25 de noviembre, poco después del medio día en Buenos Aires. Estaba trabajando en el tramo final de las cursadas que me tienen como profe en la Facultad de Periodismo de la UNLP, a distancia en este 2020, el año de peste, un año de dolor, cuando estalló la noticia. Falleció Diego Maradona, una suerte de cruzado planetario de la irreverencia, polémico, controversial, casi siempre políticamente incorrecto y del lado de los justos, más allá, por supuesto, de su don como genio del fútbol; quizás el último ídolo y no sólo de los argentinos. ¿Qué escribir, si todo ya fue escrito y si algo faltó alguien ya lo está haciendo en este mismo momento. Tan sólo algunos recuerdos.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Gracias a la agencia de noticias Prensa Latina y a mis entrañables compañeros del entonces que paso narrar, en marzo de 1986 llegué a la ciudad de México para organizar los aspectos logísticos de la cobertura del Mundial que se avecinaba.
Semanas después, estuve con Maradona por primera vez, con muchos otros periodistas de todos los rincones de la Tierra. Conversaba con nosotros, apenas un rato, después de cada entrenamiento.
Me tocó escribir desde los estadios sobre todos y cada uno de los partidos de la Selección que se consagraría campeona. “El 10”, por su parte se convertiría sin discusiones en el mejor de todos, y quizás de todos los tiempos.
Por supuesto que goce con la mano de Dios y con el segundo a los ingleses, un suerte de orfebrería sobre césped; con el imposible porque se caía cuando le ganaron a los italianos. Con el grito final, en el Azteca.
La leyenda había empezado a correr.
Casi un año después, en la redacción central, en La Habana, tuve la suerte de formar parte del grupo de compañeros a quienes nos encomendaron la tarea de lograr que Maradona viajase a Cuba, para recibir en forma personal el premio al mejor deportista latinoamericano, que todos los años otorgaba Prensa Latina, tras realizar una encuesta entre las redacciones especializadas de la región.
Entre el 25 y el 26 de julio del ’87, Diego Maradona y un grupo de sus amigos y familiares llegaron a La Habana.
Pocas horas después, la comitiva, coordinada por Prensa Latina, partió para Varadero, a la playa. Allí cantó y bailó en la fiesta nacional cubana de todos los 26 de Julio.
Nunca antes me había sucedido, ni nunca después: me toco escribir sobre la noticia cautiva, pues Maradona era invitado de Prensa Latina. Las otras agencias internacionales, recuerdo que con Reuters a la cabeza, bramaban sus broncas.
Allí, varios de quienes solíamos acompañarlo a la playa, jugamos dos o tres “cabezas”; todos contra él y por supuesto perdimos. Y eso que antes de rematar con virulencia desde sus parietales nos avisaba cual sería la dirección de la pelota, la que no se mancha.
Un día, de un momento para otro, todos volvimos a La Habana. Fidel esperaba a Diego, a su madre y a su mujer Claudia – creo que a alguien más, no lo recuerdo -, para cenar en el Palacio de la Revolución.
El Comandante intercambió recetas de cocina con la mamá de Maradona y al final, cuando se despedían, Fidel le pidió una camiseta de la Selección, con el 10 en la espalada, y su firma. Maradona le respondió, se la cambio por su gorra Comandante. Y así fue.
Ellos iniciaron esa noche una amistad a toda prueba por el resto de sus días. Y desde entonces, este periodista no se cansa de agradecerle, no sabe a quién, mejor dicho sí, a Prensa Latina y a sus compañeros de esa entrañable agencia, haber sido testigo y narrador de aquellos episodios.
(*) Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. Tiene a su la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática, en la cual integra el Consejo Académico.