Parece que el presidente de Estados Unidos Joseph Biden tiene apuros con el caso Cuba después de la derrota de un grupo de revoltosos el 11 de julio en San Antonio de los Baños, proyectado por los medios y redes sociales como una gran rebelión social.
Por Luis Manuel Arce Isaac, desde La Habana (*) / El conato, reproducido en otras localidades cubanas, incluso en el oriente del país, aunque fue sofocado en poco tiempo sin uso de la violencia como testificaron ese mismo día corresponsales extranjeros, cumplió el propósito manifiesto de atraer a algunas personas de los sectores más humildes agobiadas por la escasez de alimentos, medicinas y transporte público.
Algunos fueron detenidos junto a promotores y participantes, y muchos liberados el mismo día de los hechos. Probablemente así fue calculado por sus organizadores desde Miami para sostener mejor su campaña internacional.
Lo importante para ellos era que se produjera la revuelta, aunque fuera con un mínimo de personas, para que les sirviera de base a la campaña mediática. Los sucesos los dimensionaron al extremo y sin ni siquiera una elaboración para disfrazar el fraude, comenzaron el bombardeo en las redes y prensa digital con imágenes que nada tenían que ver con Cuba.
Aunque fue denunciado y desmentido inmediatamente, esa parte del guión se sigue desarrollando como si nada, pero ahora sobre las versiones inventadas de represión, desaparecidos, torturas, cientos de presos y juicios amañados o sin abogados defensores, y que los “levantamientos” siguen en la isla.
Es así que mientras en la realidad la tranquilidad regresó a Cuba el mismo día 11, donde es obvio que no se bajará la guardia, la “sublevación” interna continúa, pero en el exterior, con un incremento de la guerra mediática que está llegando a hechos criminales como el lanzamiento de cócteles Molotov contra la embajada cubana en París y solicitudes de armas al embajador de EE. UU. en México, para ocupar la embajada cubana aquí.
La situación conduce a decisiones absurdas, y es lo que preocupa a la comunidad internacional, porque el gobierno de Biden camina al borde del desfiladero en el caso de Cuba, mientras esos episodios de violencia y amenaza no cesan.
Estados Unidos acaba de inventar una reunión con “países aliados del mundo” como la califica el diario conservador español El País, donde esas naciones emitieron una “declaración conjunta” como si se tratase de una cumbre del G-20 o del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Por supuesto que la “declaración” retoma los puntos centrales de la campaña mediática de las mentiras fabricadas contra Cuba, y hace énfasis en la presunta violación de los derechos humanos de quienes saquearon comercios y lanzaron amenazas de todo tipo.
Cuando se examina la nómina de aliados “del mundo” de Estados Unidos, es decir, los 19 países que acompañaron en la firma de la declaración a Estados Unidos, surge inmediatamente la verdad de esta tragicomedia interpretada por algunos gobiernos de nula credibilidad, manos manchadas de sangre, o confesos satélites de Washington.
La lista completa de los “preocupados” por la “represión” en Cuba, es la siguiente: Austria, Brasil, Colombia, Croacia, Chipre, República Checa, Ecuador, Estonia, Guatemala, Grecia, Honduras, Israel, Letonia, Lituania, Kosovo, Montenegro, Macedonia del Norte, Polonia, República de Corea y Ucrania. Es una burla. Peor todavía, una vergüenza.
Como dijo el canciller cubano Bruno Rodríguez, esa declaración muestra el aislamiento mundial de Estados Unidos, y contrasta con los 184 países que votaron en la Asamblea General de Naciones Unidas a favor de la eliminación del bloqueo a la pequeña isla caribeña.
Pero no es cosa de tomar a la ligera esta comedia, porque corre paralela al desdén con la que Joe Biden toma el reclamo internacional de estos días de levantar el bloqueo a Cuba, reabrir su embajada en La Habana y derogar las 243 medidas para intensificar la guerra económica que promulgó Donald Trump.
Su acercamiento en Miami a quienes le dispararon en la campaña electoral con grueso calibre para romperle el cuello en la carrera contra Trump, o cuestionaron su triunfo y favorecían el golpe de Estado en el Capitolio, es un viraje muy grave y peligroso que obliga a no perder de vista sus movimientos sobre Cuba.
Mantener medidas genocidas de bloqueo a plena conciencia cuando estas figuran entre las causas principales de un agravamiento de la pandemia de Covid-19 en la isla, no es solamente inhumano y criminal, sino de cobardes porque le ha entregado a un sector genocida de la ultraderecha cubano-americana el control de la política internacional sobre Cuba que es exclusiva de la Casa Blanca.
Hay mucho mar de fondo en esta aventura anticubana de Biden y su vicepresidenta Kamala Harris, máximos responsables de la guerra no convencional contra Cuba que es, a todas luces, una decisión institucional porque implica a los sectores oficiales económico, comercial, financiero e incluso militar, en objetivos comunes complementarios.
Los llamados de los frenéticos y abiertos anticastristas de México, y los timoratos en Cuba, se rasgan sus vestiduras invocando “alaridos” de pueblo inexistentes y ocultando sus verdaderos sentimientos mercenarios con exigencias de aceptar la “ayuda humanitaria” de Estados Unidos, como si su país fuera Yugoslavia o hubiera regresado a la época de las cañoneras y de James Monroe.
Cuba ha servido para demostrar lo que los teóricos han advertido, de que la humanidad está requerida de un cambio profundo y es necesario encontrar la vía para llegar a un mundo mejor del que todos están convencidos es posible.
En nuestro continente el presidente López Obrador lo definió como el agotamiento de un sistema ya inaceptable, impuesto al continente hace más de dos siglos, caracterizado por invasiones para poner o quitar gobernantes al antojo de la superpotencia de Estados Unidos, y existen condiciones inmejorables para que los países de América caminen juntos, sin que nadie quede atrás.
No es una alternativa, sino una necesidad, de allí que reclamara hacer a un lado la disyuntiva de integrarnos a Estados Unidos o de oponernos en forma defensiva; es tiempo de expresar y de explorar otra opción: dialogar con los gobernantes estadounidenses, convencerlos y persuadirlos de que una nueva relación entre los países de América es posible.
En ese sentido las cartas están sobre la mesa. Cuba muestras las suyas tratando de tender puentes de amor, no de odio ni venganza, pero Biden no lo acaba de entender y aparenta tener naipes bajo la manga. Pero tiene tiempo y poder para rectificar. Ojalá encuentre la voluntad para hacerlo.
(*) Destacado periodista cubano.