Mientras el presidente anda de gira prometiendo lo que nunca va a cumplir, su candidato a vice ha hecho de la violencia verbal una forma de vida y su ministra de Seguridad se ocupa de seguir metiendo miedo. Ellos preparan el terreno para lo que se viene.
Marcos Mayer / Todo sucedió en un mismo día: las explosivas propuestas de Pichetto para combatir el narcotráfico, el anuncio presidencial de que se va a enseñar inglés y uso de Internet desde jardín de infantes, se publicitó la resolución del Ministerio de Seguridad que permite a la policía exigir la presentación del DNI en las estaciones de trenes. Al rato de conocerse la noticia, Bullrich salió a defender la decisión por los canales amigos, basándose en la novedosa figura del “ofensor de trenes”.
Pongamos un rato en paréntesis las declaraciones del senador rionegrino, quien está empeñado en superarse a sí mismo cada vez que tiene un micrófono frente a las narices. Supongamos que la propuesta de Macri sea deseable y posible. En cualquier caso, significa una implementación de muy largo plazo y, obviamente no puede resolverse (ni siquiera ponerse en marcha) de aquí al 10 de diciembre. Lo mismo puede decirse del retroceso democrático propiciado por la ministra. Su implementación, su puesta a prueba, sus correcciones y ajustes requieren de un tiempo que excede largamente al que falta para el cambio de gobierno.
En el caso de la renovación educativa –para llamarla de algún modo- lo que busca transmitir el presidente es la idea de que va a estar allí cuando el futuro comience. El triunfalismo por vía de un decreto de necesidad y urgencia. El hoy es el momento de sentar las bases de lo que ocurrirá mañana. Se podría decir que es un procedimiento inocuo, cuyos alcances no van más allá de la campaña electoral. Ahora no se puede hacer, en el caso improbable de que Juntos por el Cambio ganara el 27 de octubre, sería una de las tantas promesas que no se han cumplido y que no se van a cumplir.
Lo de Bullrich tiene más que ver con marcar la cancha a futuro, pues las hipótesis represivas son menos coyunturales. Desde el Ministerio de Seguridad se viene trabajando hace tiempo para construir un frente que fusione la política con las fuerzas de seguridad y que va más allá del control de los DNI en Constitución o Retiro. Ese gesto persecutorio y abierto a la más patente arbitrariedad será vivido por los efectivos de la policía como un derecho adquirido y al que no piensan renunciar y cuyo cuestionamiento abrirá una zona de conflicto. Alberto Fernández reivindicó hace unos días la figura de Esteban Righi, un hombre que cuando asumió como ministro del Interior en 1973 le pronunció un discurso a la policía de 1973 en el que le anunciaba que el pueblo había dejado de ser el enemigo. Había una ola que permitía entonces esas palabras. Hoy el clima es diferente.
Habría que suponer que Pichetto habla de modo figurado. Que no se le cruza por la cabeza hacer saltar por los aires la villa 11-14. Démosle el beneficio de la duda. Su lugar es mixto. No es funcionario pero es el segundo en la fórmula. Por eso no se sabe bien en nombre de quién habla. Es un discurso paraoficial, que no es aplaudido abiertamente por sus compañeros de ruta quienes, por otro lado, mantienen un prudente silencio ante sus exabruptos. No se escucha un “ojo que nosotros no somos xenófobos”. Con ese aval virtual, Pichetto la oficia de líbero, el juego que más le ha gustado desde siempre. Un operador profesional vende lealtades con fecha de vencimiento. Entonces, la elección de la violencia verbal (ante la cual el egocentrismo místico de Carrió la hace quedar como un aprendiz) también busca instalar un clima: los extranjeros buenos y los malos, los argentinos vagos, las hambres que son fingidas, el comunismo que asoma, las propiedades en peligro. Apunta a los núcleos de sociabilidad buscando exacerbar prejuicios nazionalistas, racistas y clasistas que existen, sin duda, pero a los que avala y estimula desde una posición de poder.
A ese clima aporta también Bullrich quien justifica su resolución (que, curiosamente, no es planteada como una decisión de gobierno) en el infalible discurso de la prevención, que siempre tiene algo de contable: cada ofensor detenido es un delito menos. Llegar a la seguridad completa es un camino asfaltado con muñecos volteados. Lo que obliga a que todos vivamos en estado de alerta. Eso quieren dejar como herencia social. Paranoia, discriminación, punitivismo hard.
Mientras tanto el presidente sueña con jardines de infantes donde se aprenda a teclear el propio nombre, en inglés of course.
Tomado del sitio Socompa