Acerca de la violencia maníaca y mediática de la derecha contra Cuba. Casi un recorrido personal sobre territorios cercados por voces de odio. Y cierta perspectiva micro histórica.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Llegué al barrio suburbano que me crió apenas terminado el primer grado, al que por aquél entonces se lo conocía como Primero Inferior. Contra las vías del ferrocarril Mitre que unían Retiro con Delta, cerca de una de las tantas estaciones tan parecidas entre sí y hasta que me fui de sus calles, muchas años después, una tapia casi abandonada sirvió de pizarra espontánea para grafitis, tizas y carbones, siempre reaccionarios, racistas, violentos.
El primero que leí decía “Viva el cáncer”. Así manifestaba su rabia de clase el anti peronismo, el mismo que aplaudió el bombardeo y la masacre de Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955. Aquella leyenda celebraba la enfermedad que postró y mató a Evita.
Recuerdo luego la pintada de unos “Jóvenes Cristianos” a favor de la Iglesia Católica: “Muerte a los laicos”, decía. Se debatía en el país si la enseñanza debía ser confesional o no.
También “Haga patria, mate a un bolche”, en pleno Plan Conintes, el programa represivo contra la protesta social aplicado en 1958 por el gobierno de Arturo Frondizi.
Y “Con las tripas del último comunista ahorcaremos al último judío”, de la agrupación fascista Tacuara.
Esa pared expropiada por la letra infame continuó en el tiempo, pero poco aportaría a la idea de este texto abundar en la memoria de sus escritos. Con los reproducidos hasta aquí basta.
Años más tarde descubrí como las obsesiones derechistas de la Guerra Fría, que entre otros medios emblemáticos de los ’60 expresaba la revista Life – aquella de “los comunistas se comen a los niños crudos” – había prendido (y para quedarse) entre los militantes y no tanto contra la Revolución Cubana, con el odio condensado en aquellos que con puntería fueron definidos como los gusanos de Miami.
En aquella ciudad (y otros parajes) tuve muchas oportunidades de registrar la maníaca verba y gestualidad contrarrevolucionaria en calles y actos políticos, la misma que se mantuvo en el tiempo cada vez que salieron a manifestarse; la misma que desde el domingo golpea una y otra vez, mientras el gobierno de Estados Unidos – también como siempre – insiste en uno de los bloqueos más prolongados de la historia y vuelve a amenazar con los espectros de la intervención armada.
Pero nuestro mundo ya es otro, en forma definitiva. La comunicación digital y globalizada, los algoritmos, las denominadas redes sociales hoy amplifican la capacidad de fuego de los medios concentrados hegemónicos, vértices del sistema de poder que necesita crear e imponer en forma constante su discurso de clase privilegiada como sentido universal.
Y para ese sistema de poder – capitalista, imperial, mundializado – Cuba significa un profundo malestar, quizá el mayor de todos por su persistencia en el ser, tal vez nunca mejor expresada que en las recientes palabras de Silvio Rodríguez, a propósito del escenario creado el pasado domingo:
Al socialismo le falta mucho -muchísimo- para ser justo. Quizá al final ni se llame socialismo, porque va a ser un híbrido. Pero no hay mal mayor que el cáncer imperial, que devora la vida donde esté, despojando pueblos a miles de millas de sus costas. Sus beneficiarios son un 1%, pero sus adoradores, aún cuando también son víctimas, callan sus abusos y recogen nerviosos sus migajas. Se sienten seguros bajo la inmensa sombra de la matrix todopoderosa, y ella les toca los resortes y se expresa a través de sus voces, pantallas, pedacitos de mundo a su servicio. Lógico que no nos soporten, lógico que con vernos resistir, sobrevivir y respirar nos llenen de diatribas. Escogimos no ser dóciles asalariados, escogimos la estrella que ilumina y mata. Que asuman su vergüenza.
No es esa la primera vez que la Revolución Cubana debe lidiar contra las paredes del odio, ni será la última. Siempre salió airosa. Esta vez también así será.
(*) Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. En esa casa de estudios tiene a su cargo las cátedras Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática – en la cual integra el Consejo Académico –, y Planificación y Gestión de Medios, de la Maestría en Periodismo.