La historia de la Argentina está plagada de masacres indígenas – pobladores originarios de estas tierras – perpetradas por “blancos”. Quizás una de las más silenciadas es la cometida por las patronales de los ingenios azucareros del norte contra el pueblo nivaĉle. Un trabajo de investigación decampo recogió los testimonios de sobrevivientes y testigos directos. En esta nota se reproducen algunos de ellos.
Por Daniel Cecchini / Muchos nivaĉle fueron engañados por el Ingenio Ledesma, y muchos murieron ahí y también en el Ingenio La Esperanza. Muchos trabajan los nueve meses, pero no cobraban, no les pagaron. Le daban por ahí pantalón, camisa, o un poco de tela, y nada más. Los blancos decían: ‘no hay que pagarles’. Había sido idea de los blancos que a esta gente no le vamos a pagar porque allá vamos a matar a todos”.
El relato que encabeza este artículo pertenece a Ts’ivanti (Eduardo Ponce Duarte) y es uno de los tantos que, sin buscarlos, registró un grupo de investigadores cuando hizo un trabajo de recuperación de la historia y la cultura ancestrales del pueblo nivaĉle, una etnia indígena cuyas poco numerosas comunidades se distribuyen entre las provincias de Salta y Formosa, en la Argentina, y los departamentos Boquerón y Presidente Hayes en el sur de Paraguay.
La historia de la Argentina está plagada de masacres indígenas, pobladores originarios de estas tierras, perpetradas por motivos políticos, militares y, fundamentalmente, económicos. Las cometidas por los propietarios de los ingenios azucareros del norte argentinos son poco conocidas, pero no por eso menos sangrientas que otras.
Una investigación reveladora
Las entrevistas a ancianos nivaĉle fueron realizadas entre 2014 y 2016 por Gustavo Núñez, Marcelo Mendieta y Pablo Chianetta, quienes pronto descubrieron la reiterada aparición de menciones a masacres cometidas contra los trabajadores indígenas de Ingenio Ledesma (Jujuy), Ingenio La Esperanza (Tucumán) e Ingenio San Martín del Tabacal (Salta) en la década de los 40 del siglo pasado. Los entrevistados refirieron también que, a continuación de cada masacre, sufrieron ataques de la gendarmería en sus propias aldeas, lo que los obligó a cruzar el Río Pilcomayo y refugiarse en Paraguay.
La recuperación del relato de estos hechos – completamente ignorados por la historia oficial – permite, como primera e impactante conclusión, que la trágica Noche del Apagón perpetrada por empresarios y militares en Ingenio Ledesma no fue un hecho aislado sino el eslabón de una cadena de atrocidades cometidas contra sus trabajadores por los ingenios del norte argentino.
Los testigos de los hechos ya están muertos, pero sus historias fueron transmitidas oralmente de generación en generación, como parte del acervo identitario de sus comunidades. Sus testimonios fueron recopilados en el trabajo ¡Están! El Pueblo Nivaĉle en Formosa, de la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Desarrollo (APCD). Aquí, algunos fragmentos de esas historias de terror.
La masacre de El Quemado
Cuenta Asĉa’at (Mauricio Quiñones, 75 años, de la Comunidad Fischat, Paraguay): “Mi papá contaba que fueron al Ingenio Ledesma (…) Yo vi el lugar donde ocurrió la matanza en El Quemado, ahí los esperaron cuando vinieron del ingenio. Con otros vimos el lugar donde mataron a esa gente, y vino con nosotros una mujer que es sobreviviente de la matanza de ese lugar. Ella relató que llegaron ahí, a ese lugar y ella se dio cuenta que algo ocurría porque a los nivaĉle les pedían los cuchillos y eso. A todos los pusieron dentro de un alambrado, los gendarmes carnearon y los nivaĉle pelaron el animal para comer todos juntos. Era de tardecita. Ella se dio cuenta que algo ocurría porque ella buscaba leña, se iba lejos, y el gendarme le traía de nuevo, y ella iba, y de nuevo le traían, hasta que pudo irse lejos, y ahí escapó.
“Ella nos contó que los gendarmes los esperaron en el regimiento, donde está ese camino que va a Yema. Ahí los esperaron a los nivaĉle. Los nivaĉle decían que cuando llegaron ahí los gendarmes hablaban muy bien y trataron bien, hasta mataron un animal para comer con los nivaĉle. Siempre pasábamos por ese lugar cuando íbamos al ingenio, nadie se dio cuenta que estaban en peligro porque de dónde venían no pasaba nada, y volvían a sus aldeas y nadie les avisó nada cuando bajaron del tren, por eso no sabían hasta llegar a ese lugar donde los esperaban.
“También hay un hombre que se llamaba So’oniyaj; él relató que también estaba con los que mataron, y el sobrevivió cuando dispararon a los nivaĉle. Él se hizo pasar por muerto en medio de los otros, sabía lo que hacía, respiraba despacio para que los gendarmes no se dieran cuenta. Cuando él relató lloraba porque es muy malo lo que ocurrió. Se salvó porque era de noche cuando mataron a esa gente. Cuando él tomaba aloja contaba esto y decía: lastimosamente sobreviví, lastimosamente llegué a ser viejo.
“Los gendarmes se fueron y dejaron ahí a los que mataron. Él decía que se levantó despacio para salir de ahí. Él quedó debajo de todos y con la sangre de los que murieron se cubrió para que crean que estaba muerto, ya era de madrugada. Como a las tres de la madrugada los gendarmes ya se durmieron, él contó a otros jóvenes que llegó al río y se lavó la sangre y escapó, pero siempre lloraba. Decía: ‘Todos murieron, nosotros éramos dos sobrevivientes’”.
Emboscada en Fortín Chávez
Relata Môshee (Estaban Madrid Cano, 74 años, de la Comunidad Fischat, Paraguay): “Esta historia es muy mala que me contó mi papá. La segunda matanza de nivaĉle fue en Fortín Chávez. Esta matanza ya se sabía en el Ingenio Ledesma. Los gendarmes hablaron con los jefes del ingenio y les dijeron que les querían matar a los indios. El jefe de obra les dijo que no todavía, que les dejen terminar el trabajo y después ellos les largan, y ahí sabrán qué hacer ustedes. Trabajaron muchos meses, nueve meses, un año, y el jefe de la obra les decía a los nivaĉle que compren armas. Vat’ôsĵat compró una escopeta.
“Siempre volvían en distintos grupos, de veinte, de quince. Así llegaron a ese fortín y les dijeron que descansen, que les iban a dar de comer, parecido a la otra matanza. A algunos les gustó la idea y a otros no les gustó y decían no hay que aceptar. Así que algunos quedaron y otros no. Los gendarmes les dijeron: pueden descansar acá, vamos a carnear una vaca para que coman asado y puedan cocinar, y eso le puso bien arisco a la gente, así contó mi padre. Él estaba en ese grupo, decía que ellos se separaron sino los gendarmes iban a matar a todos.
“Mi papá cuenta que el papá de una señora, que se llama Marta, desarmó su arma y puso en una maleta chica, y se fue con la gente que no quiso quedar. Cuando iban a mil metros, más o menos, ya se escucharon los tiros. Griterío dice que había, y ahí algunos en ese momento se escaparon. La matanza anterior fue en El Quemado, y ésta en Fortín Chávez, en el año ’40 más o menos. Los nivaĉle que iban solos se escaparon, y a los otros que quedaron, como era campo, los mataron.
“Vat’ôsĵat, que desarmó su escopeta, fue herido, y ahí se dio cuenta que también tenía escopeta y armó su escopeta. Mató dos gendarmes y corrió para escapar. Le seguían. Él encontró un pozo y se escondió en un chañaral tipo isla. Ahí se metió. Llegaron los gendarmes y vieron que entró ahí, y cuando fueron a ver él les tiró. Ellos también tiraron pero no le veían a él. Después vino el jefe de los gendarmes y él le tiró y le mató, y ahí vinieron los gendarmes y alzaron a su jefe y se fueron, y después de eso pudo salir para este lado y venir.
“Los gendarmes los perseguían con perros, con caballos, y algunos iban a pie. Esta historia no es buena”.
Mômôn (Cristina Canteros, no sabe su edad, de la Comunidad Fischat, Paraguay) recuerda una matanza de trabajadores del Ingenio San Martín del Tabacal: “Yo nací acá, en Fischat. En el campamento ahí (en territorio argentino) vivía mucha gente. Todos han fallecido. Cuando era chiquita siempre iba al ingenio San Martín. Los nivaĉle trabajaban, hacían surcos de caña de azúcar, había mucho trabajo. Cuando los nivaĉle volvían de allá siempre había problema porque les mezquinaban la plata cuando ellos tenían que cobrar, como si fuera oro. Entonces empezaba la matanza”.
Los ataques a las Comunidades
Ts’ivanti (Eduardo Ponce Duarte, 65 años, de la Comunidad San José Esteros, Paraguay) relata: “Yo tenía 7, 8 años y viví con mis padres ahí donde ahora le llaman Vidalita (en Formosa), donde está la ruta asfaltada en la Argentina. Ese lugar queda a 3 kilómetros de Mistolar, que nosotros llamamos Aĵoitachat. Residimos ahí, pero cuando atacaron los gendarmes volvimos a este lado. Mi papá Chicunaĵ se salvó de los gendarmes, y entonces me aconseja que me vaya y lleve las docas para comer.
“Cuando atacaron los gendarmes al lado del bañado eran tiempos de invierno, porque había mucho hielo, la tierra estaba emblanquecida cuando pasamos. Cruzamos por un agua muy helada, pero no era hondo, el agua llegaba hasta la cintura. Por el susto pasamos a este lado del Pilcomayo. Ahí buscamos algo para vivir: la comida, el pescado, que sacábamos con nuestra red tijera. Como el pescado tenía frío, venía hasta la orilla y entonces ahí agarrábamos fácil; ahí nomás se hacía el fuego para cocinar. También guardábamos las lhava’ac (tripas de los pescados) para hacer lhtsevĵatinuc (grasa de pescado) para comer con doca. Eso era antes, hoy comemos la grasa con yucuve (pan), son nuevas costumbres”.
Del relato de Ina’â (Antonio Chávez, no sabe su edad, de la Comunidad San José Esteros, Paraguay): “Voy a contar un poco sobre mi papá, mis abuelos, mi mamá. Mi papá se llamaba Aĉla’a (José Chávez) y era de Escalante; mi mamá era de Esteros, y se llama Ĉlavusi (Catalina González) y es hermana de Tôntsinôt. El papá de mi mamá se llamaba TucjiLhacfe, y mi abuela se llamaba Antsoĵque’e. Ellos estuvieron ahí, tenían sus chozas en Tavashay (El Quemado, Formosa), de allí les corrieron los gendarmes. Vieron que tenían muchos animales: vacas, caballos, cabras, ovejas…, los nivaĉle tenían muchos animales. Corrieron de ahí y dejaron todos sus animales por miedo, porque los gendarmes llegaron a la madrugada a las aldeas de los nivaĉle y mataron a muchos. Quemaron algunas casas, algunos dormían. Era bien temprano cuando los gendarmes les llegaron en su aldea. Algunos sobrevivientes vinieron a este lado del Pilcomayo. Mi mamá decía que ella ya era grandecita, tenía 7 años, todo era un campo grande donde estaba su aldea. Eso facilitó a los gendarmes para matar a los nativos, porque no tenían dónde ir y todo era campo. A algunos agarraron en medio del campo y los mataron. Por suerte, mi abuela y mi mamá encontraron un gendarme bueno y no las mató, solo les dijo que se vayan, que corran… ´’Voy a tirar al aire nomás para que mi jefe crea que yo maté a ustedes’, les dijo. Por eso sobrevivieron mi abuela y mi mamá, y yo nací”.
Las edades de quienes brindaron sus testimonios corresponden al momento en que se los entrevistó (2014 – 2016).