Ser parte o quedar excluido son dos polos que siempre se mantuvieron separados por una delgada línea en toda nuestra región latinoamericana. El Coronavirus nos vuelve a poner en vilo. La alarmante cantidad de muertes en Brasil (más de 4.200 el pasado lunes, superando por más de cuatro veces a Estados Unidos), las tensiones propuestas en el Mercosur y la falta de solidaridad son posiciones que no sólo afectan a las sociedades ante el virus, sino también que debilitan aún más una región golpeada por altos índices de pobreza. Ante posturas que buscan generar un escenario del sálvese quien pueda, la presencia de la asistencia a los sectores más desprotegidos de la sociedad no debe ser dejada de lado. Hablar de factores de riesgo no sería justo sin también incluir a todos aquellos niños y niñas que se encuentran bajo la línea de la pobreza y muchos otros que podrán llegar a la misma condición sin medidas de asistencia.
Por Carlos M. López / Atinar a decir qué ocurrirá en los próximos años con un mundo que va aprendiendo a circular con una pandemia casi permanente sería un desafío para cualquiera. Lo que sí está garantizado es que los países centrales seguirán siendo los que más riquezas concentren y los países periféricos serán los que tengan nuevos desafíos con un fuerte crecimiento en los indicadores más preocupantes como la pobreza y el acceso al trabajo.
Por estos días la inevitable preocupación por el aumento de los casos de Covid-19 provocan que el foco mediático y la alerta de los gobiernos se centre en las medidas políticas y sociales implementadas para salvar vidas. Y está bien que así sea porque será la administración y el acceso a una vacuna lo que garantice la posibilidad de progresar en la batalla contra el virus. Sin embargo, existen cientos de realidades paralelas a esta lucha que no se cuentan por los medios nacionales y que, al igual que los procesos imperialistas, se desarrollan por los bajo y en silencio. La pobreza tiende a aumentar a niveles más que preocupantes y el trabajo se disputa entre trabajadores que conviven en el desarrollo remoto o la ausencia completa de nuevas oportunidades.
Lo mencionado tiene orígenes mucho más antiguos que el Coronavirus y razones que exceden a una crisis sanitaria, sino que tienen más que ver con el modelado de un mundo injusto en su concepción política. Estados y corporaciones que han crecido exponencialmente en muchos países y sociedades que han quedado reducidas en las posibilidades de desarrollo por inconvenientes propios de gobiernos intermitentes con miradas muy diversas y administraciones públicas que han sabido aplicar políticas que golpearon a las clases populares.
Es decir que la pobreza siempre estuvo y estará en las zonas más desprotegidas del mundo, con mayor profundización en sectores de América Latina, África y ciertas regiones de Asia. Lo que el virus generó es una aceleración del proceso que mantiene una brecha económica y social entre las sociedades y una profundización de medidas de proteccionismo que han aplazado el crecimiento de los sectores sociales con más necesidades básicas insatisfechas. Algo similar ocurrió con el comercio y la inclusión de mayor tecnología remota, ya que dicho cambio se venía produciendo cada vez con mayor fuerza y cobró un empuje mucho más pronunciado aún en momentos de aislamiento social, provocando nuevos negocios para muchas empresas involucradas pero al mismo tiempo una pérdida de oportunidades para comercios y trabajadores que vieron afectados sus puestos de trabajo.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) este martes pasado informó en su informe Perspectivas de la Economía Mundial que América Latina y el Caribe tendrán una expansión de 4,6% para este año, y en 2022, la región crecerá un 3,1% tras sufrir una contracción de 7% el año pasado. Los datos son positivos en apariencia pero no deja de ser un análisis macroeconómico que puntualiza en una generalización y no en los sectores más desprotegidos. Es que la Cepal comunicó la alarmante cifra de 22 millones de personas que entraron a la pobreza el año pasado en la región latinoamericana. Esto se debe a que países como Argentina, México, Ecuador o México tuvieron un incremento en ese indicador durante el año pasado entre los 6 y 8 puntos porcentuales y otras naciones como Honduras, Bolivia, Colombia y El Salvador se ubican a la cabeza en el índice de pobreza debido a fuertes incrementos desde que inició la globalización de los contagios.
En la versión mediática de la realidad, la preocupación en escena será la lucha contra el coronavirus; el temor cada vez más pronunciado y que no será reconocido como tal fácilmente para evitar mayores tragedias puede ubicarse en la incógnita de cómo será el mundo dentro de unos años si la situación de pandemia se extiende demasiado tiempo más. Claro que esa premonición no preocupa a todos los sectores, serán los trabajadores del sector informal, los temporales y los profesionales sin una oportunidad asegurada los que se vean afectados en primera instancia con el diagrama que propone el mundo de hoy. Los más chicos y las nuevas generaciones también deberán aprender muchas metodologías distintas a las que supieron utilizar sus padres.
La fisonomía del mundo laboral cambiará cada vez más y por las condiciones que impone el virus, la proyección expone que los países centrales -principalmente los nórdicos- se adaptan más rápido a un aislamiento social que parece permanente. Es que culturalmente esos países tienen una concepción mucho más individualista que los países acostumbrados a solidarizarse con sectores más desprotegidos. El desarrollo también juega su papel, con estructuras más sólidas que permiten una mejor y más rápida planificación de las medidas que pueden adoptarse año tras año cuando llegue una nueva ola del virus.
El deseo común no deja de ser que la vacuna deje en el olvido la mayoría de las palabras que aquí se escriben, de igual manera que será demasiado ingenuo creer que una vez encontrado un equilibrio contra el virus, los problemas sociales más urgentes serán resueltos automáticamente. Quizá el primer paso de victoria ante la situación actual del mundo puede ser la aceptación de que hemos perdido. Millones de personas han muerto. La vida no se recuperará y ese debe ser el motor que alimente no una misma lucha sino cientos de luchas que se unan en una misma causa, combatir las injusticias sociales en todas sus formas.
El camino individualista y liberal antes mencionado sólo será aplicable en aquellos países que cuentan con una solidez económica y social que lo soporte. Por estos lados, la realidad es mucho más compleja de resolver por la falta de proyección pronunciada. La igualdad no es una característica que se encuentre a la vuelta de la esquina y, entonces, aplicar políticas equitativas también será mucho más difícil. Es por ello que a diferencia de lo que muchos medios de comunicación intentan hacer al invitar a tomar visiones europeas sobre las políticas a aplicar, no será siendo individualistas que se salvarán más vidas, sino que es la solidaridad con uno mismo y con el otro lo que asegure menos contagios y, durante y pasada la ola, menos chicos en situación de pobreza.
Por más que el futuro pueda parecer oscuro, hay que saber comprender la diferencia entre el pesimismo y el amarillismo. La pobreza de los pueblos no nació hace un año, como tampoco la avaricia de los que se engordan en tiempos complicados. Esperar que el mundo sea mejor parece poca cosa, más bien será mejor despertar a tiempo como lo decía Friedrich Nietzsche en su poema ¡Hombre! ¡Presta atención!: “¿Qué dice la profunda medianoche?. Yo dormía, dormía. De un profundo sueño desperté: El mundo es profundo, y pensado aún más profundo que el día. Profundo es su dolor, el gozo. Más profundo aún que el sufrimiento. Dice el dolor: ¡pasa! Más todo gozo quiere eternidad, ¡quiere profunda, profunda eternidad!”. Adaptado a estos tiempos, podría decirse: hombres y mujeres presten atención y, por sobre todo, miren a su alrededor.