El aliento da paso a la respiración cuando una injusticia que se repite tiene un final feliz. Esa fue la sensación que invadió el escenario ante la reciente desaparición convertida en hallazgo de Maia Yael Beloso, la niña de siete años que fue intensamente buscada luego de que un hombre la llevara desde Parque Avellaneda hasta Luján, en una bicicleta; y nótese que la nominamos con su nombre y no como M, pues quizás con buenas intenciones, esa decisión dirigida a los medios, después de días de exposición contante, no sólo no protege a la víctima sino que le quita lo que, en su caso, es lo único que tiene, en medio de una vida sometida a la indigencia y a la invisibilidad. El caso dejó un sinfín de análisis posibles acerca de la cobertura mediática que proponen los medios de alcance nacional y una muestra de que la lucha por la desarticulada y licuada Ley de Medios siempre tuvo el sentido de desvelar las verdades establecidas como normas que son simplemente opiniones y que en muchas ocasiones ni siquiera forman parte del imaginario social. Y nace el interrogante inevitable: ¿Por qué lo que leemos, vemos y escuchamos cada día en los medios nos logra definir como sociedad? ¿Lo hace, en efecto?
Por Carlos M. López / Para que una demanda de la sociedad se constituya como tal debe existir una equivalencia entre los sujetos que la conforman. Los medios de comunicación no son artífices de esas construcciones, pero sí -y más aún en lo estrictamente político- son motores fundamentales en la generación de una agenda mediática que busca imponerse por encima de las demandas que posee la sociedad como conjunto. La radio, la televisión, los portales digitales y las redes que son o funcionan como tales, dicen saber qué ocurre y qué se quiere, generando en la inconsciencia de quien observa y se informa que inevitablemente si algo está publicado es porque sucedió de tal manera. Es que no es posible leer todo el tiempo entre líneas como tampoco es posible analizar psicológicamente cada situación cotidiana en el momento que ocurre.
Por momentos parece difuminarse la agenda mediática como parte de una opinión pública, cuando en realidad pueden relacionarse, pero nunca fundirse en una misma concepción. Los medios de comunicación hegemónicos durante tres días completos de la pasada semana cubrieron las pantallas y los titulares con la desaparición de Maia. Durante la búsqueda se apuntó contra el operativo, se tocaron temas estructurales diversos y finalmente, ante la aparición con vida de la niña, se volvió a hacer foco en la desidia que genera pobreza en miles de menores.
La pobreza existe y no es ésa la cuestión en debate aquí. Lo sorprendente es la facilidad con la que el periodismo cambia de faceta dependiendo el momento en el que se busquen determinadas intencionalidades. La falta de información veraz, las fuentes anónimas que entregan datos al aire, la responsabilidad de la madre de Maia, el prontuario del hombre sospechado de secuestro, las conjeturas judiciales más descabelladas, todo es parte de un gran acto que no tiene como objetivo la búsqueda de la verdad, sino que sólo busca entretener. Sí, hay que decirlo, la desaparición de una niña se utilizó día y noche para debatir causas y consecuencias superficiales con entretenimiento. Es cruel, de igual manera que lo es la dura realidad de la calle a la que se menciona como el objetivo a erradicar y en la que transitan los niños que no tienen un techo.
Precisamente ese antagonismo entre las ideas y los hechos son los que exponen la crudeza de la participación de los medios. “El periodismo ha sido una pieza fundamental”, expresó el abogado de la familia de Maia luego de la aparición. La frase buscada durante largas 72 horas estaba consumada, no hacía falta agregar nada. Pero sin importar esto, el debate aún continúa, porque ahora esos mismos periodistas que comandaron la búsqueda mediática quieren resolver el caso, en vivo y en directo, sin ningún apoyo judicial que aburra a la audiencia y con la seguridad de que la verdad es esa cosa que se puede diseñar a medida.
Pasado el show, los temas volvieron a ser el futuro de la economía y las vacunas contra el Covid-19, sobre todo después de la última cadena nacional emitida por el presidente Alberto Fernández del jueves pasado. Diferenciar entre las diversas formas en las que la opinión se presenta se ha vuelto una herramienta para interpretar qué exponen y qué callan los medios de comunicación a partir de decenas de variables que no conocemos públicamente y que son definidas puertas adentro. La opinión no siempre es pública y lo mediático no siempre es social, de la misma manera que lo político no es sólo a quien votar en una urna.
El método capitalista productivo de supervivencia más efectivo en el mundo es la división. La desigualdad es uno de los fundamentos que permite que el propio sistema se reproduzca, con lo cual difícilmente se busque la verdad en los medios masivos de hoy en día, sencillamente por la razón de que la unidad destruiría el artilugio mediático. Existe un mercado coaccionado que se muestra libre y existe un periodismo dirigido que se muestra independiente. La receta capitalista aplica al trabajo, a la bolsa de valores, al periodismo; todo es producto y servicio. Es por esta razón que hablar de pobreza, de falta de oportunidades o de cualquier demanda social en los medios hegemónicos no es más que cultivar una llama pasajera que entretiene, y divide en aquellos casos más efectivos.
La exposición de un caso como el de Maia, lejos de visibilizar una realidad la excluye, la ubica en un pedestal del cual quedan aislados otros cientos de casos. Entonces lo que parece ser una solidaridad con una desaparición se vuelve una presencia agotadora de desinformación que llena pantallas, titulares y hojas de simples comentarios. Cuando en los medios se habla en nombre de la profesión periodística, es cuando la búsqueda de la verdad muere porque es precisamente -cómo lo supo hacer Rodolfo Walsh- asumiendo un rol, una postura determinada y un punto de vista lo que permite acercarse a una posible verdad, que incluso quizá no sea la única pero que será suficiente en el marco de una hipótesis y bajo un contexto estudiado como objetivo.
El periodismo masivo entonces es así como toma una pequeña parte de la realidad y la vuelve única, irrepetible, cuando la pobreza infantil, los femicidios, la desigualdad social en la Argentina y otros flagelos van mucho más allá de un caso testigo. La verdadera preocupación mediática podría hacer énfasis en el largo camino de ininterrumpidas decisiones que llevan a un niño a la condición en la que se encontraba Maia. En los próximos días poco se oirá de Maia y los niños que sufren en el suelo argentino. La ola pasó y los temas políticos en un año electoral se volverán a reciclar. También las esperanzas, porque así funciona la rueda invisible que se empuja en las sociedades actuales.
Entonces el debate sobre la opinión pública se puede llevar a los medios y entonces la realidad mediática en la Argentina puede discutirse durante horas, pero no será hasta que se reformulen nuevas visiones desde lo educativo y político-social que exista realmente una nueva mirada acerca de cómo se cuenta el mundo. El periodismo propone una visión donde el ejercicio es ser un testigo que existe y que observa desde un ángulo determinado. En base a esto, la gran incógnita seguirá siendo cuanto más partícipe pueden ser los hombres y mujeres que hoy representan a los medios de comunicación y cuánto más testigos no invisibles.
La agenda pública hoy es más política que comunicativa, por lo que el periodismo dejó de expresarse hacia un otro para pasar a hablarse a sí mismo y obedecer líneas predefinidas. Líneas que provienen de la esfera privada y que invaden lo público. Y es que lo privado no es meramente nocivo, pero jamás será público. Por más que lo tecnológico y los medios sociales cambien ciertas formas y reformulen nuevos métodos, el viejo cuarto poder sigue estando presente como decisor de las definiciones acerca de lo que es periférico y lo que es central.
Es por ello que el poder popular debe ser masivo y colectivo para exigir una demanda que no sea callada. Y las demandas (como la lucha contra la pobreza) estarán vivas por las almas que las luchan, no por aquellas pocas visiones que las exponen. Informarse no es abrumarse y cuestionarse no es oponerse. Por más que lo mediático, que nace en la concepción privada, quiera hacer sentir que el camino de lo público es único y pasa por lo que ocurre al aire, la única realidad posible existe en la calle; camina y se mueve dando pasos en falso cada día. Detectar esos pasos y corregirlos para no repetirlos o caer en lo absurdo, sí es una cuestión pública de la cual los medios de comunicación por más que lo intenten no quedan excluidos.