El Pejerrey Empedernido se toma algunas cuestiones idiomáticas para el churrete, lo cual seguramente será cuestión de debate, pero después te cuenta historias sobre los churros que son tan deliciosas como la receta de hoy.
Ay…! A mí me gusta como la haces tú. Ay algo en ti que es bueno y natural, y tu cuerpo lo sabe expresar. Tu movimiento tiene mucho haché, a mí me mata porque tiene haché; ya sofocaste a medio personal y yo estoy que no puedo parar… Negra, yo te tiro flores y tú me tiras piedra, me estas matando con tu indiferencia; tú no tienes conciencia, ¡no! Yo lo que quiero es chocolate con churro… Negra, me está quemando el sol de tu presencia…Yo sé que existe una correspondencia, ya no me pidas paciencia, yo lo que quiero es chocolate con churro… Recapacita y di que sí, me estas rompiendo el corazón… No quiero verme por ahí, como un loco detrás de tu amor… Yo lo que quiero es chocolate con churro, no me le eche sacarina, yo quiero azúcar morena… Dame Chocolate na’ más, yo lo que quiero es chocolate… Así dice una suerte de rocanrol de buena raza mestiza que por calles y Malecón de aquella ciudad mágica hacía sonar una banda intitulada Habana Abierta, según la escuchara este mismísimo Peje en tiempos que nadaba que te nadaba del Tuyú hasta las aguas del Caribe como si de un paseo se tratase, hace ya tanto; y recuerdo ahora, perdón pero sí, aquí se me zafa otra letrilla que canturrea (y después seguimos…), que canturrea, repito: Ella, ella ya me olvidó. Yo, yo la recuerdo ahora. Era como la primavera. Su anochecido pelo. Su voz dormida, el beso. Y junto al mar, la fiebre. Que me llevó a su entraña. Y soñamos con hijos. Que nos robó la playa. Ella, ella ya me olvidó. Yo, yo no puedo olvidarla… Ella, ella ya se olvidó. De aquellas caminatas. Junto a la costanera. Esta última de quien ya saben, talento absoluto… En fin, antes de entrarle al churraje otro recuerdito, qué memorioso estoy entre los aires del otoño: Tenemos un escritor aquí – no recuerdo el nombre – que escribe en purísimo castellano y para decir que un señor se comió un sandwich, operación sencilla, agradable y nutritiva, tuvo que emplear todas esas palabras: “y llevó a su boca un emparedado de jamón”. No me haga reír, ¿quiere? Esos valores a los que usted se refiere, insisto: no los lee ni la familia. Son señores de cuello palomita, voz gruesa, que esgrimen la gramática como un bastón, y su erudición como un escudo contra las bellezas que adornan la tierra. Señores que escriben libros de texto, que los alumnos se apresuran a olvidar en cuanto dejaron las aulas, en las que se les obliga a exprimirse los sesos estudiando las diferencias que hay entre un tiempo perfecto y otro pluscuamperfecto. Esos caballeros forman una colección pavorosa de “engrupidos – ¿me permite la palabreja? – que cuando se dejan retratar, para aparecer en un diario, tienen un buen cuidado de colocarse al lado de una pila de libros, para que se compruebe de visu que los libros que escribieron suman una altura mayor de la que miden sus cuerpos. Aplaudan a Roberto Arlt en El idioma de los argentinos. ¡Basta! Qué felices eran lo humanos, y añado que los Peje también, en aquellas épocas cuando sin ratis de la lengua ni de la corrección política reviropuritana y prohibicionista, él, ella o quien fuera, creyera o quisiera ser enzarzaba su gracejo en un convite como vení churro, churrito – la a casi no se usaba para el caso -, tomemos chocolate que me empañas la entendedera con tanto arrebol y alborozo, en una nube de esperanzas y desvelos… ¡Hay churro de mi corazón, quiero chocolate, pero si andas al socaire, hacelo como lo sugiere el gran Celedonio: Tomá leche con vainillas o chocolate con churros, aunque estés en el momento propiamente del vermut. Después comprarte un bufoso y, cachando al primer turro, por amores contrariados, le hacés perder la salud…Para que no haya confusiones, ya que le entré de zurda a la e, a la x y ni les cuento que a la @ esa del tujes, para ser finoli, pues, y cómo recordara un cura – ¡oh, con lo mal que me llevo con la sotanas! – llamado Bartolomé de las Casas, quien al referirse al Requerimiento, lanzó es una burla de la verdad y de la justicia y un gran insulto a nuestra fe cristiana y a la piedad y caridad de Jesucristo, y no tiene ninguna legalidad, porque sí que aquello en castellano tal cual Ley de Burgos del 1512 para que los americanos acatasen el poder divino y se sometiesen a la espada degollante; eso sí, carajo, fue un uso de la lengua como expresión de bestial, sería genocida, exclusión… ¡Basta bis…! Y tras advertir sobre las confusiones que pueden provocar las vocales, como trabucar churro por churri, que significa gárrulo, enfadoso y sin sustancia, o por churre que significa algo parecido a mugre chorreante; porque lo nuestro de hoy , amores de mi amores, aunque me odien, lo nuestro de hoy vida y pasión es del churro… Y vean lo que encontré y gloso para ustedes entre escritos de otros tiempos: los churros son propios del comer español, pero también francés – Ducrot me dijo que se zampaba algunos gloriosos los sábados a la mañana en el mercado callejero de Ferney-Voltaire, cerquita del castillo donde vivió y escribió el gran ensayista de Las Luces, don François-Marie Arouet – , y qué va, para que decirles, que asimismo propios por supuesto de la tierras todas, o casi, de la nuestra América, y por las del Norte también… Y como me enredé retomo: ¡lo parecido que saben los churros a los youtiaos!, esos panes fritos entre salados y dulces de los chinos, lo que significaría, otra puta vez, que los cosos aquellos la juegan de inventores del Todo… Volvamos: está digamos que constatado que se trata de un yantar con ciudadanía española – si hubo y habrá churrerías en la Península, como la San Ginés, de Madrid, desde 1894 más o menos –, aunque llegaron hasta la Europa en las alacenas de los moros, tan sabios ellos…Pero ojo que no faltan quienes recuerdan lo siguiente: se parecen a lo que sale de una receta de buñuelos hechos de harina y agua y registrada en recetarios romanos del Siglo I antes que naciera el barba de Belén de Judea… Ante tanta y tanta historia, dejadme recordarles aquí, al pasar por cierto, una de la glorias porteñas: el chocolate con churros a cualquier hora de las casi veinticuatro que tiene el día, en La Giralda, cuando la calle Corrientes era la calle Corrientes… Y sí, ya ha sido suficiente, antes del brindis nuestro de cada sábado, he aquí para que laburéis en casa… Va derecho viejo, sin bifurcaciones ni poesías berretas: necesitarán un cuarto kilo de harina, un cuarto litro de agua, una cucharada de sal, azúcar para espolvorear, aceite de oliva o de girasol, papel absorbente, una churrera o, si no la tienes, una manga pastelera con boca de estrella, que se compra por pocos dinares… Poned la harina en un cuenco que le dicen bol… Calentad el agua con sal… Cuando empiece a hervir, vamos mezclando en ella la harina, y sí, con una cuchara de madera… Mandamos la masa a nuestra manga pastelera, logrando un buen apriete sin aire, y que salgan desde la boquilla estrellada, con el largo de vuestros pareceres, para freírlos luego en el aceite de marras, bien calientes pero a fuego medio, de forma tal que vuestros churros no queden crudos en su alma profunda…A un papel que absorba y más después lluvia de azuuuuuúcarrrrrrr… Qué viva el churraje… y entonces yo daré la media vuelta y me iré con el sol, cuando muera la tarde… ¡Salud!… Y por primera vez una posdata: ¡Ojo, no confundir con los churros que se fuman…! Chau.
Texto tomado del sitio Socompa. El Pejerrey Empedernido es heterónimo de Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. Tiene a su la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática, en la cual integra el Consejo Académico.