Una inesperada rebelión palestina convirtió la reciente brutal agresión israelí a Gaza en una derrota estratégica sin precedentes.
Por Leonel Nodal (*) / La certeza del fracaso de la operación militar «Guardián de los muros» saltó a las primeras planas de la prensa israelí tan pronto entró en vigor el cese del fuego el viernes 21 de mayo.
Expertos de seguridad nacional y notables analistas políticos apuntaron de inmediato la cadena de errores y nefastas consecuencias de los bombardeos indiscriminados contra los palestinos, que dejaron un saldo de 248 muertos, incluidos 66 niños, 39 mujeres y 17 ancianos, más casi 2000 heridos.
A pesar de los partes militares exaltando el cumplimiento del objetivo esencial de «degradar» la capacidad ofensiva de las milicias del Movimiento de la Resistencia Islámica Hamas, al que individualizaron como adversario, los cohetes de fabricación casera palestinos estuvieron cayendo en territorio sionista hasta el minuto antes de la tregua. Por lo menos 12 israelíes resultaron muertos hasta ese momento, y otros dos fueron hechos prisioneros.
En un análisis publicado por el diario Haaretz, titulado «Hamas salió adelante en la guerra de Gaza», el general de división (r) Yair Golan y el ex Consejero de Seguridad Nacional Chuck Freilich expusieron los detalles de lo que juzgan un fracaso político-militar inconcebible.
«Si Netanyahu ya no estuviera al mando, Israel podría deshacer el daño que causó con otra política fallida. Ya es hora de que haga las maletas y se vaya», afirmaron como conclusión. Golan es diputado por el partido Meretz y miembro del Comité de Asuntos Exteriores y de Defensa del Parlamento (Knesset) y Freilich es profesor de Ciencias Políticas en las Universidades de Tel Aviv y Columbia.
«Después de 11 días de lucha, vuelve a prevalecer una agradable calma, afirma su análisis. Sin embargo, muy a nuestro pesar, no podemos dejar de concluir que el resultado general de esta ronda se inclina a favor de Hamas». Al respecto me pareció oportuno y objetivo citar un fragmento del análisis que sustenta esa conclusión: «Hamas logró sus objetivos principales durante los primeros días de la lucha y cada día que pasaba solo servía para reforzarlos aún más.
«Militarmente, Hamas logró disparar 4 400 cohetes contra el frente interno de Israel, interrumpió la vida en gran parte del país y socavó el sentido de seguridad del público.
«Estratégicamente, Hamas ganó el liderazgo en la lucha por el control de la arena palestina, a expensas de la Autoridad Palestina (AP), creó un vínculo entre Gaza y la cuestión de Jerusalén, posicionándose como el «defensor de al-Aqsa» (mezquita), fomentó disturbios en Israel y Cisjordania, y expuso una creciente brecha entre Israel y Estados Unidos.
El detonante de la rebelión
Todo comenzó con provocadoras marchas callejeras de extremistas judíos en Jerusalén Oriental, el sector palestino de la ciudad ocupado por el ejército israelí desde 1967.
El primer ministro Benjamín Netanyahu les había hecho un guiño aprobatorio, cuando decidió adoptarlos como aliados para tratar de forjar una coalición de extrema derecha que le permitiera seguir en el poder, tras el fracaso en la cuarta ronda electoral israelí, a finales de marzo.
Una vez más la puja por el poder entre los partidos y líderes sionistas volvía a centrarse en torno a quién podría reunir más votos de los llamados ultra-ortodoxos religiosos, partidarios de la expansión territorial y la limpieza étnica, dirigida a convertir a toda Palestina en un exclusivo estado-nación judío.
La prueba de fuego se libraba en el barrio de Sheikh Jarrah, cerca de la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén Oriental, el tercer sitio de culto más sagrados y venerados de la comunidad islámica mundial.
Allí seis familias palestinas mantenían una enconada batalla judicial contra una orden de desalojo de las viviendas donde residieron durante generaciones, las cuales serían demolidas para facilitar la construcción de un nuevo asentamiento judío. La inminente decisión final sería definida por el fallo inapelable de la Corte Suprema de Israel.
En la noche del 13 de abril, que este año marcó el primer día del mes sagrado musulmán del Ramadán, un escuadrón de policías israelíes entró en la mezquita de Al-Aqsa, apartó a los asistentes palestinos que oraban en ese momento y atravesó el vasto patio de piedra caliza. Cortaron los cables de los altavoces que, como dicta la milenaria costumbre, transmiten las oraciones a los fieles, desde los cuatro minaretes que rodean el famoso templo de la cúpula dorada.
Semejante profanación, que solo podría provocar la ira, tuvo como pretexto la celebración en esa fecha del «Día del Recuerdo» en Israel, en honor de los colonos que murieron en las acciones de conquista de Palestina para implantar el estado sionista, factible tras la promesa británica de 1917 a favor del establecimiento de un «hogar judío» en Palestina, registrada en la Declaración Balfour.
El violento acto policial de ahora tenía como finalidad impedir que la plegaria tapara el discurso que pronunciaría a corta distancia el presidente de Israel.
Tanto analistas árabes como judíos coinciden en identificar «el resurgimiento del sentimiento de identidad nacional entre los jóvenes palestinos» que se manifestó no solo en la resistencia a las incursiones en Al Aqsa, sino también en la protesta por la situación de las seis familias palestinas de Jerusalén que se enfrentan a la expulsión de sus hogares.
Batalla juvenil por la puerta de Damasco
A la provocación de Al Aqsa siguió casi de inmediato otro insulto, la decisión de la policía de cerrar una popular plaza frente a la Puerta de Damasco —una de las principales entradas a la Ciudad Vieja de Jerusalén, donde los jóvenes palestinos suelen reunirse por la noche durante el Ramadán—, alegando evitar la formación allí de multitudes peligrosas y prevenir actos de violencia.
Nuevas protestas desembocaron en choques nocturnos con las fuerzas de seguridad que comenzaron a detener a los manifestantes, rociaron gas paralizante y dispararon balas con puntas de goma ante la Puerta de Damasco. Ofensa inaceptable.
La mayoría de los residentes palestinos de la anexada Jerusalén Este rechazaron acogerse a una ciudadanía israelí de segunda clase, por considerarlo un acto de legitimación de una potencia ocupante, y según un reporte del The New York Times, muchos sienten que los expulsan gradualmente. Además, las restricciones a los permisos de construcción los obligan a abandonar la ciudad o a construir viviendas ilegales, vulnerables a las órdenes de demolición. Por ello, impedirles el acceso a un preciado espacio comunitario agravó la sensación de discriminación que sienten desde que nacieron bajo un particular régimen de apartheid israelí.
Hamas advirtió y cumplió
El 4 de mayo, seis días antes de que estallara la más reciente conflagración en torno a Gaza, el jefe militar de Hamas, Muhammed Deif, hizo una clara y última advertencia pública que el gobierno israelí ignoró: «Si la agresión contra nuestro pueblo en el barrio de Sheij Jarrah no cesa inmediatamente, no nos quedaremos de brazos cruzados».
Entonces la policía israelí cometió la mayor ofensa posible contra residentes de Jerusalén y musulmanes de todo el mundo. El viernes 7 de mayo, día de oración y ultimo del Ramadán, agentes armados con gases lacrimógenos, granadas de aturdimiento y balas de goma irrumpieron en la mezquita de Al Aqsa poco después de las 8 p.m., desencadenando una batalla campal durante horas, con cientos de heridos.
El escenario quedó listo para un desastre mayor. Por segunda vez en tres días el mundo islámico asistió horrorizado a una operación militar en el interior de Al Aqsa y el ejército israelí ordenó despejar las cercanías de Gaza. Era, otra vez, la crónica de una guerra anunciada.
Hamas dio a Israel hasta las 6 p.m. de ese lunes 10 de mayo para retirar sus tropas de la mezquita y cesar el acoso, de lo contrario acudiría en ayuda de los palestinos en Jerusalén. Los cohetes aparecieron en el espacio aéreo israelí a la hora justa. Una inesperada sorpresa que dejó un saldo imprevisto.
(*) Texto tomado del sitio Juventud Rebelde, de La Habana. Su autor es un destacado periodista cubano.