Imágenes falsas o reales, o una combinación de ambas como hizo la agencia de noticias Artículo 19 que financia la embajada de Estados Unidos en México, la cual publicó una foto de El Cairo como si fuera en el malecón habanero, llenaron las pantallas de televisión y celulares en el mundo, en clara demostración de quiénes y hasta dónde dominan las redes sociales.
Por Luis Manuel Arce Isaac, desde La Habana (*) / Twitter y Facebook nunca estuvieron tan activas en el caso de Cuba, y manipularon direcciones, espacios y horarios a su antojo, limitando o ampliando sus capacidades de difusión según la conveniencia del momento, en una operación tecnológica tipo macro para asegurar que el mensaje prefabricado llegara con poderes de contagio social más fuertes que la variante delta de la Covid-19.
El mundo se azoró y mientras millones de dedos se deslizaban por el cristal del celular en busca de novedades, imágenes como la de Artículo 19 les llenaba de dudas, y a los amigos de angustia, porque en 62 años de Revolución Cuba había ganado fama de ser el país más tranquilo, menos violento, más confiable, más acogedor, cariñoso y bonachón del mundo.
Simplemente era increíble que una nación sin huelgas, sin manifestaciones como las que se ven a diario justamente en montones de países en todos los continentes, y en el que los turistas se sienten como en casa y son tratados por la gente común como familia, estuviera ocurriendo algo de tal naturaleza.
Pero ocurrió, aunque bien lejos de ser espontáneo como se insistía en cada imagen, cada video, en las redes sociales y en la gran prensa de Estados Unidos y la Unión Europea.
Indudablemente la pandemia de Covid-19 fue el aliado de los enemigos de la Revolución para detonar lo que en Miami consideraban el momento para desatar la tormenta perfecta, un remedo de la política de la fruta madura de John Quincy Adams cuando en 1823 formuló la tesis según la cual Cuba por su cercanía geográfica, debía caer en manos de los Estados Unidos.
Fueron 62 años de espera, a que madurara la fruta en los que mediaron la invasión mercenaria por Playa Girón y la Crisis de Octubre o de los Misiles que puso al mundo al borde de una primera guerra nuclear, hechos que ayudaron a parir este genocidio que denominan embargo por la vergüenza de llamarlo bloqueo, prohibido por todas las convenciones internacionales desde épocas remotas.
El cerco a Calahorra, en la actual España, practicado por los romanos en el año 74 antes de Cristo, duró meses, y lograron matar de hambre a casi toda la población, pero no rendirla. El de Cuba está a punto de cumplir 60 años, 29 de ellos condenándolo sistemáticamente Naciones Unidas en una resolución legalmente no vinculante, pero tan sancionable moralmente que desde su primer debate debió ser suspendido.
Es una política indecente, pero lo peor es que sus autores y defensores se vanaglorian de su persistencia a pesar de saber que se trata de un genocidio, un crimen de lesa humanidad, repudiable y sumamente grosero, que ha dejado una gran mancha moral y espiritual en cada uno de los presidentes que han pasado por la Casa Blanca en seis décadas, incluido el actual Joe Biden.
En consecuencia, los hechos del domingo 11 de julio -que no son históricos ni mucho menos, como lo etiquetan esos mismos medios que los estimularon, sino un mercenarismo vulgar- tienen también enseñanzas ineludibles, y demuestran lo que hace pocos días decía el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, de que la historia es política y la política es historia.
Algunos analistas consideran prudente hurgar como nunca antes en las causas que permitieron llegar a esa situación de San Antonio de los Baños y Palma Soriano, puntos equidistantes escogidos por la contrarrevolución para lanzar su balón de ensayo, y no cuesta mucho trabajo para que afloren algunas de ellas atinentes al propio gobierno, como el exceso de burocratismo y falta o demora de definiciones en el terreno económico.
Este sector es el más sensible de la Revolución y no extraña que dañarlo al máximo sea el objetivo principal del bloqueo, como lo demuestran los estragos causados por las 243 medidas de castigo aplicadas por Donald Trump cuyo impacto en la sociedad es innegable, aunque no insuperable.
En condiciones sanitarias normales, es muy probable que las carencias de todo tipo que se agudizaron o emergieron a partir de ellas, se hubiesen superado o neutralizado como siempre se hizo, pero entró en juego un factor inesperado, el SARS-CoV2 que, mientras el país contó con reservas y mecanismos a su disposición, pudo enfrentar su primera etapa con un éxito médico que maravilló al mundo. Estuvo durante todo el primer año entre los países con menor contagio y fallecidos.
Además, desarrolló en ese año a una velocidad asombrosa cinco candidatos vacunales y envió a cientos de médicos y enfermeras a apoyar a países amigos, quienes actuaron con una eficiencia elogiada por todos. Fue un golpe muy fuerte para los enemigos de la Revolución, quienes empezaron una inhumana campaña mediática para desacreditar a los galenos y los inmunológicos cubanos.
A Cuba le sucedió lo mismo que a muchos países: cuando creyó que había vencido la batalla contra la Covid-19 comenzaron a aparecer las variantes y a complicarse todo de una manera además sospechosa, que no se ha logrado detener, en particular en su principal polo turístico que es Matanzas con su paradisíaca playa de Varadero. El turismo, su principal ingreso, quedó en cero.
El asunto no está solamente en que la economía, ya casi paralizada en 2020, no pudo recuperarse en los primeros meses de 2021, sino que todo el complejo andamiaje de la reconversión económica con su maraña de lineamientos de difícil aplicación, se estancó o no se adecuaba a la nueva situación, y muchos cálculos se fueron de las manos, como los niveles de inflación previstos por la unificación monetaria, que se salió de los carriles lógicos. Son asuntos de obligado reexamen por parte del gobierno.
Paralelamente el gasto social se incrementó extraordinariamente con la escalada de la pandemia en cumplimiento de los principios básicos de la Revolución de primero que todo la vida de las personas. Un reto muy fuerte para una economía muy debilitada por el bloqueo y las 243 medidas de Trump. Cuba estaba ya como Calahorra.
En ese escenario se hacía muy difícil controlar el avance del contagio y satisfacer al mismo tiempo las necesidades básicas de la población, en particular su alimentación y su atención farmacológica, pues la médica estaba garantizada, pero ella por sí misma no podía proteger como correspondía al enfermo y la familia si no hay medicinas ni una nutrición correcta y suficiente, aunque en Cuba nadie se ha muerto de hambre ni se ha tenido que recurrir a cocinas populares.
También comenzaron a escasear los alimentos en los mercados tradicionales y a romperse, en consecuencia, las medidas sanitarias de contención del virus para tratar de alcanzar los pocos productos en venta. Mucha gente comenzó a desesperarse, pero dentro de la revolución, no contra ella.
En esas circunstancias se cebó el gobierno de Joe Biden perfilándose como el más genocida de todos porque mantuvo a plena conciencia las medidas de Trump que prometió en su campaña eliminar, a sabiendas de que eso costaba vidas inocentes, incluidos niños y ancianos que murieron por no contar en el momento necesario medicinas para la Covid-19, el cáncer u otras enfermedades graves pero curables.
Los asesores de Biden, y las fuerzas anticubanas de Miami, consideraron que 62 años después la fruta estaba madura, y lo que restaba era que un núcleo de mercenarios bien pagados, lograran romper las barreras del descontento y desparramar ese sentimiento hacia las calles con un uso intenso y mal intencionado de las redes sociales.
Sería insensato no admitir que lograron arrastrar a gente confundida y hastiada o agotada después de más de año y medio de confinamiento y sacrificios. Muchos están arrepentidos y reflexionando por qué se dejaron arrastrar por los lumpen pagados por Miami.
El breve mensaje de Joe Biden el día después de las revueltas es un ejemplo de perfidia, cinismo y deshumanización extremas, al apoyar a sus mercenarios sobre la gran mentira de que la gravedad de la pandemia y el deterioro de la economía eran responsabilidad del gobierno cubano y sus ambiciones de enriquecimiento.
Es doloroso y vergonzoso que una persona que llegó a la presidencia sobre los escombros de otro gran mentiroso como Donald Trump, y que en su plataforma electoral proclamara echar abajo todo lo malo y podrido que el republicano exaltó, incluido el pensamiento supremacista blanco, haga de forma tan grosera papel mojado de sus propias promesas.
Peor aún, Biden juega las mismas fichas republicanas de la tristemente famosa ayuda humanitaria que abrió las puertas a las invasiones en Afganistán, Irak, Siria, Libia y anteriormente Yugoslavia, que terminaron en la bárbara destrucción de ciudades enteras de un valor histórico y arquitectónico incalculable, un crimen de lesa cultura y lesa humanidad del cual en algún momento deberán rendir cuentas.
Es destacable -y debería de admitirlo la gran prensa- que, a pesar de lo grave de la provocación y los objetivos claros de crear un caldo de cultivo favorable a cualquier locura con tal de derrocar a la Revolución, no se registró en todo el país acto de violencia alguno, como sí hicieron en cambio en Colombia, Chile, Perú, Bolivia, y Ecuador donde los gobiernos repelieron con fuerza brutal a quienes exigieron la renuncia de esos gobernantes.
Estas son verdades como catedral de lo que realmente está sucediendo en Cuba y por qué es tan necesario exigirle al gobierno de Estados Unidos que levante de forma incondicional e inmediata, el bloqueo económico, comercial y financiero a la pequeña pero moralmente inmensa isla caribeña.
(*) Veterano y destacado periodista Cubano.