Libertad, individualismo y religión se unieron en un combo de fin de año que vuelve a demostrar formas muy diversas de pensar nuestra Argentina. El tratamiento de la ley del aborto siguió camino hacia el Senado con la esperanza de dar respuesta a los millones de mujeres que exigen el derecho a elegir. Cuando la mesa navideña nos proponga rezar para defender la institucionalidad de la familia junto al pesebre a cualquier costo, muchas otras estarán preparándose para marchar nuevamente al Congreso en busca de una herramienta que garantice más derechos y que principalmente exponga que lo que se está pagando desde hace años con vidas perdidas en quirófanos clandestinos.
Por Carlos M. López / ¿Cuándo es el momento indicado para tomar una decisión? ¿Existe tal definición? ¿Y acaso es posible hallar algún punto de encuentro entre la ley divina y la humana sin olvidar lo histórico? El tratamiento en la Cámara de Diputados que le dio media sanción al proyecto de legalización del aborto en la Argentina dejó diversos puntos de análisis que escapan a la ley en sí misma y tienen más que ver con las formas en las que se redefinen los pueblos.
La lucha en la primera instancia legislativa tuvo un final positivo para las mujeres que buscan consolidar nuevos derechos, pero la verdadera batalla será en el Senado, donde se espera una votación a realizarse durante la última semana del 2020 con un pronóstico mucho menos certero.
Las cuestiones que se desprenden del debate de la semana pasada y que seguirán en agenda hasta fin de año son fundamentalmente políticas, cuando no culturales.
Las argumentaciones de los diputados y las diputadas que se expresaron en contra del proyecto de ley se centralizaron en una mirada sesgada de la realidad que sufren las mujeres, alegaron conceptos religiosos y, principalmente, se justificaron en la aparente necesidad de buscar un camino alternativo que sea con mayor educación sobre las y los jóvenes.
Es así que el debate con el pasar de las horas se fue desvirtuando para pasar de un análisis de una norma a implementar hacia relatos de legisladores que expusieron apreciaciones personales y opiniones poco decoradas, sobre todo cuando más tarde en la jornada del jueves pasado se avanzó hacia el tratamiento del Plan de 1.000 días que otorga una protección integral a la mujer embarazada y al niño hasta los primeros tres años de vida.
Al igual que en prácticamente todos los debates en los que existen dos polos de opiniones contrapuestos y una postura política contraria a lo que reclama un colectivo social que lleva adelante la lucha, la impresión del debate fue que muchos legisladores olvidaron dos cuestiones centrales por las que están ocupando una banca.
La opinión no es parte del juicio de aprobación de una ley, ya que la misma es una herramienta que se inicia a partir de una demanda social colectiva, no individual. A su vez, acompañar o no una lucha como las de las mujeres que definden la interrupción voluntaria del embarazo jamás puede ser una decisión eclesiástica, sino que es del Estado la responsabilidad de cumplir con una respuesta que lleva años de búsqueda de aquellas que sufren la problemática de cerca.
Tampoco parece un despropósito que los legisladores trabajen en una ley compleja en un año tan difícil como el actual. La argumentación de que diciembre no es un buen momento para darle tratamiento al aborto es tan mezquina como abstenerse de la votación o no asistir a la Cámara baja.
La profesionalización de la educación sexual y el acceso a mayores oportunidades laborales sin duda son deudas sin terminar de cubrir en el país no sólo para las mujeres sino para todos los miles de personas que se encuentran por debajo de la línea de la pobreza.
Sin embargo, esto no quita que la educación y el trabajo se puedan complementar con una ley como la que se encuentra en tratamiento hoy en día.
Según la Red de Acceso al Aborto Seguro “se estima que Argentina se realizan entre 370.000 y 500.000 abortos al año”, siendo que en promedio más de 130 mujeres por día ingresan a un hospital con problemas consecuentes por la realización de un aborto en condiciones adversas. Seguramente ninguna de las personas ni los legisladores que se oponen al proyecto de ley se listan entre esos grupos de mujeres que pusieron en riesgo sus vidas. Es por ello que resulta triste darle la espalda a las principales perjudicadas por las diversas situaciones que rodean a un aborto.
La Iglesia no comprendió a esas mujeres, el Estado no les dio herramientas, los varones muchos estuvieron y otros no, y mientras se escriben estas líneas y el debate se planifica para continuar en el Senado los casos siguen ocurriendo, en la oscuridad. No es posible definir una legislación en base al futuro, porque ninguna creación del ser humano puede planificar lo que nunca ocurrió, sino que justamente las herramientas jurídicas deben ser una respuesta a lo histórico, a la excepción que se volvió habitual y luego dejó de ser un hecho aislado para convertirse en un flagelo. La vida de todas aquellas personas que se oponen raramente sea modificada por la sanción de la ley, pero sí la de cientos de mujeres que van camino a un aborto.
La resistencia a todo cambio cultural y en este caso normativo siempre buscará solidificar las bases de lo anterior, lo meramente instrumentado y particularmente en relación al aborto, con fuerza en los credos religiosos. Pero aunque para muchos y muchas sea molesto y aún difícil de aceptar, una mujer puede permanecer en cualquier actividad que se lo proponga al igual que los varones. Una mujer puede patear una pelota y disfrutarlo, sin que ello impida ninguna tragedia cósmica sobre los valores de los varones. Una mujer debe decidir sobre sus elecciones, sus caminos a tomar y, ojalá algún día, sobre su propio cuerpo que le pertenece más que a ninguna otra existencia posible.