Ojo que Erasmo es el de Rotterdam. Nunca jugó ni en la reserva. Él estuvo para otra cosa, casi hasta para prefigurar con otros a la mismísima Modernidad. Desiderius tal cual era el nombre con el que lo conocían los íntimos, vivió entre el 28 de octubre de 1466 y el 12 de julio de 1536, día en que la señora vida le sacó tarjeta roja, y a llorar a los vestuarios de la eternidad. Y no enloquecí.
Por Tania Molotova (*) / “Blake (que tampoco la escabulle ni pone en cortada, ni de zurda ni de derecha) no sabía, a ciencia cierta, si estaba loco. Pero si creo que estoy loco, estoy loco, se decía a sí mismo, dándose la razón de los locos. Cuantas veces los humanos nos hemos creído cuerdos y despertado, después, con el rostro ensangrentado”, como escribe sus versos Leónidas Lamborghini en “Ultimos días de Sexton y Blake”. Si como para el chanfle que dice voy pero apenas si parece.
Pelé. Sí. Pelé, quien por suerte no le estampó sin estampita ni camafeos aquél gol a la araña negra uruguaya, al gran Ladislao Mazurkiewicz, en México’70, cuando la punteó por derecha, arrancó por izquierda, y la de cueros y tientos antes, besó el palo, pero para afuera, porque si lo hubiese hecho hacia la redecilla tendrían que haber clausurado ahí mismo la historia de los mundiales. Y Maradona, no voy a referirme otra vez a la mano de dios, o sí pero de costalete. Porque soy atea.
Lo mejor del fútbol es casi lo que recita Homero Manzi: “Cuarenta cartones pintados con palos de ensueño, de engaño y amor. La vida es un mazo marcado, baraja los naipes la mano de Dios. Las malas que embosca la dicha se dieron en juego tras cada ilusión, y así fue robándome fichas la carta negada de tu corazón”. Que miro para allá o acá, o mis ojos van hacia el vacio rabioso de la tribuna; y rajo o lanzo entre bastidores que son cortinas, en punta, daga que duele cuando llega al botín del 9, o del 7, lo mismo me da. O zaranda y zarzuela por el medio, un pleno a la distracción o al cambio de flanco, para que la caballería de a uno, cuanto mucho de a dos para la pared sin escalas ni torres, más parece un alfil que un muro, se suelte por derecha mientras los de la contra atrás esperan por izquierda. O lo que sea.
Esa fue una suerte de apología al 10, que dicen ya no existe y por eso ahora en las espaldas aparecen números absurdos como el 23, por ejemplo, si sólo son 11 y los demás, mientras no salten al planeta verde, son de palo y sin esmalte ni pintura, porque “digan lo que quieran el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquélla, y precisamente la única que tiene poder para divertir a los dioses y a los hombres. Y de ello es prueba poderosa, y lo representa bien, el que apenas he comparecido ante esta copiosa reunión para dirigiros la palabra, todos los semblantes han reflejado de súbito nueva e insólita alegría, los entrecejos se han desarrugado y habéis aplaudido con carcajadas alegres y cordiales, por modo que, en verdad, todos los presentes me parecéis ebrios de néctar no exento de nepente, como los dioses homéricos, mientras antes estabais sentados con cara triste y apurada, como recién salidos del antro de Trofonio”.
Y como dicen los académicos consultados gracias al algoritmo internetero, “en ese punto, conviene repetir las reiteradas salvedades que ha inspirado a los traductores la versión del título original (“Elogio de la locura”, de Erasmo). Debe traducirse Stultitia por Estulticia y no por Locura. Si el autor hubiese querido expresar esto último, habría escrito Insanía, en vez de Estulticia, que es aquella bobería y poco saber”. No justamente como el 10, que es como la baraja en el truco, guiño falso y sabiduría.
Errada puedo estar ahora que afirmo: el 10, el enganche, el mejor de todos y el que distribuye juego, pisa los frenos o le mete gas, el que se la banca, sigue existiendo, digan lo que digan en la corporación de intereses de los DT and company y los de la prensa futbolera mandamás: ¿lo vieron jugar al japonés Shinji Kagawa, más salido de un texto de Yukio Mishima (“Caballos desbocados”, enorme, que de uno de Haruki Murakami (“Tokio’s Blues”, muy occidental)? ¿O acaso Luis Suárez, quien suele no perdonar en el área, no está enganchando para Cavani o la inversa, mientras cuenta con volantes a la moderna como “el cebolla” Rodríguez? No sé. Se me ocurre. Hasta la próxima.
Así escribí en un encuentro anterior (“Sé que dirán no todo tiene que ver con todo, cortála; pero me gustó lo de Suecia (en cuartos rusos)… y lo otro”), del 3 de julio.
Otra vez ahora. Por ahí en varios medios, en estos tiempos previos a la largada de los cuartos rusos, algunos se lamentan por la partida de Cristiano Ronaldo y de Messi, por ejemplo; y yo agregaría por la de Salah, aunque llegó y se fue roto, por el golpe de catch que lo propinara ese mala leche consuetudinario del Barcelona y la selección española que se llama Sergio Ramos, en las finales de la Champion. Y dicen bueno, pero al menos quedó Neymar y alguno que otro entre los que lucen con más tatuajes que trajes de luces, pero lucen.
Disculpen, pero no todo lo que es parece ni todo lo que parece es. Los recién mencionados, quizás, tal vez, con Messi en primer lugar, son jugadores de talentos excepcionales, tocados por la varita del hada madrina y el bastón del pope padrino. Sin embargo ninguno es 10 en el sentido del enganche, dicen que ya no existe, en el orden del que pisa y dice, dice y pisa. Sí destellantes delanteros, de aquellos con prosapia de wines pero de estos tiempos, más con silueta y perfil que engaña para adentro y pegada diabólica, con pelota detenida o a la carrera (en esto último y cambio de velocidad en centímetros apenas, el “niño mercancía” argentino del Barcelona destaca), con llegada al grito de red y menos centros desde las cercanías del fondo, qué decir, desde la línea misma de cal donde termina el mundo, para el centro al área, que así chau pito al de la ley del orsai.
Pero sí es probable que entre los que quedan, vaya a saber con qué suerte en cuartos, semis y final – ya mencione a Cavani y a Suárez, sobre todo por el rol múltiple que han desplegado hasta ahora en la celeste –, y al propio Neymar, caprichoso casi siempre, alguno o todos puedan rendirle homenaje al eterno 10, de la forma que el eterno 10 se lo merece.
Y me voy con Neymar. Cuando se lo ve transitar el ataque y el medio ataque, y entre apariciones de Coutinho, es imposible no evocar a los viejos compadres. ¿Se acuerdan, aunque sea por películas, de aquél dueto del Santos, único, que irrumpió en el ’62 con 10 goles del 9 (Coutinho) por obra del 10 (Pelé), en la vieja Copa Libertadores, y con pase a la Selección para el Mundial de Chile?
Como en la baraja, el fútbol de los diez: truques y engaños.
(*) Tania Molotova nació en Argentina, hija de militantes de izquierda. De muy niña vivió en Moscú. Estudió periodismo. Fue amiga y cómplice de poetas y bebedores, admite; y colaboró en publicaciones subterráneas. Como más o menos una vez afirmara ese enorme escritor inglés que fue John Berger, nuestra colaboradora sostiene: “mientras en el mundo sufra un solo pobre, ser de izquierda es una obligación moral”. Sus padres fueron asesinados por la mafia que tan impunemente actuó en la Rusia del ex presidente Boris Yeltsin. Ella regresó a su país natal. Dice, “escribo y escribo”. Vive con un librero anarquista. No tuvo hijos. Ama el fútbol y el boxeo. Se acercó a AgePeBA con sus textos sobre el Mundial Rusia 2018.