Qué hay generaciones enteras – algo viejardas ya, es cierto – que no pueden oír hablar de espinacas sin recordar a Popeye, el marinero, que cuando las comía – en lata, puajjj – se volvía más fuerte y musculoso. El Pejerrey Empedernido retoma la historia, pero pura y exclusivamente para darte una receta deliciosa de malfatti de espinaca y de paso algunas noticias acerca de verdolagas yuyos y ciencia y tecnología.
Hace unos días, que varios sitios de esos informativos que les dicen, de la Tierra entera y por supuesto que los badulaques copiones del dizque periodismo de la TV vernácula también, la chamuyan con entusiasmo acerca de la existencia de científicos que enseñan, sí, les dan clases a las verdes espinacas, también botonazas parece y por acción nanotecnológica, a enviar emails de alertas si detectan materiales explosivos en la propia naturaleza circundante. Los del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), que suelen ser capos, le contaron a la revista Nature, tan en boca de todos ahora como la también británica The Lancet por aquello de los balurdos vacunólogos, que se trata una tecnología nanobiónica vegetal; chupate esa mandarina, a lo que estamos llegando, y pensar que quien os escribe, este humilde Peje viene transformándose en humano cada vez que se le ocurre desde hace mucho ya y parlándola como tal, sin que los genios de laboratorios se hayan enterado siquiera… En fin, cáchense esta: “Las plantas son muy buenos químicos analíticos; tienen una extensa red de raíces en el suelo, están constantemente tomando muestras de agua subterránea” según Michael Strano, el mismo que dirigió la investigación… Mamita mía y pensar otra vez que, en temporada de ellas, por supuesto, con sus hojas reverderlogas casi crocantes elucubramos y disfrutamos unas ensaladas de punta y raje, por no decirles nada, todavía, porque me lo reservo para el final, sobre el platillo que mi amigo Ducrot describió una vez, según lo preparaban hace muchos años, tal vez demasiados, en la cocina palermitana y vecina del Maldonado, de doña Ercolina, llegada de la Liguria cuando el XX alumbraba, y casoriada con un ferroviario romanesco conocido como Chiquino… Ni qué decirles, el fulano también recordó ciertas épocas del cine Mundial y después cuando la tele sin colores, en las que un tal Popeye trataba de impartir justicias tras zamparse sus latas de espinacas omnipresentes, siempre qué digo recontrasiempre con, Olivia, sólo superada en bellísima escualidez por quien no fue, por supuesto, por si chismosea estas cuartillas, claro, ella, la Pejerreina… Mi amor entero es de mi novia Popotitos, sus piernas son como un par de carrisitos; y cuando a las fiestas la llevo a bailar, sus piernas flacas se parecen quebrar; Popotitos no es un primor, pero baila que da pavor; a mi Popotitos yo le di mi amor… Aunque la verdad de la milanesa es que ya no se puede creer en nadie, y si no denle bola a la parrafada que se avecina y según cuenta varios por los avenidas de Internet: En 1870, un químico alemán llamado Emil von Wolff analizó por primera vez el componente en hierro de las espinacas, pero el fulano la chingó en el dato, pues quiso escribir cuatro miligramos de hierro por cada cien gramos y le salió cuarenta miligramos por cada cien gramos; de ahí que a la gran verdolaga le atribuyeron cualidades que desconocía, y cuando el capitalismo crujió en los ’30 el marinero que acaba de ser creado por el dibujante Max Fleischer, créanlo o no, provocó que en todo Estados Unidos el consumo de la susodicha plantilla aumentase en forma geométrica… En 1937, el error de von Wolff fue subsanado pero Popeye, the sailor man, no le dio bola a semejante minucias, y hasta qué punto aquello del aparato cultural dominante la juega debute, dice con modestia este Peje, que por aquí y más allá aún se insiste en que, morfando espinacas, seremos todos fuertes y ferrosos, varones o mujeres, qué más da… Ahora sí, a gozar, que la fiesta es una rumba de ñoquis o si prefieren gnocchi pero mal hechos, aunque según la leyenda fue apenas si chanza de cocinero italiano y jodedor del Renacimiento, quien un día dijo quiero morfar ravioles pero si masa, es decir tan sólo deseo clavarme su relleno; y allá vamos con los malfatti, como lo hacían en la cocina de Ercolina… Con medio kilo de espinaca, otro tanto de ricota y un algo menos de queso rallado; pimienta negra ¡Ayyy mi morocha!, sal porque es salerosa y esos dos dientecillos perfumados de ajo, que con otros dos también pero huevos harán pareja para tangos y fandango, cuando un algo que no tanto de harina haga los suyo tal cual celestina de la buena pasta; entonces proceded: Blanqueas la espinaca en agua y sal, unos apenas si segundos; las picás y escurrís, para luego mezclarlas con la ricota, el queso rallado, los huevos, el ajo picado y los condimentillo de marras… Bien amasada, y luego tus ñoquis al calor de agua hirviente, breve, muy breve; para sazonar al fin con una salsa de tomates frescos triturados sin semillas ni pellejos, salteados el aceite de oliva, ajillos y un vaso de vino blanco, con ramillete de tomillo para novias enamoradas… ¿Todo listo? ¿Sí? A la mesa entonces, que alguien traiga el tinto de preferencia, por qué no un Merlot pendenciero… ¡Y salud!
Texto tomado del sitio Socompa. El Pejerrey Empedernido es heterónimo de Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. Tiene a su la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática, en la cual integra el Consejo Académico.