Benjamin Netanyahu y Donald Trump, atados por una poderosa relación de intereses compartidos, que roza la identidad de mellizos políticos, pasan por momentos de angustia.
Por Leonel Nodal (*) / El Primer Ministro israelí y el Presidente de Estados Unidos se muestran obsesionados con su incapacidad para acertar una jugada en su partida contra Siria, Irán y Rusia, vinculadas por acuerdos político-militares de cooperación de mutuo interés, recién reforzados por China.
El movimiento del gigante asiático tuvo el efecto de un potente jab de izquierda al mentón de uno de los mellizos, combinado con una patada al abdomen del otro, como en las legendarias piruetas de artes marciales orientales.
El efecto fue tan fuerte que ambos aliados se quedaron mudos al conocer el anuncio de un acuerdo «secreto» de cooperación económica y militar entre Beijing y Teherán, de 25 años de duración, que inyectará a la debilitada economía iraní 400 000 millones de dólares en inversiones de capital chino, en condiciones ventajosas.
Ambos países ya habían acordado una asociación estratégica en 2016, pero este nuevo convenio, resumido en 18 páginas que en las primeras líneas identifica a sus firmantes como «Dos culturas asiáticas antiguas, dos socios en los sectores de comercio, economía, política, cultura y seguridad con una perspectiva similar y muchos intereses mutuos bilaterales y multilaterales» representa un golpe demoledor para la política agresiva de la administración Trump hacia Irán.
Mediante este documento de alcance geopolítico estratégico, China se proyecta hacia la región del Golfo Pérsico y catapulta todo el potencial energético de Irán hacia el Pacífico oriental.
Según The New York Times, el acuerdo con Irán es una asociación económica y de seguridad que permitirá a China invertir en la banca, las telecomunicaciones, los puertos, los ferrocarriles y docenas de otros proyectos de Irán, «socavando los esfuerzos de la administración Trump para aislar al Gobierno iraní».
Blindados contra el terrorismo económico de Trump
El acuerdo apunta al corazón del mayor instrumento de poder imperial de Estados Unidos, al dejar plantada una bomba de tiempo contra el dólar estadounidense como moneda de reserva global.
Según afirma el experto Federico Pieraccini, en un estudio difundido por The Strategic Culture Foundation, «la estrategia de Beijing, al asegurarse con Irán un abastecedor de petróleo seguro —sin que necesariamente medie el pago en dólares— tiene como objetivo de largo plazo socavar la principal fuente de ingresos y poder de Estados Unidos: a saber, el dólar estadounidense como la moneda de reserva mundial».
Doblegar a Siria y contener a Irán ya no se ve como un paseo de bajo costo, como a finales de marzo de 2011, tras nueve años de costosa guerra. Y la culpa se la endilgan a Rusia, que con sus Fuerzas Aeroespaciales y su potencial bélico, a pedido de Damasco, desde septiembre de 2017 puso en jaque a los terroristas y mercenarios de Occidente, disfrazados de democratizadores unos e islamistas ortodoxos los otros, y viró el marcador a favor del presidente Bashar al Assad.
A Teherán el Gobierno sionista lo acusa de crear un corredor por territorio sirio hasta sus fronteras, en tanto la Casa Blanca le encaja el cartel de «promotor» del terrorismo y causante de todos los males en la región, es decir, los de Estados Unidos, que desde el triunfo de la Revolución Islámica sobre el régimen dictatorial del Shah, en 1979, ha fracasado en todos sus intentos por revertir su curso.
Y a pesar de poseer un cuantioso arsenal nuclear y un ejército armado con lo último de la industria bélica estadounidense, los líderes israelíes se declaran amenazados, en peligro de un nuevo holocausto, a manos de un poderoso estado persa regido por la jerarquía musulmana chiita.
Con Trump en la Casa Blanca, el primer paso fue romper, en mayo de 2018, el compromiso de adhesión a un Acuerdo nuclear sellado en 2015 por su predecesor, el presidente Barack Obama, junto con los otros cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Francia, Inglaterra, Rusia y China) más Alemania (el Grupo 5+1) que puso fin a la especulación o posibilidad real de que Teherán fabricara un arma nuclear, bajo estricto control internacional, a cambio de eliminar un asfixiante régimen de sanciones, que a su vez abriría las puertas a unas promisorias relaciones económicas, incluyendo atractivas inversiones para todos los involucrados.
Netanyahu, como feroz cancerbero sionista, quiere todo el pastel para el estado judío, cada vez más dominado por el extremismo confesional ortodoxo, teocrático y expansionista, discriminador y racista, según su más reciente cuerpo constitucional.
Trump piensa igual, quiere todo el pastel geoestratégico de Oriente Medio para los suyos. Así lo reclaman quienes le pusieron el bastón de mando de la declinante superpotencia geopolítica global (el «estado profundo» dominado por la industria bélica, la energética y la banca) que aspira a ejercer una influencia regional hegemónica, sin iraníes, rusos o chinos que le hagan sombra.
Ambos gobernantes andan desesperados, porque no alcanzan a mantener en un puño a Irak, como sueñan desde que Tel Aviv pulverizó su único centro de investigación nuclear, y después George Bush (padre) invadió el país hasta las puertas de Bagdad, un atrevimiento que su hijo George W. repitió —amparado en la sed de venganza por el atentado del 11/9 de 2001 a las Torres Gemelas de New York— reforzado por la mentira atroz de que Bagdad poseía armas de destrucción masiva.
Desde su instalación en Palestina, en 1948, Israel no hace más que expandirse en guerras de rapiña, que ya les robaron territorio a los palestinos, a Siria, Líbano y Jordania. Ahora empuja a sus protectores de Washington a lanzar una guerra contra Irán, que sería un acto de locura suicida de incalculables efectos para la humanidad.
Parece una fantasía, pero a pesar de los grandes estragos de la pandemia de la Covid-19, el desempleo récord y un enorme déficit fiscal, la propia prensa sionista publica que «Israel está tratando de comenzar una guerra mientras Trump todavía esté en el poder».
En días recientes Irán ha registrado una serie de explosiones e incendios en instalaciones militares, incluso de producción de misiles y nucleares. Algunos fueron reportados como accidentes y otros se investigan. Teherán excluyó las versiones de acciones enemigas, pero medios de prensa sionistas afirman con provocadora jactancia que algunos fueron ataques ejecutados por servicios secretos israelíes.
Sin embargo, con unos pocos meses restantes para las elecciones norteamericanas, Irán acopia paciencia, elude las provocaciones y pudiera esperar hasta después de la votación para tomar las represalias más convenientes, si esa es su decisión.
A pesar de las numerosas protestas de Teherán, los buques de guerra estadounidenses patrullan regularmente el Golfo Pérsico y el Estrecho de Ormuz, incluidas las fronteras marítimas de la República Islámica.
En declaraciones formuladas a principios de este mes el Almirante de la Armada del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC), Ali Reza Tangsiri, reveló que Irán ha construido numerosas «ciudades de misiles» en alta mar, grupos de silos subterráneos a lo largo de las costas del Mar de Omán y el Golfo Pérsico, listos para su lanzamiento.
Aparte de los misiles de largo alcance, dijo, los enemigos de Irán podrían enfrentar nuevos buques militares «más allá de su imaginación». «Somos su pesadilla», resumió Tangsiri.
Los últimos pasos dados por la República Islámica en respuesta a la política de Washington evidencian que tanto Trump como Netanyahu tienen ahora más de un motivo para perder el sueño.
(*) Tomado de Almayadeen y Juventud Rebelde. Su autor es un destacado periodista cubano.