Gran escándalo por la acción de las organizaciones sociales en los shoppings, aunque no hubo ni violencia ni intimidación. Especulaciones sobre a quién beneficia o a quién perjudica en función de las elecciones de octubre. Cuando la mesa está vacía se llenan las calles, más allá de lo que marque la agenda política.
Por Marcos Mayer / ¿Rompieron algo? ¿Agredieron a alguien? ¿Amenazaron al público o a los empleados? ¿Los manguearon? No. Simplemente trasladaron su protesta a un espacio destinado a gente que alguna vez sintió apetito pero que no tiene idea de lo que es el hambre.
La cosa duró unos minutos pero alcanzó para generar eternidades de discursos indignados por parte de operadores –disfrazados de periodistas- cuya mayor preocupación es si esa noche van a cenar milanesas de peceto, pollo al champiñón o van a pedir delivery de sushi. También se lee el asunto en términos electorales. Para unos es lo que espera si ganan F y F (una reedición del aluvión zoológico, esta vez con zapatillas truchas y ya no alpargatas), para otros son actos piantavotos, que hay que frenar, no se especifica cómo.
Tengo para mí que hay en estas últimas críticas un componente clasista. Está fenómeno el “si vos querés” que es una ocupación del espacio público generalmente por clase media que quiere soñar con un resultado improbable. Pero si gente lumpen, sacada del sistema a golpes de mercado, está un rato gritando consignas en un shopping es un “error político” como he leído por ahí.
En definitiva, el problema es ese, si se piensa desde el lado izquierdo de la grieta. El hambre es la política por otras carencias. Cuando no tenés para morfar, cuando tenés que andar tocando timbres para que te den alguna ropa usada, cuando parás a alguien por la calle a ver si juntás unos pocos mangos para comprarte algo en el chino de la comida por peso, cuando te estacionás en la puerta del super con los pibes a ver si alguien te compra un sachet de leche, las elecciones ocurren en otra dimensión. Hay una parte importante de la realidad que no juega el juego de las urnas.
También personalizar en Grabois es un recurso fácil. Para algunos es una amenaza, el lado verdadero del doctor Fernández, para otros pone en riesgo la segura victoria con sus declaraciones. Declaraciones por otra parte que buscan un impacto mediático cuyo resultado es colocar a su figura en primer plano sin que signifique nada a favor de la gente a la que dice representar. Pero, el tipo tiene derecho a decir lo que le parezca. Sobre todo, en un espacio y un tiempo donde se dicen bestialidades como las de Marcelo Birmajer o las de Fernando Iglesias y a nadie se le mueve un pelo. A veces da la sensación de que se cree que la realidad (no la de Sylvestre) no ocurre fuera de un set de televisión o de las páginas de un diario. Que allí se dirime todo, eso también cree Grabois.
Y ahí los movimientos sociales entran en otra dinámica. Acampes viene habiendo desde hace un montón de tiempo, los hacían cuando los medios no les daban bola, los siguen haciendo ahora que les mandan las cámaras. De últimas, el macrismo agudizó un problema que viene de lejos, el desempleo, la marginalidad, aunque Cambiemos haya logrado poner el problema del hambre en el primer plano, al punto que, en forma simbólica, parece ser el color que rodea su despedida.
El hambre grita y trata de hacerse escuchar, en el Obelisco, o en los shoppings como para mostrar que nada está tranquilo, aunque el dólar siga planchado.
Texto tomado del sitio Socompa.