«El periodismo es libre o es una farsa», escribió alguna vez Rodolfo Walsh. Más de cuatro décadas después de su lucha incansable finalizada con la «Carta abierta a las Juntas Militares», la historia de los medios de comunicación en la Argentina se pierde en la ausencia de valentía y pasión. Todo parece ser un conjunto de fake news pero al mismo tiempo se le da el valor amenazante que esconde. La falta de profundidad y la desmedida actuación de amarillismo provoca aversión al seguir a muchos de los medios que se nombran independientes -como si fuera posible- y actúan como lo son, dependientes.
Por Carlos M. Lopez / Por ahora, y sólo por un tiempo más, los medios tradicionales convertidos en digitales siguen apuntando a ciertas edades (mayores) y estratos sociales que aún se convencen de la verasidad de lo que leen o ven casi con una inmediatez que le gana a la sinapsis.
Los y las pibas hoy se informan de otra manera, más rápida, fluctuante y estrictamente digital. Esto conlleva una alegría y una preocupación. Desde un punto de vista, los medios tradicionales tendrán que elaborar nuevos mecanismos porque inculcar sobre lo que está bien o mal ya no es tan fácil o efectivo como antes. La desventaja, de manera ambigua, es que la profundidad de las temáticas parece desvanecerse. El debate se vuelve cosmético, casi improductivo.
Al recorrer los portales de noticias con más visitas del mercado (sí, otra cosa masiva no hay) no se encuentran debates reales. Hay gente enojada, que se putea entre sí, ya sea por cuestiones políticas o respecto de cualquier cosa, hasta por cuál es la mejor pizzería de la ciudad, por ejemplo. Periodistas que hablan sin decir y muchas publicidades. Con el paso de los años el periodismo murió en esa lógica. No hay demasiado lugar para ningún análisis político cultural que ponga sobre la mesa autores que no tengan su canal de YouTube. Lo noticioso es lo violento, brusco o doloroso. Entonces quizá sea momento de reconocer que el periodismo ya es la farsa que Rodolfo nos alertó. Cómo sortear esto o qué vendrá después para revalidar el lugar del llamado cuarto poder será otra discusión.
Pasado el 2000 los medios del país que comandaban la agenda buscaron golpear desde lo oculto. Las notas periodísticas del momento apuntaban a establecer un debate que escondía una posición poco clara pero convincente.
Por aquél entonces, desde nuestra Facultad de Periodismo de la UNLP se alertaba sobre la dialéctica comunicacional de la modernidad y sus derivaciones, a partir del modelo teórico Intencionalidad Editorial (IE), aplicable a la producción y al análisis de contenidos mediáticos. Se ponía en evidencia el carácter falaz, mítico, aquella “objetividad” de la que hablan los artefactos comunicaciones del sistema de dominio, a la vez que se corría el velo que cubre a todas las formulaciones ideológicas – el periodismo es una de ellas, y poderosa -, la “parcialidad”.
Hoy, el mal llamado periodismo independiente no se esconde; se presenta frente a todos y trata de recordar cuál es el único camino posible para los mortales. Se descubren a sí mismos, se impuso la la vigencia del modelo IE.
En términos políticos, llegar a esta reflexión no fue un camino rápido. La lucha por la Ley de Medios, desactivada con impudicia por el gobierno de Mauricio Macri, puso al desnudo a los multimedios más grandes de la región, que tomaron nuevas agendas, como la lucha del movimiento de mujeres y otras sentidas por amplias capas sociales, pero con la intención de vaciarlas en sus contenidos democráticos y cuestionadores del orden reaccionario imperante.
La semana pasada una nota periodística aparecida en el entramado dominante y titulada «A los 50 años emigró a España y en una semana consiguió trabajo: ‘Cada día que pasa pienso lo bien que hice en irme’, es un ejemplo de lo mencionado. La intención sigue siendo instalar que irse del país es la salida más rápida y efectiva para quienes sufren la crisis por nuestro suelo.
Lo que el título no indica es que la persona citada posee una carrera de grado y 15 años de experiencia en la industria frigorífica. No importa, el objetivo estaba consumado. El diario Infobae presiona sobre esta idea pero no investiga las cientos de personas que apuestan a la Universidad Pública o que se forman buscando salir de situaciones sociales y económicas vulnerables. La intención es incluir a la clase media en el odio, en la vocación por dejar el país, no por elección feliz, sino como repudio al presente. Odio por amor.
Y pese a que por Europa parece estar el futuro, también pasan cosas por allá. «Podemos tiene razón por varias cosas. La principal, porque los medios de comunicación no son entes que sobrevuelan el bien y el mal como en sus sueños más oníricos se ven a sí mismos. El mito fundacional del periodismo es aquél donde el poder, a un lado, y la ciudadanía, al otro, tienen a un ser supremo que vigila a los primeros y vela por los segundos, de forma un tanto paternalista. Nada más lejos de la realidad, los medios de comunicación son sujetos activos en la vida y la política. Otro más. Y como sujetos que son, tienen intereses marcados por los jefes del medio que hoy día son grandes grupos empresariales, bancos y otros fondos de inversión. Y en tanto que se dedican a criticar, ¿por qué no pueden ser ellos criticados? ¿Por qué un medio puede decir lo que le plazca sobre quién le plazca sin casi ninguna consecuencia en caso de estar equivocados o mentir descaradamente pero no pueden soportar ni un breve comentario negativo sobre su trabajo?», escribió la semana pasada en su columna el periodista español Carlos Natera Sánchez, quien forma parte de El Salto, un medio que busca alejarse de las billeteras de las corporaciones.
Y continúa: «Los medios hablan de la ropa de las ministras, de si van peinadas o no, pueden insinuar que los diputados de Podemos son unos hippies que no se duchan, pueden anunciar a bombo y platillo conexiones con maquiavélicos regímenes autoritarios de otros continentes sin aportar ni una sola prueba. Dan voz a opiniones machistas, profundamente malsonantes, lavan la cara a fascistas en sus tabloides… pero que nadie tenga el santo valor de decir que algo que hacen no está bien, que estará cometiendo perjurio contra la democracia».
El fin de semana pasado, la marcha opositora en la Argentina demostró este mismo mecanismo. Los medios opositores promulgaron que se salga a las calles y pusieron en juego mucho más que una movilización.
Sin embargo, cuando en la movida aparecieron bolsas negras simulando cadáveres con nombres de dirigentes políticos, los medios que esperaban el gran (y lamentable) sacudón del Estado tuvieron que alejarse de su primera postura editorial.
Las bolsas mortuorias fue demasiado, no vaya a ser cosa que alguien crea que los mismos periodistas que controlan la agenda mediática ahora son personas con corazones oscuros. La vida no se negocia, cómo vivirla y con quién sí.
El debate de los medios es y será mundial. Lo fue en los Estados Unidos, lo es en España ahora con las denuncias de Podemos por múltiples noticias falsas. Y el mecanismo siempre es igual y la lucha de poder siempre enfrenta a un puñado de corporaciones y los grupos sociales y políticos que no aportan lo que el sector financiero espera o quiere.
Las corporaciones son cada vez más poderosas y cautivan más fondos en múltiples disciplinas al mismo tiempo. Los únicos perdedores en esta realidad social / mediática es el pueblo, los usuarios casi sin derecho ante el poder de la palabra cautiva. Los ganadores, los periodistas que cobran y callan pero sobre toda la trama empresario política, propietaria de la comunicación hecha corporación impune.
El sistema es perverso y poco a poco vamos contribuyendo a ese juego sin casi darnos cuenta. Esta semana los femicidios son noticia casi al pasar. Y no es que no ocurran, es que ya no venden. Un tema con tanta tela cultural y machista para cortar puede enojar y aburrir a los jefes de redacción si se trata más de una semana. El plano político (que tanto extrañaban los medios) y las luchas en las calles coparon la parada de las tapas más sensacionalistas.
Y es en ese mar de olas turbulentas que los medios de comunicación no se pueden dar el lujo de ser malos, y si lo van a ser, entonces debe reinar el enojo y la frustración porque de esa manera cualquier exabrupto de la palabra será aceptado.
Una vez, una profesora universitaria de filosofía levantó sus cejas por encima de los anteojos, detuvo la lectura y explicó a la clase: «Si uno empieza con eso de que el pasado fue mejor y lo nuevo no sirve, pueden pasar dos cosas: o se está pasando por un momento de fuerte melancolía o simplemente se han vuelto viejos».
En una era en la que la alarma se enciende por los métodos y la digitalización a la que los jóvenes son expuestos e invitados todos los días, prefiero pensar que quizá, en un futuro no tan lejano, de algo va a servir.
Que los y las jóvenes son el único combustible posible para dar vida a luchas que peligrosamente se muestran más económicas que culturales.
Los medios de comunicación generan la estúpida atracción de que lo que pasa está en los titulares. Nada puede ser más falso. Los medios y sus agendas son una ínfima parte de lo poderosa que puede ser la vida de esos jóvenes que poco a poco rechazan el establishment y proponen nuevas formas de debatir y mejor aún, de comprender al mundo que nos rodea.
Aunque parezca redundante decirlo en 2021, los medios son una construcción, una visión intencional y por último, una expresión de sinceridad como estas líneas lo intentan ser. Cuanto más propia sea la visión, más riesgo habrá. Y cuanto más conspirativas sean las palabras, más farsa entrará por nuestros ojos y oídos.