El Pejerrey Empedernido nada en festivas aguas navideñas mientras hace – al estilo de las revistas del corazón o de las páginas de sociales de los diarios garcas – la genealogía de un matrimonio de mesa que nunca falta en las reuniones de fin de año.
Ella luce el abrasador encanto de su juventud, a él ya le pesan los años; pero juntos, abrazados y de retozo, a veces en la intimidad, muchas otras con la picardía de hacerlo en público y sin rubores, ambos son albaceas de una tradición de guiños, silencios, broncas y seducciones, que vienen a componer con otras notas, algunas de las más primarias emociones entre las que despuntan con frecuencia en las mesas familiares, cuando ellas son numerosas y convocantes, más allá de las simpatías y la tirrias que cohabiten entre comensales y comensalas… Cuántas veces con una mirada o una sonrisa cómplice, porque ni falta les hace la palabra, en semejantes ocasiones, ella le pidió a él mirá la cara que pone la Lucre, que es Lucrecia, porque se enteró que la Dorita, su cuñada hasta hace muy poco nomás, presentará en familia al nuevo novio, joven y con aires de buen mozo, ¡justo en la cena de Navidad tenía que ser…! O él apenas con movimiento de hombros a ella la interroga acerca de su parecer ante la presencia de una amiga de la otra tía, divorciada en julio, fijate la mirada de champán que le presta a Jorge, mirá vos qué pasan los años, él ya terminó la Facultad y sigue siendo solterón…Y ni qué hablar cuando ella misma, la Rusa, sospecha que él, don Vitello, conversa demasiado y bajito con las vecinas en la feria; y entonces no duda en aceptar el floreo de aquél de la otra cuadra, para que la justicia sea justa, y además poética…Es que ella y él, además de conocerse hace tanto tiempo y vaya a saber uno dónde o en qué ocasión se vieron por primera vez – se lo preguntaré a Ducrot que es más fantasioso que este humilde Peje –, compartieron tantas mesas y fueron tantos los amores de fuego que se regalaron cuando los comensales en el sueño fin de fiesta caen y dejan los trastos para mañana, que mucho muy mucho se saben el uno a la otra, o al revés… A ella la llaman Ensalada Rusa, porque si bien fue creada por un belga llamado Lucien Olivier, dicen en este mundo de la historia cocinera, tan poblado por conjeturas, jefe de hornos y hornallas de los zares en el Hermitage en días del 1860, la semejante catadura de territorio y lugar le otorgaron apellido y convicción indomable para escaparse de palacio – es probable que gracias a los revolucionarios de Octubre -, y convertirse en plato popular por estas comarcas barrosas del Plata, y de disfrute a lo largo y ancho del calendario, aunque infaltable en las cenas con las que siempre se despide el llamado mes de diciembre… El tal Olivier cocinaba para garcas, entonces se daba el lujo de apelar a caviares y trufas, una suerte de primos ricos que acompañaban a los otros danzantes en la fuente, como solían serlo los pepinillos agridulces, las papas hervidas, los bocadillos de lengua de vaca bien hablada, las aceitunas picadas y su majestad ya plebeya, la señora mayonesa… Para este Peje, la mejor de las Rusas es con arvejas frescas, nunca enlatadas, papines de varios colores, zanahorias modositas, aceitunillas en verde y negro, sal, pimienta negra recién molida, beso de aceite de oliva y mayonesa batida con la enjundia que merece ella, la Rusa… Y don Vitello, que para nosotros en el barrio es Vitel Toné, sí que viene de lejos; parece que de allá por los fondos del siglo XIV – hay quienes sostienen que del XV – y oriundo de la cocina piamontesa, sabia porque supo de conjugaciones entre mar y tierra – y a veces con cielos también-, tanto así que una carne de ternera cocida entre cebollas, salvias y laureles, para ser tajeada en rebanadas después y cubierta con salsa de crema batida, atún desmenuzado (dejen el de lata y cocinen en hierbas un gatusso o una bacota u otro primo o prima del rey Tiburón), alcaparras, yemas de huevo duro, mayonesa y ya que estamos unos filetillos de anchoas en aceite de oliva; un plato como ese, les contaba, fue quien cautivó a la Rusa, o ella a él, no se sabe ni interesa, porque lo decisivo y supremo es que, juntos o con otras compañías del mantel, hace tanto que nos acompañan en mesas de revoleos, besos y regalos…Bien, bien y re que te bien… ¿Acaso sabéis vosotros, los ellos y las ellas, a qué se debe este textillo en recuerdo de la Rusa y don Vitello?… Porque son emblema de la Resistencia contra la tilinguería de las modas, que también sofocan al planeta cocina o morfi, como prefieran. Porque, como resistentes, mucho saben de la injusticia de nuestro mundo. Porque quieren ser mesa y disfrute del banquete para todos, o si no para ninguno, y menos para garcas que lucran con el hambre de los muchos. Porque están dispuestos, como platillos históricos que son, a la lucha contra todo lo público o lo privado que no sea fiel, leal o lo que ustedes digan, a un programa y proclama que exige… ¡Basta de precios para el morfi que vuelan en barriletes atómicos mientras los salarios y otros ingresos populares, más aquí y más allá de las retóricas, apenas si pueden empujarse en un monopatín descascarado y con las ruedas que no dan más…! Y por supuesto, porque la Rusa es deliciosa y don Vitello mamita mía; para ambos sí entonces, a refrescar jarras de viejo vino Carlón y ¡Salud!
Texto tomado del sitio Socompa. El Pejerrey Empedernido es heterónimo de Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. Tiene a su la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática, en la cual integra el Consejo Académico.