Paren el mundo. ¿Uno se puede bajar? En mi larga vida había escuchado muchos disparates, pero los del último año sobre el coronavirus y la vacunación se ganan varios premios nobel al absurdo o al disparate (pueden competir en ambas categorías). Santiago Varela decía que hoy ser humorista es imposible, es una profesión absurda, porque hay una competencia brutal, despiadada, con gente común, con amateurs, aficionados que dicen cosas que a los humoristas, los que viven de la sonrisa ajena, los dejan sin palabras, sin recursos. Para colmo son ingeniosos, creativos, imaginativos.
Por Aram Aharonian (*) / Con mucha seriedad, Alejandro Grisom –titular de la oficial Argentina Futura- señala que la aparición de una pandemia como la Covid-19 es una bomba; sus esquirlas son los relatos apocalípticos esparcidos por todos los rincones de la aldea global. Es más sencillo y usual imaginar el fin de la humanidad que el fin de la injusticia y de la desigualdad. Películas, novelas y relatos periodísticos nos narran todas las distopías que no habíamos podido pensar.
La crisis torna imperioso pensar el presente. Y torna impensable el futuro. Su triunfo cultural consiste en bloquear la imaginación de nuevos rumbos y horizontes. Encorsetado el futuro a la catástrofe, a la imposibilidad, se despliega una maquinaria que erosiona la voluntad de acción. Que coloca el destino en cualquier factor ajeno a la voluntad y a la sociedad, y pretende doblegar deseos, sueños y construcciones colectivas, añade.
Pero hay que reconocer que la pandemia ha ampliado nuestro vocabulario. Desde el estallido del brote de coronavirus y la Covid-19, nuestro lenguaje de uso coloquial y cotidiano se ha llenado de terminología especializada: pandemia, cepa, clúster, curva de contagio, o siglas como OMS, EPIs, SARS, MERS. Ya no hablamos de mantener la distancia a secas, sino de mantener la “distancia social” para evitar la “propagación comunitaria de persona a persona”.
Ya no decimos que nuestro gobierno ha decretado el estado de alarma, sino que nos encontramos en un estado de “emergencia de salud pública ante un brote pandémico”. No estamos encerrados en casa, sino “confinados”. Un equipo de mascarilla y guantes son ahora “kits de protección”. Hemos dejado de tener dolores, tos, mocos o sensación de faltarnos el aire. Ahora tenemos síntomas, dolencias, o “insuficiencia respiratoria”. Y si no hemos desarrollado ninguno de estos males, entonces somos “asintomáticos”.
Por ejemplo, en un zoom de cultores del IChing, una dama chilena afirmaba que a su madre la vacunaron contra la covid-19, y a causa de la vacuna su mamá se imantó. Obviamente a ningún humorista se le pudo ocurrir tamaño dislate. Imagínese usted a la mamá de la señora caminando por la cocina y una cacerola, o dos cucharas se le pegan al abdomen o en su grueso reverso. Obviamente la señora está contra las vacunas, que según me dicen debe ser igual que estar a favor de la pandemia.
Quizá en su afán de destacarse de la manada, hay mucha –demasiada- gente que se manifiesta públicamente como antivacunas o anticuarentena. (Eso no quiere decir que no se vacunen) También los creacionistas creen que el mundo se creó el 23 de octubre de año 4004 antes de Cristo y los uruguayos que aún son campeones del mundo en fútbol.
Quizá tengan razón y no hay de qué preocuparse. En el mundo se registraron casi 200 millones de infectados y casi cuatro millones de muertos. En América Lapobre hay poco más de 40 millones de infectados, de los cuales 18 millones y medio viven en Brasil. Pero todo es sicológico, porque el virus no existe y las vacunas son nocivas e imantadas.
745 millones de personas en todo el mundo vivirán en condiciones de “pobreza extrema” al finalizar 2021, lo cual implica un aumento de 100 millones de personas desde que se declaró la pandemia 18 meses atrás. A ello se suma que 2.700 millones de personas no recibieron ningún tipo de ayuda pública para enfrentar las consecuencias económicas derivadas de la covid-19.
En el mundo ya son 155 millones de personas las que fueron arrastrados a extremos de inseguridad alimentarias, 20 millones más que en 2020. Son solo cifras, pensarán ustedes. Sí, son cifras que muestran una realidad que no queremos ver.
La que salió Campeón de América fue la selección de fútbol argentina, de la mano del ”mago” Lionel Messi. Pero el país quedó relegadoen Latinoamérica detrás de Brasil, México y Colombia con la segunda mayor cantidad de casos de coronavirus, habiendo sobrepasado a otros países en número de infecciones y muertes.
La devastación económica derivada de la pandemia de Covid-19, esa que no existe, ha colocado a Latinoamérica en peligro de sufrir una nueva década perdida. Actualmente registramos 60 millones de personas en situación de hambre, 14 millones más que hace un año, la contracción económica fue de 6.8 por ciento, la peor en 120 años. En Centroamérica, la carencia nutricional ha colocado a millones de niñas, niños y adolescentes ante un escenario de privaciones, enfermedad, dolor y muerte precoz. O de migración hacia mejores sueños.
En este país ya no se puede vivir, con la excusa de la pandemia los chicos no tienen futuro. Mi hijo está ahorrando para irse a Europa, a Barcelona, le decía una señora a la cajera del supermercado, la semana pasada. Tenga cuidado que en Barcelona hay toque de queda, otra vez, le contestó la cajera, detrás de su bozal, perdón barbijo.
En la radio –donde esperaba escuchar música mientras trabajaba- escuché un comentario de una oyente que denunciaba que en los aviones que deberían traer vacunas, no las transportaban, sino que traían extranjeros: rusos, chinos, cubanos, iraníes, quizá. El periodista radial le explicaba que las vacunas llegaban en grandes cajones cerrados, y que estaban acondicionados a una temperatura de ocho grados bajo cero. Difícil que el ruso, chino o cubano, disfrazado de vacuna, pudiera llegar con vida en esas condiciones. ¿La señora estaba contra las vacunas o contra los extranjeros? Eso no me quedó claro. Quizá su fobia fuera con los aviones.
En una miniconcentración antivacunas, una señora con barbijo Dior, afirmó que ella sabía de primera fuente, porque su marido era médico, que existen autopsias que demuestran que la vacuna es nociva para la salud. No, señora, lo que son nocivas para la salud, por unanimidad, son las autopsias.
Delante del centro de vacunación una pareja de mayores de 50 años insistían en saber qué vacunas les iban a inocular. “No queremos vacunas comunistas, ni la soviética ni la china, que seguro que son veneno. Eso lo leímos en las alertas del twitter”. Ellos eran chicos aún cuando desapareció la Unión Soviética, pero nunca paró la publicidad de que los comunistas se comen a los niños. Eso de que con una vacuna los inoculan ideológicamente, me parece de humor fino, realmente sin precedentes…
Por suerte, hoy ya contamos con un repertorio Terminología Covid19. Uno de los últimos neologismos incorporados, Covidiota: aquel que no respeta las normas y rompe el aislamiento. Según Rectum Magazine, covidiota también es la imbecilidad humana que busca acaparar mercadería innecesariamente aumentando contagios y privando a otros de abastecerse normalmente. Por suerte aún no se ocurrió a algún genio publicitario hablar de los covidprecios: “Compre durante nuestra semana Covidprecios y ahorra en todos nuestros Covidartículos un 22 %”.
Paren el mundo. Si sigue así, lleno de covidiotas (como algunos que escriben notas como éstas), prefiero bajar.
(*) Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) y susrysurtv.