La periodista y docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, Azucena Racosta, declaró este miércoles en el juicio contra cuatro integrantes de la Triple A. “Con la ciudad tomada tenían tomadas nuestras vidas”, dijo la secretaria académica de la Maestría en Comunicación y Criminología de esa casa de estudios. Describió cómo fue incrementándose la persecución y la violencia hacia su grupo político, nacido en la militancia peronista en Villa Miramar, hasta la expulsión de la ciudad de varios de sus integrantes.
«Si el peronismo se decidiera a hablar de esta causa podríamos reconstruir absolutamente los hechos. El problema es que hay mucho silencio dentro del Partido Justicialista», dijo al tribunal.
Las audiencias continuarán el jueves 24 y el viernes 25 desde las 9 con transmisión por el canal de Youtube de la UNS. Están imputados Héctor Forcelli, Raúl Aceituno, Juan Carlos Curzio y Osvaldo Pallero.
Siguiendo los pasos de su padre, Azucena comenzó a militar en su adolescencia en Villa Miramar. Con un grupo de compañeros fundaron la unidad básica del barrio, pasaron a la Juventud Peronista y de allí a la Tendencia Revolucionaria. Militaron la candidatura de Cámpora y fueron a recibir a Perón a Ezeiza.
«Ahí empezó esta historia. Una historia que no habíamos soñado ni los pibes de los barrios, ni los compañeros universitarios, ni los trabajadores y trabajadoras. (…) El regreso de Ezeiza fue como nuestra condena a muerte».
En Bahía Blanca el primer evento violento lo sufrieron en Empleados de Comercio. Allí fue atacado el referente del grupo, Néstor Bueno, quien había presentado un habeas corpus en favor de los sobrevivientes de la Masacre de Trelew que estuvieron detenidos en el V Cuerpo de Ejército y, por eso, era acusado de ser un «infiltrado comunista». El encuentro terminó con «un delirio de cadenazos y golpes por parte de quienes suponíamos que eran compañeros. A partir de ahí comenzamos a ser infiltrados y plausibles de ser exterminados».
«Ya no íbamos al edificio recuperado de Mitre y Rodríguez porque allí había un monstruo que se llamaba Rodolfo Ponce, secretario general -supuestamente representante nuestro, de los trabajadores- que lideró la Triple A», dijo en relación a la sede de la CGT bahiense y agregó que «las patotas de Ponce se habían apropiado de la ciudad, no había lugar para nosotros en ninguna parte».
Poco tiempo después «lo secuestran a Pocho Vigil, un pibe muy instruido pero débil físicamente. Esa noche Sañudo y el Beto López de Tiro Federal lo destrozan y lo dejan tirado en la calle. Camina como puede desde Soler hasta el bowling Texas, en calle Chiclana, entra muy herido y el Chiva Infante lo lleva hasta el Hospital Municipal». Previamente habían puesto una bomba en la librería de Vigil en calle Alsina.
Las explosiones de bombas se repitieron un día de noviembre de 1974 en el estudio de Néstor Bueno de Sarmiento y Mitre y en la casa de los padres del abogado. Tras recorrer las ruinas de sus oficinas, Bueno fue detenido por la policía. «Ahí empezamos a ver que había una connivencia con las fuerzas de seguridad».
Bueno salió de la cárcel con un brote psicótico del que nunca más se pudo recuperar. «Pido que se investigue, yo digo que lo mataron en el Borda donde hay versiones de que operaba una suerte de campo de concentración en 1978. (…) Vigil era una persona que nunca más pudo desarrollar su vida con naturalidad y hoy está internado con una declaración de esquizofrenia. No mataron solamente con las armas, mataron la posibilidad de hacer una vida».
La noche más larga
«Mi papá era un hombre rudo, era camionero, tenía un horno de ladrillos cuando muere, no podía concebir que nos tuviéramos que ir, que nos echaran de la ciudad. Decía que a esa gente había que enfrentarla», afirmó Racosta.
Un día fue perseguida a los tiros al salir de su trabajo, a su lado iba Adrián Tucci. Juan Carlos Curzio manejaba el coche y Raúl Aceituno «mostraba un arma larga». «Nos estaban tirando a los dos desde ‘la fiambrera’, yo iba hacia un departamento que está frente al mercado municipal, pudimos entrar (…) allí estaban un grupo de compañeros. Quedamos como en una madriguera. Fue la noche más larga de mi vida, cada vez que subía el ascensor pensábamos que venían a matarnos».
Su padre y otros compañeros se organizaron para vigilar el edificio hasta el amanecer. Uno de ellos era el cura Benito Santecchia, director del Juan XXIII. Rondaban la zona los Argibay, Sañudo, López. «Cuando los curas dan aviso que a la mañana se habían ido del lugar, entran a sacarnos. Nos llevan hacia la quinta de Bordeu donde mi papá tenía el horno de ladrillos. Allí se tomó la decisión de que nos teníamos que ir de la ciudad».
Las bocas del lobo
Consultada sobre el accionar de la policía y la justicia en aquellos años, Racosta contó que «era como ir a la boca del lobo. Nacimos para ver un mundo más igualitario, no para perder la vida en manos de esta gente que quemaba libros, que mataba estudiantes, futuros profesionales que podían hacer bien al país. Estos crímenes de odio. Yo tenía 16 o 17 años, corríamos el riesgo de quedar detenidos nosotros. Es difícil creer que el Poder Judicial iba a hacer algo por nosotros. Es difícil hoy, imagínese. ¿A dónde íbamos a ir? ¿A la comisaría del barrio?».
«Me quedó la sensación de que Bahía Blanca es una ciudad sitiada. Sitiada por las fuerzas armadas, por las policías, por los parapolicías como las Tres A y por un medio de comunicación fascista, funcional a los intereses de los que más tienen, aliada la señora Massot a Ponce y a las fuerzas armadas. Ese medio de comunicación ha tenido de rehén a toda la ciudad».
Los muertos de la señora
Racosta volvió a Bahía Blanca en 1993, fundó La Cantora y comenzó a vincularse con los internos de la UP4 de Villa Floresta. «Porque presos están los pobres, como vemos no están los responsables de los grandes crímenes».
En el marco de una protesta, las autoridades cortaron la luz, el gas y el agua al penal. Por vínculos familiares recurrió a Natty Petrosino y la titular del Hogar Peregrino aportó agua y alimentos. Desde entonces, Racosta colaboró con la institución católica.
«Estaba sostenida por Diana Julio de Massot. Irónicamente el poder y la derecha siempre tiene buenos cristianos que ocultan la pobreza, los discapacitados y la gente en situación de calle que hay que esconder cuando hay gobiernos autoritarios. En ese lugar había gente de esa extracción social y se la asistía».
De vez en cuando, la dueña de La Nueva Provincia concurría al lugar y Racosta se retiraba. «Una vez la pude ver cara a cara. La señora, no sé si ya tenía algún padecimiento mental, iba al hogar y parece que lloraba, gritaba y decía que dios no la iba a perdonar por el daño que había hecho. Aparentemente para ella la muerte de su hijo Federico, que supuestamente padecía una enfermedad producto de una sexualidad reprobables para la ideología de la señora, había sido un castigo divino».
Por otro lado, mencionó un diálogo que escuchó en un té que compartió con Natty Petrosino, su tía Zulema Gobernatori y su prima Silvina Pasquaré. Fue cuando sus acompañantes volvieron de un viaje a los barrios de Formosa que asistía Petrosino con fondos de LNP y grupos alemanes. Había viajado «la señora» con su chofer y «había habido una discusión porque el chofer hablaba de los zurdos, de los marxistas que había que exterminar, y dice ‘habría que haber terminado de matarlos a todos’. Mi prima es una persona de bien, lo reprende y le dice cómo decía eso, es un disparate, una barbaridad. Cuentan que Diana Julio respondió para defender a su chofer que ellos los mandaban a matar porque estaban convencidos de que había que hacerlo.
«Vamos a salvar hasta a los hijos de ellos»
«Soy abolicionista de la cultura represiva. Desde que sufrimos lo que sufrimos me dedico a militar por la vida y la felicidad de los jóvenes. Me hubiera encantado estar ahí sentada con ellos y mirarlos a la cara. Tenemos el honor y el orgullo de mirar a nuestros hijos a la cara y decirles la verdad. Ellos jamás podrán hacerlo. No sé qué les han dicho a sus hijos, qué les dirán a sus nietos, pero sus hijos y sus nietos son parte de esta sociedad y si ellos no los salvan, que no se preocupen, seguimos existiendo las buenas gentes que vamos a salvar hasta los hijos de ellos porque realmente luchamos por un mundo mejor», afirmó Racosta.
Agregó que «en esta sociedad hay que terminar con la muerte. Se van llevando puestas generaciones de jóvenes. No fuimos los que fuimos estigmatizados como subversivos, pusieron esa palabra sobre nosotros para exterminar a toda una generación. Ahora, el mismo poder pone otra frase, que son los pibes chorros, para arrasar con otra generación».
«No creo en la justicia y pido disculpas a quienes se están tomando este trabajo. Estoy acá por Marcela, la mamá del Negrito García. Lo estoy haciendo por el padre Dorñak, por mis hijas, por la gente de buena voluntad. No se preocupen porque nada en la vida pasa sin que nos demos cuenta. No lo digo desde el punto de vista creyente, miremos la naturaleza. La naturaleza es justa con todo y con nosotros también», concluyó.
La declaración en frases
«A Forcelli lo ubico de Empleados de Comercio, en la reyerta y el día que me corren y me escondí en la librería».
«Gente armada había en todos lados, en URGARA, en la UOM. Si había algo en que no escatimaba la burocracia sindical era la primacía de las armas».
«A Aceituno lo ubico en URGARA. Usábamos el mimeógrafo, por eso era extraño, para los pibes más jóvenes era como que te violara tu abuelito o tu papá. Con los que habías estado reunido para la vuelta de Perón eran los que te querían matar o te amedrentaban».
«En URGARA había un señor Reina, alto, rubio». Tenía una oficina en calle Drago donde funcionaba la revista América. Allí fue Racosta en busca de trabajo. «Aparentemente era una revista peronista. Viajamos a un pueblo de La Pampa, ahí trabajaba Isi de Córdoba, una poeta bahiense, una señora mayor». Viaja con ella y con otro hombre. «Se suponía que íbamos a hacer notas y este varón contactos y algo de publicidad. Hubo algunas reuniones, conocí a un grupo de jóvenes. Al segundo día esta persona intentó abusarme y esta mujer fue su cómplice. Salí con lo puesto, corrí hacia donde estaba el grupo de chicos y uno de ellos me ayudó a volver a Bahía muy asustada y avergonzada. En esa revista había fotos de compañeros y compañeras».
«Curzio manejaba ‘la fiambrera’, lo veíamos. Era un 128 azul con el que ellos recorrían la ciudad y hacían sus desastres».
Texto tomado del sitio FM De la calle. Foto de La Pulseada.