Uno de los hechos más estimulantes en nuestra América durante las últimas décadas es el auge de los movimientos indígenas: de las poblaciones originarias que han resistido a los desmanes de la conquista y el sometimiento devastador, y han llegado con su perfil propio a la actualidad.
Por Luis Toledo Sande, desde La Habana (*) / Sería absurdo considerarlas estancas y homogéneas, y olvidar que a sus propias divisiones internas —clases sociales por medio— se han sumado a lo largo de siglos, para sojuzgarlas, maniobras divisionistas por parte de viejos y nuevos conquistadores. Y desde intereses discriminadores y hegemónicos se les ha considerado erróneamente como una raza, tildada de inferior.
Tal falacia la han impugnado crecientemente el pensamiento justiciero y —confirmando lo afirmado por este— las ciencias más avanzadas. El descubrimiento científico, relativamente reciente, del mapa del genoma humano corroboró que no hay razas en la humanidad, aunque las mistificaciones se hayan afincado tanto que hoy, para combatirlas, pueda no hallarse a mano otra expresión que abogar por la “igualdad de las razas”.
Las divisiones internas y su uso por las fuerzas que las capitalizan generan episodios tan repudiables como el de enarbolar banderas supuestamente indígenas para calzar alianzas con los opresores. De tal tragedia vivió recientemente Ecuador un duro capítulo. Pero el apogeo de los movimientos indígenas da señales de fertilidad emancipadora por encima de quienes intentan fraccionarlos para coyundearlos con más facilidad.
Un ejemplo formidable lo protagonizan los mapuches, y la minga en Colombia es otra confirmación enérgica de esa pujanza. Sus logros serán tanto más fuertes cuanto más se aúnen en la lucha por la justicia todas las fuerzas sociales que la buscan y la defienden. Pero no cabe imaginar que el camino será corto.
Si hoy hubiera que citar ejemplos de lo difícil que es y será esa senda, no serían escasos. Es un hecho todavía reciente el golpe contra Evo Morales —encarnación viva de la herencia indígena— y el Movimiento al Socialismo, en Bolivia, y cuando estas líneas se escriben está en pie el plan para impedir que en la tierra de Mariátegui llegue a la presidencia el maestro rural Pedro Castillo, representante del movimiento Perú Libre. Y ¿cómo no tener presentes las criminales maniobras imperialistas para impedir el avance de la Venezuela bolivariana?
El movimiento indígena de Colombia, y los demás sectores interesados en transformar este país, sufren los manejos de un gobierno criminal que sirve a los intereses de los Estados Unidos. Ese solo dato es altamente significativo, puesto que la poderosa nación se fraguó sobre el destripamiento de sus pobladores originarios y la esclavitud de africanos arrancados de su tierra para usarlos como fuerza de trabajo al servicio del capitalismo.
La gravedad de los hechos subraya el valor de la rebelión popular en nuestros pueblos, uno de los más dignos homenajes que podrían rendirse a quienes han batallado por la libertad y la justicia, como José Martí, quien en Versos sencillos testimonió su decisión de echar su suerte “con los pobres de la tierra”, idea que de distintas maneras recorre su obra. Al tiempo que personificó la lucha anticolonial, fue un temprano y alumbrador ejemplo en el enfrentamiento a las pretensiones imperialistas de los Estados Unidos.
Fue consciente de que nuestra América “ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más”, y repudió a los hijos de ella que la traicionaban: “estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios y va de más a menos”. Así se lee en su ensayo “Nuestra América”, publicado en enero de 1891.
En el fondo de las grandes tragedias de estos pueblos se hallaban y perduran las manquedades de la independencia alcanzada en ellos, las que daban asidero a las pretensiones estadounidenses. Hacer lo que por circunstancias históricas y composición social no logró el independentismo en nuestra América, lo abrazó Martí como un deber cardinal para la emancipación de Cuba y el programa latinoamericanista en que él la ubicaba. Lo plasmó en el ensayo citado: “Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”.
Ese afán lo hizo suyo, en su lealtad a Martí, la Revolución Cubana, que por ello ha tenido que enfrentar, y lo hace sin desmayo, la hostilidad del gobierno de los Estados Unidos. El empeño de esa potencia por apoderarse de Cuba y borrar su ejemplo es parte de sus pretensiones de seguir dominando y saqueando a los países de la región y de otras partes del planeta.
En tal encrucijada les caben honor y responsabilidad crecientes a los movimientos indígenas, que expresan la voluntad de pueblos en los que todas las generaciones han tenido y seguirán teniendo una participación relevante. Un papel de primer orden le corresponde a la mujer, no solo como fuente de vida y en la conservación, desde el hogar y la familia, de la cultura propia, y en la siembra de valores favorables a la equidad y la ética emancipadoras, sino directamente en las batallas para hacer realidad esos ideales.
Esos movimientos deben enfrentar y vencer obstáculos severos en un recorrido que se prevé largo. Pero saben que la lucha es la única opción digna, y Colombia da su propio ejemplo al mundo.
(*) Texto tomado del sitio Agencia Latinoamérica Avanza.