Si alguien todavía pone en dudas la indecencia de la política oficial de Estados Unidos contra Cuba -sea republicano o demócrata quien esté en la Casa Blanca- la negativa actitud de Joe Biden sobre las relaciones con el gobierno de la Isla, es elemento más que suficiente para despejarlas.
Por Luis Manuel Arce Isaac (*) / La votación en la Asamblea General de la ONU el 23 de junio sobre una resolución presentada por Cuba, fue la primera prueba de fuego internacional del señor Biden en un asunto de tan vieja data como el cubano, al cual una docena de presidentes -Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H. W. Bush, Bill Clinton, George W. Bush (hijo), Barack Obama, y Donald Trump- le han echado su cuota de sal.
Ninguno de ellos logró derribar a la Revolución aún cuando se registraron extremos como una invasión militar en 1961, una amenaza de guerra nuclear en 1962, cientos de atentados a dirigentes, sabotajes horribles incluidos la voladura de un barco de armas y el derribo de un avión de pasajeros en pleno vuelo y quemas a industrias y cañaverales y asesinatos de gente inocente.
El bloqueo fue la obra maestra concebida bajo el gobierno de Kennedy y perfeccionado por el de Clinton quien lo codificó y convirtió en ley imbricada con otras, para hacerlo más difícil de desatar que un nudo de alambres de púas bien retorcidos, y que fuera solo el Congreso el que pudiera hacerlo.
La codificación del bloqueo marcó un antecedente deleznable, de sucia hegemonía y criticable tolerancia de la comunidad internacional: la promulgación de leyes extraterritoriales como la Torricelli y la Helms Burton que, sin embargo, el mundo admitió y sigue pasando todavía bajo esa horca caudina como si Estados Unidos fuera el amo del universo.
Esa codificación le dio un nuevo e inesperado giro no solamente a las afectaciones económicas, comerciales y financieras a Cuba, sino al propio bloqueo al convertirlo en arma política para mostrar músculos de Estados Unidos a sus propios aliados, a quienes desde entonces les envían un mensaje de poder que a duras penas tratan de esquivar y que no pueden ocultar el daño moral y ético que les ocasiona.
Estados Unidos arrodilló, y las mantiene hincadas en punzantes gravas, a corporaciones y empresas poderosas en toda Europa y parte de Asia, y en todas las ramas de producción y servicios en las que el poderoso imperio tiene en propiedad o en acciones, aunque sea un pequeño tornillo. Ninguna comercia con Cuba aun cuando lo necesiten.
Aunque parezca de otro mundo, de otra dimensión, el principal recurso que tienen esas grandes corporaciones capitalistas y por extensión los gobiernos donde operan, para oponerse a esa invasión irracional de Estados Unidos a la sagrada propiedad privada y libertad de comercio de terceros consagrada en los títulos de las leyes Torricelli y Helms Burton, es Cuba.
La Isla es la quilla del buque, del destructor, del rompehielos, que ataca a sus genocidas de frente, sin temor y sin que nada ni nadie le pueda tapar la boca. Su batalla contra el bloqueo es por ella misma y su gente, pero más allá de ese propósito, por la liberación de aquellas empresas y corporaciones, e incluso gobiernos, rehenes de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), el brazo inquisidor y maquiavelo del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos.
La lucha contra el bloqueo que Cuba libra desde hace casi 60 años es una operación sanitaria de gran magnitud en favor de la humanidad, la cual tiene el mismo sentido que la fabricación de sus vacunas contra la Covid-19, o la que realiza el contingente de médicos Henry Reeve para salvar vidas.
Que solamente dos países, Estados Unidos e Israel, voten de forma sistemática y en solitario cada año contra una resolución tan justa y clara, explica por sí misma la necesidad -y se subraya esa palabra necesidad- de suspenderlo, pues no es únicamente una batalla cubana contra los demonios, ni un objetivo de interés particular de un país, sino universal, al estar ante un sistema sociopolítico enfermo.
Todo es contraproducente en la dinámica de lo ocurrido en estas seis décadas de hostigamiento. A los inicios se entendía bien una reacción del tipo que generó la invasión por Playa Girón, e incluso de la Crisis de Octubre o de los Misiles. Pero hace mucho no es así.
Que el caso cubano haya derivado en un tema de política nacional y que, aún sin tener un peso específico que lo justifique, fuera convertido en sujeto electoral, no tiene el más mínimo sustento.
Por mucho que quieran demostrarlo, La Florida no es tan decisiva por sí misma en la definición comicial de la Unión como para determinar una política de Estado sobre un país. Una cosa es la percepción intencionadamente fabricada, y otra la realidad.
Si el caso Cuba se ha transformado en un tema de política interna de Estados Unidos no es por una influencia de los grupos anticubanos en La Florida, sino por una cuestión de correlación de fuerzas o de equilibrio en los órganos de poder oficiales y su relación con el establishment.
Y este sí es un gran problema, pues mientras se estime que el bloqueo a Cuba y las leyes extraterritoriales que les dan forma, es una bandera del hegemonismo y un factor de negociación en el congreso, más difícil les será aceptar la realidad de que esa medida es cada vez más dañina para Estados Unidos.
Es curioso, por ejemplo, cómo el equipo de campaña de Biden cambió sobre la marcha su enfoque respecto de Cuba, y se alejó de sus promesas iniciales de regresar al status bilateral que él ayudó a formar como vicepresidente de Barack Obama, hasta llegar a decir que La Habana no estaba entre sus prioridades, cuando sí sigue estando.
Es necesario buscar en los recovecos de la política exterior de Biden y sus necesidades de lograr consensos con los republicanos en el Congreso, la conexión con la idea de que una desaparición de las leyes extraterritoriales por un relajamiento del bloqueo es perjudicial a sus objetivos globales.
Es que no parece muy realista la idea de algunos expertos de que el inmenso daño de la Covid-19 a la economía cubana basada en el turismo, haya creado las condiciones para provocar revueltas sociales y lograr el truncado sueño de hace 60 años de aplastar a la Revolución. Non son épocas para ese tipo d sueños.
Parece algo peregrina esa tesis, además, porque la complejidad de las relaciones internacionales de Estados Unidos puestas de manifiesto en sus contradictorias relaciones con Rusia y China, señalan otras prioridades y estrategias, en especial cuando ya es inocultable que el actual sistema imperial y sus relaciones sociales internacionales, agotan sus posibilidades frente al avance de otras fuerzas emergentes. Hay que admitir que los tiempos cambian.
El hecho cierto es que esta abrumadora votación contra esa política de bloqueo que Biden se obstina en mantener, le ha hecho un daño moral muy grande a su gobierno, lo ridiculiza, además, y lo hacen el hazmerreír con discurso exageradamente cínicos o estúpidos como el de su representante en la Asamblea General Rodney Hunter, quien dijo que Estados Unidos está con todos en la defensa de la libertad de Cuba. Ese «todos» fue únicamente Israel. Los 184 países que votaron a favor de Cuba no cuentan o no existen.
No caben dudas de que Cuba es víctima de una política equivocada y muy indecente de Estados Unidos.
(*) Destacado periodista cubano.