Se trata de un texto integrado por una selección fragmentada de otros textos, algún recuerdo y comentarios muy pero muy breves que al director de está pagina (*) se le ocurrió compilar, sin otra pretensión que un intento, casi una mueca de ensayo acerca de ciertos tiempos y espacios entre los cuales todos, cada día vivimos.
No sé por qué, pero el mundo de los últimos días, mundo cuyo lugar y tiempo queda a elección del lector, de la lectora; algo de todo ello me susurró; y también algunos textos. Lo que sigue no son palabras mías, pero sin robarlas las hago propias.
¿Patronio hoy?
Lo que sucedió a un rey con los burladores que hicieron el paño…
-Patronio, un hombre me ha propuesto un asunto muy importante, que será muy provechoso para mí; pero me pide que no lo sepa ninguna persona, por mucha confianza que yo tenga en ella, y tanto me encarece el secreto que afirma que puedo perder mi hacienda y mi vida, si se lo descubro a alguien. Como yo sé que por vuestro claro entendimiento ninguno os propondría algo que fuera engaño o burla, os ruego que me digáis vuestra opinión sobre este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que sepáis lo que más os conviene hacer en este negocio, me gustaría contaros lo que sucedió a un rey moro con tres pícaros granujas que llegaron a palacio.
Y el conde le preguntó lo que había pasado.
-Señor conde -dijo Patronio-, tres pícaros fueron a palacio y dijeron al rey que eran excelentes tejedores, y le contaron cómo su mayor habilidad era hacer un paño que sólo podían ver aquellos que eran hijos de quienes todos creían su padre, pero que dicha tela nunca podría ser vista por quienes no fueran hijos de quien pasaba por padre suyo.
»Esto le pareció muy bien al rey, pues por aquel medio sabría quiénes eran hijos verdaderos de sus padres y quiénes no, para, de esta manera, quedarse él con sus bienes, porque los moros no heredan a sus padres si no son verdaderamente sus hijos. Con esta intención, les mandó dar una sala grande para que hiciesen aquella tela. (…)
»Así, vos, señor Conde Lucanor, como aquel hombre os pide que ninguna persona de vuestra confianza sepa lo que os propone, estad seguro de que piensa engañaros, pues debéis comprender que no tiene motivos para buscar vuestro provecho, ya que apenas os conoce, mientras que, quienes han vivido con vos, siempre procurarán serviros y favoreceros.
El conde pensó que era un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien. (…)
A quien te aconseja encubrir de tus amigos
Más le gusta engañarte que los higos. Fragmentos de El conde Lucanor; Don Juan Manuel; 1331-1335; probablemente retomada la historia por el danés Hans Christian Andersen, «El traje nuevo del emperador»; 1837.
La escritura secreta y el vulgo
-Las proezas más claras pierden su lustre si no se las amoneda en palabras. Quiero que cantes mi victoria y mi loa. Yo seré Eneas; tú serás mi Virgilio. ¿Te crees capaz de acometer esa empresa, que nos hará inmortales a los dos? (…).
(…). Yo soy el Ollan. Durante doce inviernos he cursado las disciplinas de la métrica. Sé de memoria las trescientas sesenta fábulas que son la base de la verdadera poesía. Los ciclos de Ulster y de Munster están en las cuerdas de mi arpa. Las leyes me autorizan a prodigar las voces más arcaicas del idioma y las más complejas metáforas. Domino la escritura secreta que defiende nuestro arte del indiscreto examen del vulgo. Puedo celebrar los amores, los abigeatos, las navegaciones, las guerras. Conozco los linajes mitológicos de todas las casas reales de Irlanda. Poseo las virtudes de las hierbas, la astrología judiciaria, las matemáticas y el derecho canónico. He derrotado en público certamen a mis rivales. Me he adiestrado en la sátira, que causa enfermedades de la piel, incluso la lepra. Sé manejar la espada, como lo probé en tu batalla. Sólo una cosa ignoro: la de agradecer el don que me haces.
El Rey, a quien lo fatigaban fácilmente los discursos largos y ajenos, le dijo con alivio:
-Sé harto bien esas cosas. Acaban de decirme que el ruiseñor ya cantó en Inglaterra. Cuando pasen las lluvias y las nieves, cuando regrese el ruiseñor de sus tierras del Sur, recitarás tu loa ante la corte y ante el Colegio de Poetas. Te dejo un año entero. Limarás cada letra y cada palabra. La recompensa, ya lo sabes, no será indigna de mi real costumbre ni de tus inspiradas vigilias.
-Rey, la mejor recompensa es ver tu rostro-dijo el poeta, que era también un cortesano.
Hizo sus reverencias y se fue, ya entreviendo algún verso. (…).
(…). -¿No has ejecutado la oda? -preguntó el Rey.
-Sí -dijo tristemente el poeta-. Ojalá Cristo Nuestro Señor me lo hubiera prohibido.
-¿Puedes repetirla?
-No me atrevo.
-Yo te doy el valor que te hace falta -declaró el Rey.
El poeta dijo el poema. Era una sola línea. Sin animarse a pronunciarla en voz alta, el poeta y su Rey la paladearon, como si fuera una plegaria secreta o una blasfemia. El Rey no estaba menos maravillado y menos maltrecho que el otro. Ambos se miraron, muy pálidos.
-En los años de mi juventud -dijo el Rey- navegué hacia el ocaso. En una isla vi lebreles de plata que daban muerte a jabalíes de oro. En otra nos alimentamos con la fragancia de las manzanas mágicas. En otra vi murallas de fuego. En la más lejana de todas un río abovedado y pendiente surcaba el cielo y por sus aguas iban peces y barcos. Éstas son maravillas, pero no se comparan con tu poema, que de algún modo las encierra. ¿Qué hechicería te lo dio?
-En el alba -dijo el poeta- me recordé diciendo unas palabras que al principio no comprendí. Esas palabras son un poema. Sentí que había cometido un pecado, quizá el que no perdona el Espíritu.
-El que ahora compartimos los dos -el Rey musitó-. El de haber conocido la Belleza, que es un don vedado a los hombres. Ahora nos toca expiarlo. Te di un espejo y una máscara de oro; he aquí el tercer regalo que será el último.
Le puso en la diestra una daga. Del poeta sabemos que se dio muerte al salir del palacio; del Rey, que es un mendigo que recorre los caminos de Irlanda, que fue su reino, y que no ha repetido nunca el poema. Fragmentos de El espejo y la máscara (El libro de arena); Jorge Luis Borges; 1975.
¿Somos máscaras, quizás?
La palabra máscara significa persona en latín…Las máscaras de Venecia se asocian a los espectaculares Carnavales que se celebran en la ciudad, llenos de color, fantasía y lujo decadente. Sin embargo, a lo largo de la historia han tenido otras funciones como, por ejemplo, la de mantener la privacidad cuando se iba al servicio.
Sí, en los antiguos palacios renacentistas del Renacimiento el retrete se encontraba en algún punto discreto del edificio, pero a la vista de los paseantes, ya que al carecer de alcantarillado desaguaba directamente en los canales. Para mantener un mínimo de discreción, los usuarios se ponían una máscara antes de atender sus necesidades.
Este y otros usos habituales evidencian la singularidad de uso de la máscara en la Citta Serenissima, que la incorporó no solo a la fiesta, sino a la vida cotidiana. La palabra máscara significa persona en latín y, por extensión, designaba a los personajes en las obras de teatro.
La peculiaridad de la máscara veneciana fue su incorporación al día a día de la ciudad en sus versiones más discretas. Por ejemplo, las damas iban a misa cubiertas con la Moretta, un óvalo de terciopelo negro que oculta la cara y se sujetaba con un botón que se ponía entre los dientes. Los hombres usaban la Bauta, máscara blanca de nariz pequeña y labio superior alargado que distorsiona el timbre de la voz, muy adecuada para paseos libertinos o participar en juegos de azar prohibidos.
Los doctores que atendían a los enfermos de peste negra también utilizaban una máscara especial, semejante a un pico buitre. En su interior se ponían sustancias aromáticas para protegerse, como ámbar, menta o alcanfor. Serían el antecedente de las actuales mascarillas médicas, tan de moda en los últimos meses. Fragmentos de La cara oculta de las máscaras venecianas; diario El País, de Madrid; 25 de mayo de 2020.
Víctor Hugo, Proudhon… ¿O Marx?
La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa (…).
(…). Entre las obras que trataban en la misma época del mismo tema, sólo dos son dignas de mención: «Napoléon le Petit», de Víctor Hugo y «Coup d’Etat», de Proudhon. Víctor Hugo se limita a una amarga e ingeniosa invectiva contra el editor responsable del golpe de Estado. En cuanto el acontecimiento mismo, parece, en su obra, un rayo que cayese de un cielo sereno. No ve en él más que un acto de fuerza de un solo individuo. No advierte que lo que hace es engrandecer a este individuo en vez de empequeñecerlo, al atribuirle un poder personal de iniciativa que no tenía paralelo en la historia universal. Por su parte, Proudhon intenta presentar el golpe de Estado como resultado de un desarrollo histórico anterior. Pero, entre las manos, la construcción histórica del golpe de Estado se le convierte en una apología histórica del héroe del golpe de Estado. Cae con ello en el defecto de nuestros pretendidos historiadores objetivos. Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe (…). De 18 de brumario de Luis Bonaparte; Carlos Marx; 1851-1852.
Muecas, risas, sin piedad
Se le llama burlesque a la pieza o espectáculo que propone la ridiculización de cierto tema. Surgido como un subgénero literario, hoy se asocia al teatro de variedades. Se trata de obras paródicas que presentan influencias del cabaret, el music hall y el vaudeville y cuyos contenidos suelen estar cargados de erotismo.
El burlesque literario nació en el siglo XVI como una derivación de la comedia. Sus trabajos se orientaban a la sátira, ridiculizando cuestiones serias u otorgándoles legitimidad a temas condenados a nivel social.
El término burlesque apareció por primera vez en el título «Obras burlescas«, de Francesco Berni, quien creó un concepto y un género sin precedentes en la literatura, con las características antes mencionadas. Uno de los escritores que adoptó este género fue Miguel de Cervantes, aunque fueron varios los poetas y narradores que lo recibieron con brazos abiertos para explorar nuevas facetas de su creatividad; en obras como Don Quijote de la Mancha y Novela ejemplares podemos apreciar una clara ridiculización del carácter épico y el romance medieval.
Entre el 1600 y el 1750, el burlesque literario fue uno de los géneros prominentes del barroco. Gracias a técnicas como la difamación, la parodia y el cómico-heroico, estas obras conseguían el ridículo de forma intencional. Dentro de este género se pueden distinguir dos subgéneros: el alto y el bajo burlesque. El primero se usaba para la creación de un contexto en el cual un tema cómico e inapropiado se tomaba en serio, mientras que el segundo ponía en ridículo algo considerado serio y digno de respeto.
En los siglos XIX y XX surgió el burlesque musical, calificación que recibieron operetas de ánimo alegre. En las primeras décadas del siglo XIX también empezó a desarrollarse el burlesque victoriano, ya vinculado al teatro de variedades.
Años después este tipo de burlesque se consolidó en el llamado burlesque americano. Sus presentaciones incluían números (sketches) humorísticos, bailarinas sensuales (de estriptís o striptease) y fenómenos (que inglés se denominan freaks).
Con respecto a la etimología del término burlesque, podemos decir que proviene de la lengua italiana, donde el significado de su familia hace alusión al concepto de «broma». El género llamado burlesque, en particular el dramático perteneciente a la era victoriana, a menudo se conocía con los nombres travesty (que no debe confundirse con la palabra española travesti) y extravaganza.
Estos últimos dos términos representan géneros de la comedia que tienen muchos elementos en común con el burlesque, aunque también tienen sus diferencias. Cabe señalar que la palabra travesty también se puede aplicar a cualquier ámbito del burlesque, ya sea el dramático, el musical o el literario. Se trata de una versión menos elaborada del burlesque, que modifica el tema hasta convertirlo en una cosa absolutamente ridícula e hilarante. Por su parte, la extravaganza es una forma libre de este género, tanto del literario como del dramático, que por lo general se asocia con «lo espectacular». Este choque entre la seriedad y la comicidad continúan siendo efectivos incluso al día de hoy. Selección fragmentada de textos tomados de la Enciclopedia Británica.
Prohibido orinar y escupir en el suelo
A mediados de los ’80 del XX, en la ciudad de México, descubrí unas cuantas salas teatrales de mala muerte, verdaderos antros, en los cuales sus funciones continuadas daban inicio a media tarde y cerraban pasada la media noche o durante las primeras horas de la madrugada. No se podía escupir ni orinar en el suelo, tampoco se podía ingresar con armas de fuego. Para un público masculino, de marginalia o casi, se desarrollaban breves piezas de teatro prostibulario, obsceno y por momentos desbordado en su procacidad como puesta en escena, con participación directa y animada de los espectadores más exaltados. Deformidades varias, erotismo exultante y sin ningún tipo de corrección política eran la principales apelaciones para la burla despiadada a la vida cotidiana; a la familia y sus hábitos e hipocresías; a lo que se vive y como se vive en las fábricas, en las oficinas, en la calles y en la vecindades o conventillos; a lo que se ve y oye en la TV; a lo que dicen y hacen “los políticos” y los funcionarios del gobierno, los jueces, los curas y los policías….Cuando terminaba la función había que andar con cuidado, los trompis y los botellazos solían estallar mientras se renovaba el público, más no el aire pesado, de la misma forma que minutos antes, desde las mesas y las butacas sobre el escenario solían saltar algunos, para culminar sus ditirambos a ritmo de orgasmos que no estaban actuados ni pertenecían a libreto alguno. A esas salas de mala muerte y a esas piezas teatrales se las conocía con el nombre de burlesques…
Convencido estoy que existen tantos textos como lecturas y lectores posibles, en sus tiempos y épocas diferentes. Entonces, casi que cada uno de ellos forma parte una suerte de Eternidad Dialéctica…O no.
(*) Víctor Ego Ducrot es periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. En esa casa de estudios tiene a su cargo las cátedras Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática – en la cual integra el Consejo Académico –, y Planificación y Gestión de Medios, de la Maestría en Periodismo.