Publicamos uno de los más lúcidos análisis de lo que está sucediendo en ese país caribeño. Con una transparencia reflexiva que lo convierte pieza magnífica entre los discursos políticos y periodísticos acerca de las complejidades de ese proceso histórico llamado Revolución Cubana. Su autor es un veterano colega de la agencia Prensa Latina, ya retirado pero de actividad y lucidez inagotables.
Por José Dos Santos, desde La Habana / Se presentía que no tardaría en llegar lo que ahora está sucediendo en Cuba y en su entorno: sólo hay que tener algo de memoria y ver las cosas como son y no como uno quisiera que fueran.
La unidad en la diversidad es una aspiración; el diálogo intergeneracional, una necesidad; la educación mas allá de la instrucción, una urgencia; los matices entre los muy convencidos y los totalmente desafectos son extremos de un abanico muy complejo al que hay que tener en cuenta.
No pretendo filosofar al respecto, aunque habría mucho que aportar por quienes a ello se dedican. La sociedad cubana está obligada a actualizarse, en métodos y contenidos, para enfrentar con éxito esta nueva hora de definiciones.
Pasó cuando Girón, la Crisis de Octubre, la emigración por Camarioca y luego el Mariel, el Período Especial (por solo mencionar algunos de esos episodios claves de la nación en Revolución), cuyos enemigos si recuerdan bien y han sacado experiencias y conclusiones, mejorados y ampliados sus métodos y, ahora, al amparo del nuevo mundo digital-comunicacional, han puesto en jaque a la mayoría de la población cubana.
Preludios como deserciones de figuras conocidas (los músicos que enarbolaron Patria y Vida como rechazo al Patria o Muerte de siempre), y el lanzamiento de un SOSCuba como llamado de socorro para justificar una intervención extranjera, fueron algunos de los signos de lo que se destapó el 11 de julio (y aún no ha terminado).
En este contexto, además del ratificar el derecho de salir en defensa de un proyecto social superior a las ofertas neoliberales actuales, lo que no representa “llamar al enfrentamiento popular” (otra etiqueta en boga para criminalizar la respuesta revolucionaria) debemos mirarnos por dentro, lo que se dice mucho pero se aplica poco, a mi juicio.
Si eso fuera así, por poner solo un ejemplo, se habrían organizado las colas, sistemáticamente y de forma generalizada (e impedido los molotes) que aumentan disgustos y riesgos sanitarios que aún hoy, a año y medio de la presencia pandémica del sar-cov.2 en Cuba caracterizan no sólo a mi barrio.
Hay mucho de que hablar y hay que hacerlo, de forma que fluya el diálogo (y haya respuestas reales y no formales) y no se entronice la chusmería, que caracteriza a los vagos que encabezaron las llamadas protestas nada espontaneas (quien se lo cree por su sincronización).
Esos, bien vestidos y fornidos que tiraron piedras, rompieron vidrieras, asaltaron tiendas y volcaron vehículos no están interesados en hablar y convencer con razones. Esos están al servicio de los que nos quieren conquistar desde hace más de un siglo aunque haya algunos que actúen por cuenta propia y por hábitos vandálicos.
Uno de los saldos más dolorosos hasta el momento, más allá de las víctimas y daños ocasionados, es el que sufre la sociedad cubana, una vez más confrontada hacia el interior por diferentes ópticas de qué, cómo y por qué sucede lo que se está viviendo.
En nosotros coexisten pensamientos muy revolucionarios (los de los comunistas con o sin carné), con los que favorecen, aceptan, toleran o les es indiferente el proceso que nació mucho antes de 1959, pero no lo adversan. Junto a nosotros están los que los critican sin consideraciones por ineficiencias (reales o inventadas), los que no aceptan nada de lo que las autoridades exponen porque no creen en ellas y los francamente contrarrevolucionarios. Y con todos ellos –y a pesar de algunos– debemos hacer Patria soberana, sustentable, solidaria, humanista y lo mas socialista que se pueda.
Ese es el verdadero gran desafío de esta hora.