A raíz de la presencia en aguas del Atlántico Sur de un submarino enviado por el “democrático” presidente de Estados Unidos y empleado de los fondos buitres de Delawere, Estado paraíso fiscal del cual el mandatario proviene, y con apoyo de fuerzas británicas, bien vale el recuerdo de la postura del entonces senado y hoy ocupante de la Casa Blanca, en 1982, en pleno conflicto en Malvinas. Por eso cuando la corrección política supuestamente progresista celebra el triunfo de Biden sobre Donald Trump poco ejercicio sobre memoria histórica hacen.
El presidente electo de EE. UU., Joe Biden, en una entrevista en 1982 previo al desarrollo de la guerra por las Malvinas afirmó que “es claro que Inglaterra tiene razón”.
Al momento de la entrevista Joe Biden era senador por el Partido Demócrata. Allí afirma que “es claro que el agresor es Argentina y es claro que Inglaterra tiene razón, y debería ser claro para todo el mundo a quién apoya Estados Unidos”.
La entrevista se produce posterior a una reunión informativa con el Secretario de Estado de EE. UU. donde participó. “No creo que mi resolución llamando al Congreso a expresar públicamente el apoyo a la posición británica lo único que hace es ayudar”, declaró en ese momento el actual presidente electo en EE. UU..
También afirmó que “la cuestión es que nosotros, a mi parecer, vamos a perder mucho más si no nos definimos por nuestros principios y a favor de quienes han sido nuestros aliados, y si no apoyamos la alianza que es la más importante para Estados Unidos”.
Así los recordaban a principio de este mes el sitio La Izquierda Diario y otros medios.
Respecto de la reciente presencia de un submarino de Estados Unidos en aguas del Atlántico Sur con apoyo británico resulta interesante reproducir dos textos periodísticos antagónicos, uno que interpreta los hechos desde un perfil cercano al gobierno de Alberto Fernández y otro crítico por derecha en boca del último canciller de Mauricio Macri.
El colega Claudio Mardones publica hoy en Tiempo Argentino lo siguiente.
Submarino en Malvinas, un capítulo de la guerra fría de EE UU con China y Rusia. Es la lectura que hace la Cancillería argentina sobre la nave de guerra que pasó por las islas. El alerta del gobierno argentino ante un nuevo «chispazo» en la relación.
El paso del submarino nuclear norteamericano USS Greeneville frente al mar argentino y el apoyo que recibió en Malvinas de un avión de la marina británica se conoció por una decisión manifiesta de los Estados Unidos. La ventilación pública de esas operaciones, según interpretaron en la Cancillería argentina, fue a propósito. Es parte de una demostración de fuerza bélica destinada a China y Rusia. No pasó inadvertida ante la buena relación del gobierno argentino con Moscú y Beijing porque está enfocada en «instalar la persecución de la pesca ilegal de origen chino como un nuevo problema de seguridad hemisférica».
Sucede en un momento donde la salida del Reino Unido de la Unión Europea preocupa a los kelpers y debilita la resistencia de su administración colonial frente a los reclamos de soberanía argentinos.
El despliegue militar se concretó este jueves. Lo protagonizó un submarino nuclear clase «Los Ángeles». Es el segundo ruido diplomático en lo que va del año entre Argentina y Estados Unidos. El primero se registró hace dos semanas luego del fallido amarre en Mar del Plata del buque cortador (cutter) de la Guardia Costera USGC Stone, como parte del ejercicio Cruz del Sur, realizado en forma conjunta con Guyana, Brasil, Uruguay y Portugal. Este diario contó el fracaso del acto protocolar que desnudó que la nave más moderna de esa fuerza no navegó aguas argentinas porque la Cancillería le advirtió que no podría ejercer su poder de policía y patrullaje como lo había hecho en sus destinos anteriores.
Dos semanas después, hizo su aparición el USS Greeneville frente a las Islas Malvinas, cuando el gobierno kelper desarrolla una estrategia de revinculación diplomática para mitigar el impacto negativo del Brexit. En el Palacio San Martín sospechan que la nave también visitó las Islas como parte de un pedido de Londres para reforzar la presencia militar británica apostada en la base de Mount Pleasant, a escasos kilómetros de Puerto Argentino. Esa fuerza de ocupación colonial también es denunciada como otra poderosa protección de la pesca ilegal que bordea las aguas argentinas y aprovecha el puerto uruguayo de Montevideo para continuar con su tráfico.
Las operaciones del USS Greenville fueron publicadas desde la cuenta oficial de tuiter del Comandante de las Fuerzas Submarinas del Atántico de la Armada norteamericana (@Comsublant). Apenas la noticia surcó el cyberespacio, el gobernador de Tierra del Fuego, Gustavo Melella, repudió la novedad desde su cuenta personal pero, según supo Tiempo, usó las redes sociales antes de comunicarse con la Cancillería para unificar un mensaje.
Todos citaron el tuit del comando atlántico de la US Navy, pero según pudo comprobar este diario, la nave nuclear no forma parte de esa flota de guerra sino de los 25 sumergibles de ataque del comando de submarinos para el océano pacífico, con base en Pearl Harbor, Hawaii. Esa fuerza se completa con ocho naves de misiles balísticos nucleares, conocidos como «boomers» y dos de misiles guiados.
El ministro de Defensa, Agustín Rossi, en declaraciones a la prensa no descartó que el USS Greeneville lleve armamento nuclear además de la propulsión que genera su reactor. Sin embargo, su procedencia aporta otra pieza al rompecabezas geopolítico que se construye con estos movimientos de ultramar. El Comando Sur del Pentágono asegura que el núcleo más grande de la flota de pesca ilegal de origen chino está ubicada en el Pacífico, frente a las costas de Ecuador, pero en aguas internacionales.
¿El USS Greeneville formó parte de la Operación Cruz del Sur que protagonizó el USGC Stone hace dos semanas? ¿Ambas fuerzas trabajaron en forma conjunta para este ejercicio que no pudo navegar por aguas argentinas? No hay información oficial al respecto y los voceros del Departamento de Estado apagaron sus teléfonos, pero hay documentos oficiales que aportan indicios en esa dirección y anticipan lo que vendrá.
El plan de navegación 2021 de la Armada de los Estados Unidos (US Navy), publicado hace un mes por el jefe de operaciones navales, almirante Mike Gilday, habla de un nuevo enfoque. Define que intervendrán con una fuerza conjunta integrada por la US Navy, sus Marines y la Guardia Costera. En su diagnóstico, Gilday sostiene que tanto China como Rusia «están intentando controlar injustamente el acceso a valiosos recursos marinos fuera de sus aguas de origen. Ambos intimidan a sus vecinos y hacen cumplir las reclamaciones ilegales con la amenaza de la fuerza». Sostiene que «para lograr sus objetivos estratégicos, China está construyendo agresivamente una armada para rivalizar con la nuestra. Posee la flota más grande del mundo y continúa construyendo modernos combatientes de superficie, submarinos, portaaviones, barcos de asalto anfibios y cazas de próxima generación». Con esa inversión «para desafiar las ventajas de Estados Unidos, China es nuestra amenaza estratégica a largo plazo más urgente», insiste el paper.
Respecto a Rusia, también advierte que «está modernizando sus fuerzas convencionales y sus fuerzas nucleares estratégicas» con el desarrollo de «fragatas de misiles modernas, aviones de combate y bombarderos, misiles hipersónicos, armas nucleares y submarinos modernos. La Armada rusa está expandiendo sus operaciones a nivel mundial y desplegándose más cerca de nuestras costas. Mientras tanto, continúan atacando nuestras redes informáticas. Rusia -señala Gilday -seguirá socavando el orden basado en reglas y amenazando a nuestra patria».
La combinación de los Marines, la US Navy y la guardia costera es parte de la estrategia de «Poder naval integrado en todos los dominios» que estrenó el Pentágono en diciembre, en la última etapa del gobierno del republicano Donald Trump. Según su definición, «juega un papel vital para abordar los desafíos planteados por la competencia a largo plazo con China y Rusia». Posiblemente, no tendrá cambios durante la administración de su sucesor, Joe Biden, que todavía no cumple su primer mes como presidente, pero ha destinado buena parte de sus discursos a cuestionar a China.
Este viernes hubo señales en ese sentido. El vicealmirante de la Guardia Costera, Steven Paulin, ofreció una conferencia de prensa sobre la Operación Cruz del Sur. Aseguró que su país «está preparado para responder ante cualquier eventualidad relacionada a la pesca ilegal que se le pueda presentear y hacerlo en colaboración con los países de la región latinoamericana».
Las propuestas de Washington no hacen mención a los controles argentinos en la Zona Económica Exclusiva Argentina (ZEEA). De acuerdo a datos provistos por el Ministerio de Seguridad, el año pasado hubo tres capturas de barcos ilegales. Dos eran de origen chino y uno de Portugal. Uno de ellos tuvo una multa de 97 millones de pesos y fue la primera aplicación de las multas que actualizó el Congreso en 2020.
Por su parte, ayer en La Nación, Delfina Galarza entrevistaba al ex canciller de Macri, Jorge Faurie, declaraciones de las cuales reproducimos lo siguiente:
Este episodio no deberíamos desconectarlo del patrullero norteamericano USCGC Stone que no pudo realizar la actividad prevista en aguas argentinas.
La travesía del buque se enmarcaba en la Operación Cruz del Sur de la Guardia Costera con el objetivo de reforzar las alianzas regionales de seguridad marítima y combatir la pesca ilegal no declarada y no regulada (INDNR).
La Argentina le negó el ingreso alegando cuestiones de la pandemia, pero el buque venía entrando en casi todos los puertos de América Latina y nosotros dijimos que no. Bajo un sesgo ideológico este Gobierno le prohibió la entrada, aunque permite toda la operativa abusiva de los chinos. Hay que leer que este buque nuevo tiene un equipamiento que hubiera permitido recabar elementos que dan cuenta de la presencia de buques chinos en aguas argentinas. Sin embargo, la labor de inteligencia no es solo de Estados Unidos. Aquí no solo hay intereses comerciales en juego, sino que los chinos también obtienen, tal como Japón y España, por ejemplo, información sobre los recursos pesqueros en el mar.