Qué la Santísima Trinidad, qué los Caballeros Templaros. Esta semana El Pejerrey Empedernido te hace una mayonesa de lo más interesante paseando por historias y religiones, desde su herético ateísmo. Para compensar, también te regala una receta para que la gustes a tu libre albedrío.
Tal cual ustedes todos ya deben estar anoticiados, quien me bautizó como me llaman, El Pejerrey Empedernido, fue el amigo Ducrot; creo yo, mejor dicho estoy seguro, con la peregrina idea de disimular su propia condición de tal, de empedernido, caprichoso y pecador, qué no de Peje…Fíjense si no me creen en la historia que una vez me contó: habitaba él donde “me detenía, atónito, ante un viejo palacio colonial que me hablaba por todas sus piedras, ante la gracia de una cristalería polícroma que me arrojaba sus colores a la cara, ante la salerosa inventiva de una reja un tanto andaluza en cuyos enrevesamientos descubría yo algo como los caracteres de un alfabeto desconocido, portador de arcanos mensajes. Una repentina emoción me suspendía el resuello al sentir la llamada de una fruta, la musgosa humedad de un patio, la salobre identidad de una brisa, la ambigua fragancia del azúcar prieta”, según nos dice Enrique, personaje de esa catedral de la novela que se llama Consagración de la primavera, del cubano Alejo Carpentier, con su compatriota José Lezama Lima, refundadores de nuestra lengua castellana… Es decir, vivía él (Ducrot) en La Habana, cuando con amigotes de artes y trasnochadas en el barsucho de la calle Obispo, y hasta en un antro al aire libre y sobre el Malecón, denominado “el Avioncito”, fundaron una suerte de logia secreta desconocida como los Templarios Vengadores de la Mayonesa… En sus reuniones clandestinas se zampaban rodajas de pan con untes de la gran salsa hecha a golpes de batido de yemas de huevos, discutían casi siempre acerca de fútiles cuestiones y bebían el ron que consiguiesen, cuando era Paticruzado la charla ganaba en solemnidad qué no en sobriedad, si hasta uno de sus más conspicuos miembros peroraba de memoria capítulos enteros de Paradiso y de El Siglo de las Luces; o cantaban a cappella con descaro Ayyy… La Habana será mía el día que consiga pizza caliente y cerveza fría… Pero para tomar ron no necesitaban reuniones iniciáticas, lo hacían cuando morfaban en El Conejito o en La Roca, de allá por El Vedado, o dónde y cuándo fuere… Es decir, Ducrot designó a este humilde Peje como Empedernido en una chiquilina proyección de sus aficiones: una de ellas fue el ron, otra entre las muchas y sigue siéndola, la mayonesa… Como todo Templario, los de la yema batida con la obligación de no cortarse fueron herejes, tanto que si hubiesen vivido en la Europa del siglo XIV y los cachaban los curas esbirros del francés Felipe el Hermoso por ahí les hacían pasar las de Caín, tal cual las sufrieran Jacques de Molay y sus seguidores del Templo o del temple, acusados de pisar la cruz, putear a Jesús y de gustar del amor y el retoce entre gentiles caballeros; qué los de la turrísima Inquisición jamás se privaron (ni privan) de maldad alguna… ¡Pero nooo, qué va! Los integrantes la logia mayonística, que a cierto modo espurio de mayéutica socrática apelaban toda vez que le daban a la parla sin detenerse, los integrante de aquella hermandad que muchos años después reaparecieron en la Santa María de los Buenos Aires, barrosa que fue, depredada que es, ninguno de ellos profesan ni fe ni religión, tanto que en entre batido y batido de rojiamarillas sustancias huévicas con meticulosa, cuidadosa, casi amorosa incorporación de aceite, sal y jugo de limón, se han dedicado a estudiar asuntos tales como aquello de la Santísima Trinidad, con el arribo concluyente de que la existencia de tal construcción dogmática podría obedecer: a los errores en la traducción textos antiguos, cometidos por los redactores del credo, primero adoptado por el Concilio de Nicea del 325 y luego por los del de Constantinopla, en el 381, cuando metieron en el balurdo al Espíritu Santo, heredero de los antiguos hálitos herméticos… O directamente a un forma más o menos solapada de disimular deslumbramientos éxtasis politeístas (y si observan con picardía, por qué no poligámicos)… Siempre le preguntó yo a Ducrot por qué en esos delirios ustedes se meten sólitos, sin que nadie los llame, por sectarios y fundamentalistas, como todo Templario, en vez de dedicarse a elaborar un tratado mayéutico mayonésico, que tanta falta le hace a la humanidad; y hasta les ofrezco el siguiente programa de trabajo: I.- Para cuando se elabora en casa es necesario contar con índex recomendatorio que permita evitar el trágico “se me cortó la mayonesa”, el desgraciado instante que la señorita yema y el señor aceite toman atajos diferentes, no se ligan, no se entreveran en un solo y único unte, pese a que sobre caprichosas dualidades, y por tres, ya vimos lo suficiente… ¡Ahhh! y que el Altísimo o el Bajísimo no les permitan ustedes caer en el pecado capital que proponen unos cuantos artilugios telenoveleros que se interrogan con cuestiones como “qué hacer cuando la mayonesa se nos corta”. ¡Nada! Hay que aceptar la realidad y no creer en supercherías heréticas…II.- Si aspiramos a comprarla en el boliche de la esquina o donde fuere, pero por amor y caridad por favor insistan en aquello que sostengo y reitero cada vez que me queda a tiro: no al maléfico supermercado, esa suerte de recinto perverso que la farolería garca vende como panacea del homo consumere… Si la compran hecha, y las hay muy pero muy buenas, apuntad a las concebidas con fulgores artesanos y entre ellas me atrevo a recomendarles aquellas que, dicen Ducrot y los Templarios habaneros del siglo pasado resurrectos a orillas del Río ancho color dulce de leche, son las mejores de por estas comarcas: la elaboradas por Mariano Carballo con la marca Arytza que también propone mostazas, criollas, barbacoas y chimichurris, todas salsas que merecen ser degustadas en el Colón…III-. Y no debe faltarle al tratado propuesto algún revuelo Summae superior a la del mismísimo Boecio, que nos ilustre a todos y a cada uno de los pejes y humanos de la Tierra acerca de la multiplicidad de posibilidades que ofrece ella, sí, la Diosa Única de las Salsas, la Nefertiti del sabor, la Reina Mayonesa: por ejemplo, la misma Arytza las propone en versión más Clásica que el Partenón y Pericles juntos, al jugo de limón; otra en danza con Ajos y una definitiva que es Ahumada; pero también tengan en cuenta la posibilidad de combinar una casera con licuado de chiles o ajíes picantes en arrumacos de miel; o la que ensayamos cierta noche de luna llena entre las marejadas secretas del Tuyú, batida con su jugo de limón pero entreverado con algo poco de caldo de cangrejos; u otra final enhebrada con hilos casi dorados de hinojos asados… Y la Summae podría seguir, pero no, hasta aquí por hoy, no vaya a ser cosa que los Templarios de La Habana y Buenos Aires se embronquen por la mía tanta cháchara; por eso tan sólo les recuerdo que sin ella no podría existir la Golf, marplatense que dicen los que dicen, tan compañera fiel aunque melindrosa para un platillo de camarones frescos y palta en rodajillas de relojería Art Déco, al gusto de los anticuados pero con claridad; y una dulce, sí dulce, que el amigo ya conocido, no lo nombraré aquí otra vez, jura y recontra jura que se mandaba de niño, sobre pan tostado, con un vaso gigante de soda y unas gotas de tinto… Por los Templarios Vengadores de la Mayonesa, esta vez con un Torrontés de punta, filo y contrafilo… ¡Salud!
Texto tomado del sitio Socompa. El Pejerrey Empedernido es heterónimo de Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. Tiene a su la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática, en la cual integra el Consejo Académico.