La relación bilateral entre Estados Unidos y China continúa empeorando. La semana pasada Washington marcó un nuevo momento de escalada con la orden de cierre unilateral del Consulado General de la República Popular China ubicado en Houston, Texas, en violación de los principios básicos del Convención de Viena.
La imagen es contundente y establece una dinámica ascendente de conflicto que ahora se despliega en el frente diplomático.
A pocos minutos de haberse cumplido el plazo de 72 horas dado por Washington para que los diplomáticos abandonaran las instalaciones, agentes federales entraron al consulado acompañados por funcionarios del Departamento de Estado, en un amplio despliegue que buscaba transmitir fuerza e intimidación.
Los intentos de forzar las puertas del consulado por parte de presuntos agentes federales dibujaron el momento actual de las relaciones entre ambas naciones y la intención de Washington de quebrar los canales de comunicación con la potencia asiática.
Y el consulado chino en Houston representa un símbolo: fue la primera sede diplomática en EEUU luego del restablecimiento de las relaciones en 1979.
Para justificar la decisión, el Departamento de Estado acusó a China de utilizar su consulado en Houston para llevar “a cabo durante años grandes operaciones de espionaje ilegal y de influencia en EEUU en contra de funcionarios del Gobierno estadounidense y de ciudadanos estadounidenses”.
En paralelo a esta acción, el Departamento de Justicia de EEUU acusó a dos ciudadanos chinos de hackear a empresas contratistas involucradas en la producción de una vacuna contra el Covid-19, en un ejercicio de retórica anticomunista más que de demostración de pruebas confiables.
Ante la gravedad de los hechos en Houston, Pekín tomó como contramedida inmediata ordenar el cierre del consulado estadounidense en la ciudad de Chengdu. El ministerio de Relaciones Exteriores de China precisó que se trata de “una respuesta legítima y necesaria ante las inaceptables acciones llevadas a cabo por Estados Unidos (…) La actual situación entre China y Estados Unidos es algo que China no desea ver, y Estados Unidos es totalmente responsable de ello”.
La guerra empieza por la palabra, y en ese sentido la retórica empleada por Washington tanto para ordenar el cierre del consulado chino en Houston como para la acusación judicial sobre el supuesto pirateo de información merece una mención especial. En ambos casos, Estados Unidos señaló al Partido Comunista de China como antagonista, en un retorno discursivo a los tiempos de la Guerra Fría.
A cargo de elevar al máximo esta retórica de Guerra Fría está Mike Pompeo, secretario de Estado de Trump. Según el enfoque, la práctica de quebrar las reglas vigentes del orden internacional como la orden de cierre de un consulado es la extensión automática de una “lucha civilizatoria” para proteger los “valores estadounidenses”.
“El mundo libre debe triunfar sobre esta nueva tiranía (…) Si doblamos la rodilla ahora, los hijos de nuestros hijos pueden estar a merced del Partido Comunista Chino”, dijo Pompeo el día de los acontecimientos en Houston.
Así, Pompeo inauguró una nueva Guerra Fría al hacer un llamado general a Occidente para combatir “las amenazas” civilizatorias del Partido Comunista Chino.
Pero el discurso está en sintonía con los momentos de escalada de la carrera armamentista entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Uno de ellos quedó para la historia.
En 1983, frente al Parlamento británico, el presidente Ronald Reagan se refirió a la Unión Soviética como el “Imperio del Mal”, en un llamado excesivamente dramático a nivel mundial para defender el modelo de vida estadounidense supuestamente amenazado por los comunistas.
Y los principales decisores de la Administración Trump vienen de esta tradición política y filosófica, lo cual le depara al mundo una grave conflictividad geopolítica con consecuencias terribles en el mediano plazo.
Aunque mantiene su orientación ideológica (contraponer al modelo gringo un enemigo existencial), la Guerra Fría contra China tiene sus principales ejes en la tecnología (sobre todo la 5G), las finanzas y el comercio, tres áreas donde han reposado la influencia internacional de EEUU desde la segunda guerra mundial y que, en las últimas dos décadas, se ha visto cuestionada por el ascenso de China.
El discurso no empieza y termina con Pompeo. Y lo grave es que parece ya haber configurado por completo la política exterior del Imperio. Recientemente el actual asesor de seguridad nacional de Trump, Robert O’Brien, escribió en The Wall Street Journal que en la región de Asia-Pacífico, “los estadounidenses y sus aliados se enfrentan al desafío geopolítico más importante desde el final de la Guerra Fría”.
El texto fue publicado a propósito de justificar una intensa movilización militar para intimidar a China en sus aguas territoriales, impugnando su soberanía sobre el Mar del Sur de China.
En el mes de julio se registró un número récord de vuelos de aviones militares estadounidenses sobre el Mar del Sur de China. El analista Dave DeCamp advierte, citando a un grupo de expertos en Pekín, que “en este momento, el ejército de los Estados Unidos está enviando de tres a cinco aviones de reconocimiento cada día al Mar del Sur de China”.
Las maniobras militares invasivas de Washington coinciden con la postura del analista Gordon G. Chang. Según su opinión, más allá de las tensiones comerciales, la Administración Trump ha virado estratégicamente hacia la búsqueda de un cambio de régimen en la potencia asiática.
La dirección del estado chino percibe con suma preocupación las provocaciones militares de Washington y la alienación de su discurso de política exterior con los principios de la Guerra Fría. Sin embargo, la paciencia estratégica que ha unificado la postura de la nación asiática también se está modificando y la ofensiva en el ámbito comercial, tecnológico y financiero comienza a normalizarse.
Washington, por su parte, ve en la resurrección de la Guerra Fría un recurso instrumental para evadir la poderosa crisis interna que, de costa a costa, mantiene en el caos a Estados Unidos desde el asesinato del afroamericano George Floyd.
Llaman a una movilización general en defensa de los “valores occidentales” justamente cuando los mismos están en tela de juicio en el país que tiene su copyright. Y China también percibe esa debilidad como una oportunidad para defenderse.
Tomado del sitio Misión Verdad.