En medio de una crisis que se profundizó por la expansión del coronavirus en el mundo, muchas otras personas mueren como consecuencia de una violencia que hasta ahora ni la Justicia ni en el plano político se logra resolver. Los femicidios de Úrsula Bahillo, Jésica Viviana Palma, Noelia Vanina Sánchez y Yesica Paredes (por nombrar algunos de los más recientes casos) duelen tanto hasta el punto de generar indignación y enfrentamientos en las calles, con vecinos y vecinas que claman por una histórica falta de contención que nunca llega. De igual manera, las muertes menos atractivas para las portadas mediáticas demuestran la fragilidad de cientos de pibas y pibes que en la Argentina tienen un destino supuestamente predestinado a la exclusión y el olvido. ¿Qué sería de nuestro mundo si los millones de dólares que hoy las farmacéuticas ganan con la fabricación y venta de vacunas en algún momento fueran invertidos en los sectores más desprotegidos? Quizá no seduciría a los mercados; o quizá tendríamos menos Wall Street y seríamos más felices. Vaya uno a saber…
Por Carlos M. López / Ocupar la agenda mediática con temas cosméticos es casi un deporte certificado en la Argentina. Encender el televissor puede llevar en la mayoría de los casos a escuchar un sinfín de gritos y acusaciones interminables sobre la vida de Messi, los problemas en el fútbol argentino, la inflación que otra vez decidió competir con el dólar, la solución mágica al Coronavirus y cómo el tan nombrado “comunismo” amenaza a un capitalismo en el que los pobres se cuentan de a millones.
En paralelo, como una vida que nos pasa por delante, las problemáticas que afectan a cientos de argentinas y argentinos siguen transcurriendo como antes de la pandemia.
Las mujeres siguen siendo asesinadas, con más casos registrados que días en el calendario del 2021. El último, conocido el lunes pasado por la noche, el de Úrsula Bahillo en la localidad de Rojas, vuelve a remarcar que con la denuncia no alcanza, por el simple hecho de que los efectivos policiales y luego la Justicia no cubren con la asistencia que las mujeres requieren ante casos extremos de violencia y persecución.
Patricia, madre de la joven asesinada, brindó un testimonio que destaca lo que muchos sienten por estas horas: “Este hijo de puta me la manoteó y la apuñaló, cuando ella pidió auxilio la Policía no actuó. ¿Por qué esperaron a que mi hija estuviera en una morgue?», expresó.
Somos parte de una nación que necesita ver la destrucción para actuar y esperamos muchas veces la acción desde el lugar equivocado, desde donde jamás existirá un guiño a la felicidad de las grandes mayorías.
La prevención parece no logra consolidarse como parte del modelo que rige en nuestro territorio.
Luego de conocerse los hechos, comienzan las expresiones de dolor pero las responsabilidades reales tardan en salir a la luz.
La Comisaría enunciará sus razones.
Los fiscales y los jueces que no aplican las razones del buen entendimiento harán uso de la jurisprudencia para objetar cualquier posible corrección.
Pero la madre seguirá sin su hija, y sin una reparación que cada vez se hace más difícil encontrar.
Años atrás investigué en este medio los casos presentados en 2013 en un habeas corpus por el ex defensor penal juvenil de La Plata, Julián Axat, sobre la dudosa muerte de menores en estado de vulnerabilidad social, luego de reiterados casos de accionar policial desmedido.
Pibes como Omar Cigarán, Sebastián Nicora o Rodrigo Simonetti murieron porque no existió ninguna contención.
Luego, cuando mediáticamente se revisaron las causas, en todos los casos se halló el mismo inconveniente en busca de la verdad: los niños eran pobres, por lo cual nadie pensó que sería necesario investigar sus muertes, porque inevitablemente son menores que eligieron el llamado “mal camino”.
Lo que muchos obviaron en ese momento es que sin importar las condiciones sociales y económicas esos chicos habían sido asesinados, incluso con complicidad de médicos que ocultaron las pruebas de autopsias.
Tal fue el caso de Nicora, sobre quien su muerte figuró durante años como consecuencia de un fuerte golpe en la cabeza, el que, sospechosamente, en una segunda autopsia fue relacionado a una bala alojada en su cráneo.
Me remonto a estas historias porque la mecánica de la impunidad en la Argentina se repite una y otra vez, tal al como ocurrió con Candela Sol Rodríguez, secuestrada el lunes 22 de agosto de 2011 en Villa Tesei y asesinada en un caso con complicidad policial demostrada por la Justicia.
Este caso contó con una movilización popular que mantuvo su correlato en la vereda política: la investigación que en su momento llevó a cabo el Senado de la provincia de Buenos Aires fue ejemplar a la hora de señalar la trama de complicidades políticas, policiales, fiscales y judiciales en el amparo de la violencia que castiga a los más pobres.
A veces parece pareciera que no es la Justicia la solución más próxima a los ataques que terminan con la vida. Y ello en índice de que nuestra sociedad está en graves problemas.
Hay casos muy visibles que hacen que esa sensación de desprotección judicial vaya en aumento. A fines del mes pasado, la magistrada Marta Beatriz Aucar de Trotti, a cargo del Juzgado en lo Civil y Comercial Nº 19 de Resistencia, en Chaco, acompañó un pedido de suspender la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en la provincia.
Resistencias de ese seguirán apareciendo y la lucha se volverá a redoblar. Se trata entonces del próximo capítulo de un debate que ya fue ganado en el plano legislativo y que ahora debe jugarse en el cultural.
En tanto, las muertes silenciadas que principalmente afectan a las mujeres no son tratadas con la urgencia que merecen.
Y un elemento central en esa ilógica: Existe un abismo entre la supuesta “realidad” que muestra la TV y la que respiran miles de jóvenes en las calles, todos los días.
Así como las familias de los pibes de las causas que denunció Axat se cansaron de denunciar la persecución policial y Candela apareció en un basural, Úrsula avisó por Twitter e Instagram que su final se acercaba y dejó el mensaje de “hacer mierda todo” en caso que “no vuelva”. Es que romper todo es la expresión de una desilusión que se muestra y se oculta según la paciencia que permite el termómetro social.
Ya la denuncia pública no alcanza.
Es necesario que se ponga en marcha una constante y cada día ampliada movilización social, como la protagonizada por millones de mujeres durante años, que logró el aborto legal, seguro y gratuito.
Los femicidos y la violencia sistémica contra las mujeres, los jóvenes y los pobres merecen y necesitan una misma convulsión social y cultural, para que la política y la Justicia entiendan.