“Una idea puede más que un ejército”. La mala noticia es que el apotegma funciona en dos direcciones. Cuando contiene esperanzas mueve la historia y cuando está formado por prejuicios la paraliza.
Por Jorge Gómez Barata (*) / Al brillante desempeño de Abraham Lincoln que convocó al país, venció a los separatistas, abolió la esclavitud y creó las premisas para convertir a los negros en ciudadanos y permitirles votar, siguió la restauración del poder blanco durante la etapa de la reconstrucción del sur, las leyes Jim Crow y la segregación racial que se prolongó por casi cien años y aún no termina.
Lincoln ganó la guerra y sus sucesores perdieron la paz. En otra dimensión a Obama le ocurrió algo análogo. Trump es la respuesta al avance que significaron las designaciones, entre otros, de Condoleezza Rice, Colin Powell, Eric Holder, Loretta Lynch y Susan Rice.
Afroamericanos dirigiendo la diplomacia, comandando las fuerzas armadas y el FBI, aplicando la justicia, representando a los Estados Unidos en la ONU y gobernando al país, fueron expresión de un curso que necesitaba ser corregido. No porque fuera socialista, sino porque desafiaba la hegemonía blanca.
La importación de africanos carentes hábitos y cultura del trabajo, fue un desatino que alteró profundamente la lógica del poblamiento los Estados Unidos a base de emprendedores europeos y que los redactores de la Constitución trataron de corregir al fijar el año 1810 como límite a la importación de personas.
La medida que puso fin al comercio de esclavos llegó tarde porque los agricultores sureños habían descubierto las ventajas de importar africanos para convertirlos en bestias de trabajo, sin comprender que no eran bestias, sino humanos que se rebelaron y cuya descendencia reclamaría el espacio a que tienen derecho en el país que ayudaron a construir.
En torno a Trump se coaligan los supremacistas blancos, los que creen en el “destino manifiesto” y en la “predestinación” de los Estados Unidos que forman una numerosa entente culturalmente atrasada y políticamente envenenada, que odia y desprecia tanto al negro tanto como abomina al socialismo al que identifican con el comunismo. El conjunto da lugar a una temible plataforma ideológica, expuesta sin miramientos en la Convención Republicana.
No obstante, a la evolución política y cultural del país, a la ultraderecha americana le era difícil armar una plataforma ideológica apropiada a sus fines y encontrar al líder capaz de hacer retroceder a un país ilustrado y liberal que junto con la democracia cultiva la tolerancia. Por un extraño giro, los círculos más reaccionarios encontraron a Trump y lo encumbraron.
La recién concluida Convención del Partido Republicano mostró el perfil de la estrategia electoral del Partido Republicano que, por primera vez en la historia electoral de los Estados Unidos apela a la ideología. No importa que se exagere o se mienta, el caso es que puede funcionar, Trump puede ser reelecto porque es la “esperanza blanca”.
Donald Trump es el hombre que la reacción necesita para vender un proyecto de país que es la antítesis de la cultura americana y la más descarnada expresión de la reacción en el poder. En cierto momento le pregunté a un conocedor de la cultura y la política estadounidense: ¿Qué ocurrirá después de Obama? “Se le extrañará me respondió”. Allá nos vemos.
(*) Profesor, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU.