Encendida diatriba de El Pejerrey Empedernido sobre una cuestión de moda en la venta de los elixires de Baco: las ofertas por las redes, que más que ofertas suelen ser engañifas de las peores. Sostiene con firmeza que para comprar vino hay que cachar la bolsa de los mandados y revisar estantes de bodegas y mercados.
Qué todo sea para salvar al vino de la insensibilidad fría, del figurín engañoso, de la foto encubridora, de las ofertas como golpes de martillo que al fin de cuentas no son sino volanderas o embusterías! Sí, qué todo sea para salvar al vino, ya os contaré por qué, o de quiénes. Antes ciertos retazos de una biografía que tiene nombre pero lo dejaré al abrigo del silencio porque la encontré garabateada sobre un folio amarilleado por el tiempo que pasó, en una garrafa de porcelana que hace mucho las olas dejaron como incuria por las arenas del Tuyú. Pero más antes un texto para el goce siempre… ¿Y fue por este río de sueñera y de barro / que las proas vinieron a fundarme la patria? / Irían a los tumbos los barquitos pintados / entre los camalotes de la corriente zaina. / Pensando bien la cosa, supondremos que el río / era azulejo entonces como oriundo del cielo / con su estrellita roja para marcar el sitio / en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron. / Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron / por un mar que tenía cinco lunas de anchura / y aún estaba poblado de sirenas y endriagos / y de piedras imanes que enloquecen la brújula. / Prendieron unos ranchos trémulos en la costa, durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo, / pero son embelecos fraguados en la Boca. / Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo. / Una manzana entera pero en mitá del campo / presenciada de auroras y lluvias y sudestadas. / La manzana pareja que persiste en mi barrio: Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga. / Un almacén rosado como revés de naipe / brilló y en la trastienda conversaron un truco; / el almacén rosado floreció en un compadre, / ya patrón de la esquina, ya resentido y duro. / El primer organito salvaba el horizonte / con su achacoso porte, su habanera y su gringo. / El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen, / algún piano mandaba tangos de Saborido. / Una cigarrería sahumó como una rosa el desierto. / La tarde se había ahondado en ayeres, / los hombres compartieron un pasado ilusorio. / Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente. / A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: / La juzgo tan eterna como el agua y el aire (“Fundación Mítica de Buenos Aires”; en “Cuaderno San Martín”; Jorge Luis Borges; 1929)… Sucede que aquél folio que decía llegó hasta el Tuyú, vaya alguien a saber desde que aguas y lejanías, más o menos acertó: don Francisco me tomaba de la mano antes de atravesar el zaguán de la casa de Guatemala y Gurruchaga, así, a pie, unas cuadras hasta La Martona, donde el mostrador y las mesas de mármol provocaban ilusiones de sacrificios y conjuros por destinos de salvación para la polizona, perseguida por las garras inglesas, en un puerto del Pacífico; aunque tan sólo perseveraban allí con un vaso de leche fría y azúcar, vainillas, y si de calores se trataba, con un helado de dulce de leche y chocolate. Y la marcha continuaba después hasta Godoy Cruz y un poco más, porque entonces descubría cada vez que las aguas invisibles del Maldonado y sus pajares sí serían de oportunidad para esconder las armas escabullidas a bordo del balandro llegado desde el río, para atacar las fortalezas débiles del Gobernador y el Capitán General. Pero no, don Francisco apenas si me llevaba de ronda entre vagones del tren estacionados con uvas al granel, para la hechura de su propio vino después; y por los arcones de bodegas y bodegueros, en busca de la damajuana certera, con tintos como sangres oscuras. Tantos años pasaron de aquellas correrías que una vez soñé con establecerme en algún paraje del planeta, si fuera posible muy cerca del mar, con un tenderete que se llamase El Odre de Francisco, como recuerdo de aquel don y homenaje al uter vini en el que hace tantísimos años se transportaba el vino hacia las mesas de cada día y, por supuesto, hasta los sótanos de las mejores tabernas y chinganas; porque allí, entre el retozo y el deseo de más retozo, los escancios cuánto tanto tantísimo prometen… Toda esa endecha que leyeron (eso espero) resultó a cuento de que, como Peje del aquí y ahora que soy, con ese atributo que el Bajísimo me obsequió – poder ser humano a veces, bestezuela de aguas otras -, si hay algo que me place es transitar los anaqueles urbanos, los del chino que abre todos los santos o malditos días, y los de otros que la juegan de debute, más nunca de supermercados, que son como el paraíso que no existe y si existiese sería mentira, pero mucho peores, y a la captura por asalto y garpe de la botella salvadora de tinto, blanco o clarete. Y revelado sea además, aunque nos esté prohibido por falta de definiciones claras respecto de nuestra ontología, que los Peje también boludeamos en la redes dizque sociales; y así es que puedo asegurarles: estoy hasta las aletas y las agallas, por no decir hasta cuencas de mi paciencia, de las publicidades por el feisbu, por ejemplo, con ofertas y engañifas para comprar vino desde casa con los off esos del orto, tal cual oí manifestar soez por el barrio, con tarjetas de crédito, que son los rosarios de la Santa Iglesia del Consumo, y con la chulería del bazar pago o cosa parecida, de unos señores (otros de los tantos) que lucran sin par con los dinares del otro. Sí ya sé, qué el capitalismo digital y la peste, qué el algoritmo, qué la chagar esa de las distancias – perdón por lo de chagar, pero es que se me pegó alguna jerigonza electoral, aunque vieron que bien criado somos los Peje y lo escribí al revés -, y los silencios del alma a los que irremisiblemente parece que marchamos. Todo lo que quieran, pero yo cacharé la bolsa de los mandados y a chalanear vino iré, mientras ventilo mi ser entre miradas y rubores por las callecitas que tienen ese qué sé yo ¿viste?, como el de las tardecitas de Buenos Aires (…) Porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares (…) … ¡Podemos aún escabullirnos entre los senderos secretos de la salvación! Por eso ahora lo del homenaje, que dicho sea de paso os debo el porqué del titulejo: por vos, grandiosa Hathor, que en el Egipto de hace tanto más que jermu de Osiris fuiste deidad de alegrías, embriagueces y vinos. Y por vos ¡Oh Sileno!, maestro de Dionisio y el más grande de todos los borrachos sabios… Venid ambos, vos diosa; vos sátiro que fuiste abandonado por Eurípides en Sicilia. Acudid en nuestra ayuda contra los males que nos acechan… ¡Y al gran vino, salud!
Texto tomado del sitio Socompa. El Pejerrey Empedernido es heterónimo de Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. En esa casa de estudios tiene a su cargo las cátedras Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática – en la cual integra el Consejo Académico –, y Planificación y Gestión de Medios, de la Maestría en Periodismo.