Inglaterra, Francia y Bélgica, tres de las cuatro naciones semifinalistas del Mundial de Fútbol Rusia 2018, tienen en sus planteles jugadores de ascendencia africana. El legado del colonialismo y la inmigración como consecuencia de ello pone de relieve una historia que sigue latiendo al ritmo de la xenofobia y la discriminación.
Por Aram Aharonian (*) / Catorce de los 23 integrantes de la selección campeona, ¿Francia?, son de origen africano: Kanté es de Mali; Mendy, Dembelé y Sidibé, de Senegal, Pogba de Guinea, Umititi y Mbappé, de Camerún, Ramis, de Marruecos, Fekir de Argelia, Kimpembé de Congo, Tolissó de Togo, y N´Zonzi, Mandanda y Matuidi, de la República Democrática del Congo.
Hace 20 años, en el Mundial de Francia 1998, la selección local logró coronarse campeona al admitir que los descendientes de africanos eran también ciudadanos franceses. Desde ese momento, no es raro ver a negros, turcos y árabes en otras selecciones «europeas» como Alemania, Bélgica, Inglaterra e incluso las escandinavas.
Zinedine Zidane revolvió entonces muchos sentimientos de culpa de los franceses porque Zizou es hijo de una Argelia en la que el colonialismo francés perpetró demasiados horrores. Veinte años después, la selección de Francia es incluso más multicultural que en 1998. Inglaterra es otro ejemplo de multiculturalidad que beneficia a su fútbol. Diferente es la historia de Croacia: los Balcanes no son tierra de inmigración, sino más bien lo opuesto. Suiza puede dar fe de ello con varios balcánicos en su selección.
Ilógico quizá, porque nunca un conjunto africano pasó de cuartos de final, pero África triunfa en Rusia mediante Bélgica, Inglaterra y Francia. Hombres y mujeres que dejaron Congo, Guinea, Marruecos, Camerún, Argelia, Mali, Nigeria y Angola para instalarse en Europa, ven hoy con orgullo cómo sus hijos son héroes deportivos vistiendo las camisetas de esos países en que todos crecieron, y mayoritariamente nacieron.
Esos hijos son franceses, belgas, ingleses, daneses o suecos, pero saben bien de dónde vienen sus familias. Es el caso del belga Romelu Lukaku, cuyos padres llegaron del antiguo Zaire, hoy República Democrática del Congo. El de Blaise Matuidi: sus padres abandonaron Angola, devastada por una guerra civil que dejó más de medio millón de muertes. «Nunca olvidé mis raíces angoleñas. Tuve que tomar una decisión difícil al optar por Francia», dijo años atrás el mediocampista.
Y el caso de Samuel Umtiti, autor del gol que lanzó a Francia a la final, nació en Camerún pero creció en Francia. Sin duda, África aportó mucho al creciente éxito de Europa.
Más de 1.400 inmigrantes, de enero hasta principios de julio 2018, perdieron la vida en las aguas del Mediterráneo. No tienen nombre ni rostro (y los medios hegemónicos los convierten en números), y para siempre quedaron sepultados en el anonimato del fondo del mar y para siempre separados de la familia.
Sus sueños se transforman en pesadillas, la esperanza en tragedia. Según el diario italiano Corriere della Sera, en el primer cuatrimestre de 2018 el 9% los migrantes-refugiados del norte de África se ahogaron en el cruce del Mediterráneo. Sería evidentemente una exageración llamarlos mártires de la migración.
En cuanto a la inmigración actual de los refugiados, el fenómeno se debe, entre otros factores, a la asimetría aguda entre los países y las regiones centrales y países periféricos y regionesLo cierto es que el progreso técnico y el crecimiento económico, por sí solos, no conduce al desarrollo integral ya la paz, que sólo son posibles cuando el crecimiento se acompaña de una distribución real y profunda de la renta y la riqueza.
La asimetría es aún mayor cuando comparamos las naciones del viejo continente europeo con aquellas del nuevo continente africano. Con la revolución del transporte y de las comunicaciones, cosas y personas corren y vuelan a una velocidad, una aceleración sin precedentes: asombra hoy la velocidad de desplazamiento de mercancías, dinero, tecnología, noticias, conocimiento, información, armas, drogas y violencia, a veces apenas por Internet.
Los jóvenes africanos tienen, al otro lado del desierto y el Mediterráneo, una posible salida hacia El Dorado. Se agregan a esto los factores que conducen al éxodo masivo de su propia tierra, incluyendo un sentido de liberación de las sociedades tradicionales de control social rígido, dice Alfredo Gonçalves, vicario general de la Congregación de los Misioneros de San Carlos.
Sin dudas, la movilidad humana se encuentra umbilicalmente ligada a la política económica de cada país y de todo el globo. Hoy, los desplazamientos humanos masivos se convirtieron en planetarios y de ahí su relación con la geopolítica mundial, con el giro a la derecha (y ultraderecha) de varios países, los europeos (en especial Francia, Alemania, en parte del Reino Unido, Austria, Hungría, Polonia, Italia) y Estados Unidos.
Incluso los países escandinavos, la República Checa, Eslovenia.
Lo más grave es que tal actitud xebófoba suele ser una caja de resonancia de las respectivas poblaciones, en las que reina el miedo, la amenaza y el rechazo al otro, al extranjero, en los que se basa el prejuicio y la discriminación, el racismo y la xenofobia.
La última cumbre de la Unión Europea (UE) formada por 18 países, se realizó el 28 y 29 de junio pasado, donde quedó patente que el tema de los migrantes representan una ‘papa caliente’. Los gobernantes son presionado por buena parte de su población que no acepta la vecindad de los migrantes; y también por el Acuerdo de Berlín de 2017, con la promesa de un sistema de cuotas para cada nación
¿Progresos en la cumbre? Nada cambió: cada país se presenta con una serie de condiciones que más parecen muros invisibles, y rechazan un posicionamiento taxativo y solidario, aun cuando reconocen que ningún país puede resolver por sí solos lo que ellos llaman crisis migratoria, pero al mismo tiempo, se aferran a las ventajas y desventajas de la política interior y exterior.
Los medios hegemónicos –que representan los poderes fácticos de cada país y de la UE – siguen hablando de inmigrantes ilegales. La prensa italiana, por ejemplo, habló del fracaso de la cumbre, otros del «caos, la indiferencia y la insensibilidad», «decadencia y la ceguera» o «matanza silenciosa» para definir el resultado de las negociaciones fallidas en Europa. Y el retorno prevalecer es el nacionalismo de otros tiempos, es una especie renovada de la ideología de la seguridad nacional notoria.
La politización de las migraciones representa, en general, la criminalización de los migrantes, señala el vicario brasileño Alfredo Gonçalves. Son fuertemente indeseados, rechazados. Para los Gobiernos de derecha, constituyen un «problema» que exige soluciones; para ciertos medios de comunicación son una «amenaza» disfrazada; para buena parte de la población, provocan «miedo y riesgo», temen lo que califican despectivamente como «ola negra», «avalancha humana».
Algunos analistas más serios hablan de tener en cuenta el argumento de la demografía, ya que varios países europeos están en declive de población, con un crecimiento por debajo de cero. Los migrantes, en su mayoría jóvenes, podrían llenar el vacío de una generación en cuanto a la sustitución de la mano de obra que tarde o temprano comienzan a agotarse.
Según otros, Europa está cosechando lo que sembró en los siglos pasados, en los oscuros días del colonialismo más rapaz, despojando a vastas zonas de África y Medio Oriente de todas sus riquezas, llevándose incluso a los trabajadores que fueron convertidos en esclavos y enviados a las Américas.
Lo cierto es que el discurso de la derecha xenófoba – expatriar a los indocumentados e impedir la entrada de nuevos inmigrantes (copiado casi literalmente de la política de tolerancia cero de Trump),- detenta gran apoyo popular. Algunos gobiernos de centroizquierda, intentaron e intentan mantener las fronteras abiertas, socorro, rescate, acogida e intento de inserción.
Hay casos extremos, como en Hungría, donde las personas, familias y entidades que se disponen a acoger y ayudar a los inmigrantes pueden ser consideradas criminales y, por lo tanto, pasibles de penalidad y prisión.
En julio, el austríaco Sebastián Kurz, dictó medidas para reforzar el control en la frontera entre Austria e Italia en Brennero, El ultraderechista italiano Matteo Salvini, envió una circular a todos los alcaldes, para restringir el derecho de asilo a los inmigrantes y llevó al Tribunal Supremo a la idea europea de cerrar los puertos italianos a todos los buques internacionales.
Fronteras como las que unen y dividen Turquía y Grecia, Norte de África y el sur de Europa, México y EEUU., Myanmar y Bangladesh, la isla de Batan (Malasia) y Singapur, Chile, Perú y Bolivia, al mismo tiempo, Venezuela, Colombia y Brasil, Paraguay, Argentina y Brasil, entre otro,- se convierten en volcanes en estado de erupción.
Las motivaciones de la migración son casi siempre las mismas: pobreza, miseria, hambre, falta de empleo y oportunidad; violencia, guerra, conflictos que pueden ser étnicos, religiosos o político-ideológicos; desastres naturales, no raramente amplificados debido a los progresivos cambios ambientales. Escapan a los jóvenes sobre todo, pero también a las mujeres y, de forma creciente, a los niños desatendidos
La población que llega a Europa viene en su inmensa mayoría de los países de África, Oriente Medio y Asia menor escala. En el corredor entre Europa y África, en cambio, lo que está en juego son los países pobres, donde domina la ‘limpieza’ étnica, religiosa o ideológica, las luchas fratricida, la sequía y las inundaciones, sea la persecución política, la prisión o ejecución pura y simple, sea la muerte a cuentagotas ya los ojos de la propia familia, debido a las condiciones precarias en que viven..
La gran mayoría migratoria se origina en los países africanos, especialmente en la región subsahariana; Oriente Medio. Países como Siria, Afganistán, Iraq en el Oriente Medio; Libia, Etiopía, Eritrea, Somalia, Sudán, Senegal, Burkina Faso, Chad, Malí (África) aparecen en el primer plano. Las demás naciones como la India, Sri Lanka, Filipinas, Myanmar e Indonesia (Asia) expulsan a miles de personas, algunas de las cuales también llegan a Europa.
También el Gobierno golpista de Brasil y el neoliberal de Argentina estudian cómo impedir la entrada de los ciudadanos, a la inmigración, es decir, la forma legal y documentada, para desencadenar la carrera represiva a través de «ilegales» y sin documentos en orden. No sólo contra los tradicionales migrantes de sus países vecinos, sino también los provenientes de Haití, Centroamérica, África y Oriente Medio.
Un 7% de la población francesa es de origen inmigrante, proporción que en su selección se multiplica por diez. Suiza, donde uno de cada cuatro habitantes tiene procedencia extranjera, presentó en Rusia una selección con 60% de jugadores de origen inmigrante. Similar es lo de Inglaterra, con un 10%, cifra que en la selección, con importante aporte jamaiquino, crece al 50%.
Inglaterra presentó seis futbolistas de origen nigeriano en el último Mundial Sub 17, para el que paradójicamente (o quizás no tanto) Nigeria no se clasificó. Los ingleses son hoy campeones mundiales sub 17 y sub 20 y buscan el título de mayores, señala Sebastián Fest.
Y no solo África renueva y mejora el fútbol europeo. Más allá de los jamaiquinos de Inglaterr, Alemania tiene entre sus figuras a hijos de inmigrantes turcos, como Mesut Özil e Ilkay Gündogan, además de jugadores de origen africano, como Sami Khedira (su papá es tunecino) y Jérôme Boateng (de padres ghaneses). El hermano de éste. Kevin-Prince, juega para Ghana.
Albania lo hace representada por la Confederación Helvética. Edi Rama, el primer ministro albanés, abrió días atrás una cuenta bancaria para que sus conciudadanos donaran dinero que permitiera pagar las multas a Granit Xhaka y Xherdan Shaquiri por haber celebrado sus goles a Serbia haciendo el gesto del águila bicéfala, símbolo de la Gran Albania y de explosivas reverberancias geopolíticas en los Balcanes.
Suiza cuenta con futbolistas nacidos en Camerún, Costa de Marfil y Cabo Verde. Xhaka y Shaquiri nacieron en Suiza, pero siguen muy ligados a la tierra de sus padres. Incluso Taulant, hermano de Granit, juega por Albania. Y Bélgica, ejemplo clarísimo de talento de la inmigración, es una Torre de Babel: sus futbolistas hablan entre sí básicamente en inglés en los partidos, añade Fest.
Y aunque el protagonismo no sea el de sus selecciones, África aportó mucho al creciente éxito de Europa. Hay una revolución que se gesta en las periferias de las grandes ciudades europeas: tras cambiarle la cara a la sociedad europea, la inmigración está cambiándosela ahora también a su fútbol, a pesar de la xenofobia y la discriminación alentada por sus elites.
(*)Texto tomado del sitio Economía y Política. Su autor es periodista y comunicólogo, nacido en Uruguay, con vasta experiencia en América latina. Magister en Integración. Creador y fundador de Telesur, preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Observatorio en Comunicación y Democracia y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).