura del cuento literario definido por E. A. Poe como una narración ficticia breve (inicio, nudo y desenlace) que presenta un grupo reducido de personajes, un argumento simple y un ambiente determinado donde la tensión psicológica y el efecto emocional son primordiales para el lector, cuya complicidad interpretativa es solicitada. La originalidad de Onetti radica en dejar inconcluso el desenlace.
¡Pero a ustedes le parece apelar al enorme cuentista de la Banda Oriental para referirse al engendro netflixero de Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro, ésta última una dizque escritora de gran invento editorial, a cargo esta vez de un guión indigerible!
Bien que eso podría reclamar con justicia quien lea los presentes comentarios, que no son los del especialista sino los de un espectador con derecho a crítica; por eso la siguiente aclaración.
Recurrí a esas citas porque a ellas me remitieron los sonidos del título que se me ocurrió para este texto, y porque ilustran con vuelo la consideración más certera que oí acerca de El reino –y comparto en un todo-, esta vez de alguien con destacada trayectoria en nuestro cine y en nuestra industria audiovisual, y de quien guardo en reserva el nombre por no haber podido solicitarle autorización para mencionarlo: comencé a verla con ciertas expectativas pero fue muy arduo llegar hasta el final; una serie que a partir del segundo episodio ya no ofrece intriga ni suspenso alguno, pues es dable saber de antemano lo que va a suceder – y sucedió -, es un fracaso rotundo, casi un despropósito.
Varias y compartibles comentarios y análisis sobre este fracaso en serie, aparecieron en medios tradicionales y en las Redes. El que sigue, de Juan Strocovsky, es casi una perfecta síntesis.
Mostrar a un pastor evángelico como un anticristo garpa. Mostrar a una pastora evengélica como Cruella de Vil, garpa más. Por eso Morán se luce más que Peretti aunque los piñeiros le hayan cedido al narigón la última palabra divina. Para terminar, me causaron gracias las situaciones dramáticas y lloré a mares con las intervenciones cómicas de una parejita de hijos descarriados, personajes con mezquinas intenciones, a lo Pierre No Doy Una, lo que a mi entender ya funciona como argumento interpretativo. Creo que la intervención del evangelismo y sus buenas ondas con sus trasfondos siniestros que hemos padecido con gobiernos como el de Bolsonaro y también el de Macri, se merecían un tratamiento argumental más serio, vigil y profundo que la chatura ideológica de El Reino. ¡Que el dios verdadero perdone a los piñeiros por esta atrocidad estética, hija del demonio de Netflix! Lo que uno no termina de entender es la calentura de algunos pastores con la serie, ¿no?
Para el final entonces…
Si se cuenta con los recursos que seguramente Netflix puede disponer para la producción de una serie, ¿tanto esfuerzo hubiese significado que guionista y demás responsables de lo que terminó en engendro estudiasen algo acerca del tema a tratar?
¡Pero qué tontería! Ello (el estudio del tema) no interesa cuando la mediocridad del maniqueísmo impera, y no importa (o se desean) sus consecuencias: el ensalzamiento de aquello que (con hipocresía) se pretende o se simula criticar.
Y: ¿llegará el día en el que finalmente actores y actrices del hacer aquí puedan trabajar sin acartonamientos ni sobreactuaciones…?
Quizás, tal vez.
Mientras tanto que los fuegos del bodrio tan temido consuman por siempre y sin perdón a toda mala criatura netflixera.
(*) Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. En esa casa de estudios tiene a su cargo las cátedras Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática – en la cual integra el Consejo Académico –, y Planificación y Gestión de Medios, de la Maestría en Periodismo.