La esperanza sembrada en una posible vacuna esta semana logró que el Ibex 35 -principal índice bursátil de la bolsa española- concrete la mayor subida en la última década, lo que fue propulsado por la posible compra de 200 millones de vacunas por parte de la Unión Europea. ¿Entonces los siguientes meses serán de riqueza? Tras haber abierto ya en positivo por la victoria del demócrata Joe Biden en las elecciones estadounidenses, las bolsas se vieron literalmente propulsadas tras el anuncio de los laboratorios Pfizer y Biontech de que su vacuna sería «eficaz en un 90%» contra el covid-19. Así, Madrid cerró en alza de 8,57%, París, de 7,57%, Fráncfort, de 4,94%, Londres, de 4,67% y Milán, de 5,43%. París, Londres y Milán registraron sus mejores resultados en una sesión desde marzo, y Fráncfort desde mayo. Wall Street se encamina hacia nuevos récords con aumentos importantes en acciones que sufrieron por la pandemia y caídas en algunas que se beneficiaron de la crisis. A las 14H50 GMT el Dow Jones Industrial Average subía un 4,37% a 29.561,67 -un nuevo récord- luego de superar el 5% en la apertura, y el tecnológico Nasdaq ganaba 0,89% a 12.001,14 puntos, algo por debajo de la subida de 1,25% de la apertura. S&P 500 ganaba 3,72% a 3.640 puntos, por encima de su récord de cierre de inicios de septiembre. Las acciones de Pfizer se dispararon 17% antes de la apertura y a las 17h20 GMT ganaban un 9,41%.
Por Carlos M. López / Para América Latina vivir ante la imposibilidad es una tarea de todos los días. Sectores medios y bajos sufren las consecuencias de economías y sociedades inestables que pocas veces son amortiguadas por los funcionarios al poder. Desear un próximo año con vacuna y ante un mejor escenario no parece nada malo en apariencia, a menos que los únicos que sigan ganando sean los que siempre lo hacen en este mundo capitalista. Lejos de aceptar las injusticias, la adaptación -entendida como el cambio en uno mismo hacia el contexto- nos brinda la posibilidad de pensar en una realidad mejor.
La salida transitoria del aislamiento social comienza al mismo tiempo que se termina el año, ubicando a cada uno de los argentinos ante la desafiante tarea de empezar a cuidarnos unos a otros de una manera poco conocida hasta antes de 2020. La salud, en principio, siempre fue tomada como una temática de aquellos que llevan la adversidad de contraer enfermedades o, caso obligado, de los adultos mayores. El Covid-19 no entiende de edades y la realidad nos propone un distanciamiento social que por más que varíe deberá respetarse para bloquear el contagio.
Las noticias hoy nos hablan de Pfizer, BionTech y los laboratorios que lograron avanzar en una vacuna que en nuestro país entraría en vigencia en diciembre próximo. Déjenme dudar por un ratito si el alcance de la misma permitirá volver a sentirnos en la realidad que supimos conocer antes del coronavirus.
Es que el impacto económico y social que efectuó el esparcimiento del virus a nivel global fue extremadamente fuerte como para no dejar huellas demasiado profundas de olvidar. La crisis sanitaria no comenzó con el Covid-19 y tampoco terminará si una vacuna sale al mercado a recaudar más de lo que cualquier magnate de la industria farmacéutica pudo haber imaginado alguna vez.
Resulta llamativo que por estas horas muchos se pregunten cómo haremos para enfrentar al menos un 2021 con el virus circulando entre nosotros; cómo se podrá seguir conviviendo en sociedad como si en la calle existiera un peligro inevitable.
Sin embargo, esa misma corriente que busca alertarnos sobre los males del virus, durante décadas no ha tenido molestia en vivir sin pensar demasiado en los más de 180 millones de pobres que existen en América Latina según la última estadística al respecto de la CEPAL.
Sobrevivir es sinónimo de realidad para muchos hombres y muchas mujeres que sufren el día a día de un sistema desigual.
La esperanza sembrada en una posible vacuna esta semana logró que el Ibex 35 -principal índice bursátil de la bolsa española- concrete la mayor subida en la última década, lo que fue propulsado por la posible compra de 200 millones de vacunas por parte de la Unión Europea. ¿Entonces los siguientes meses serán de riqueza?
Para algunos sí, principalmente para los laboratorios citados, ya que “la compañía espera producir a nivel mundial hasta 50 millones de dosis de vacunas en 2020 y hasta 1.300 millones de dosis en 2021”, según especifica La Vanguardia este lunes.
El poder de control que ejerce en este momento la producción de un antídoto es innegable, como lo es que así como las cosas pueden mejorar también seguirán siendo igual, cuando no peor, para muchos ciudadanos. La escasez de trabajo y la poca proyección que se logra obtener con economías retraídas es lo que provoca que millones de familias pasen por los momentos más críticos de su existencia. Entonces es así como más allá de cualquier vacuna, es necesaria una presencia sólida y concreta del Estado, y de los organismos que tienen la responsabilidad de mejorar la calidad de vida de las personas.
Si el coronavirus sienta las condiciones de los meses próximos, tampoco se debe caer en la equivocación de que la crisis alcanza a todos por igual o que la solución a nuestros problemas está en una lucha contra un virus, sino que estará siempre en la lucha contra las metodologías de la desigualdad creada por personas que son responsables.
Los sectores populares deben seguir luchando por el acceso a la educación, al trabajo y por sobre todo a oportunidades que permitan mejorar una realidad por momentos demasiado triste en comparación con otras regiones del mundo.
Con o sin vacuna, los médicos siguen luchando en las guardias y los trabajadores y trabajadoras siguen peleando cada día para conseguir un plato de comida. Es por demás peligroso creer que una batalla contra un virus nos va a salvar de las realidades que existen día a día o de las ausencias que se presentan en economías injustas, que pueden ir desde los países latinoamericanos hasta Estados Unidos, inmerso hoy en una profunda desigualdad social post elecciones presidenciales. El objetivo de conseguir una justicia social siempre debe ser el faro que guíe a los sectores populares, porque aunque por momentos el barco nos haga sentir que se aleja de la costa, llegar a tierra firme no será posible sin una lucha colectiva que mantenga los mismos principios.
Este lunes, los medios más alertados por el minuto a minuto publicaron un estudio de la ONU, titulado Análisis de País, Argentina 2020, en el que entre otros indicadores se analiza que la pandemia puede producir en nuestro suelo “riesgos a la estabilidad económica, financiera y fiscal del país que pueden impactar en la gobernabilidad”.
Con semejante augurio no hay forma de errar. Los anuncios terminan con una promesa de inflación, debilitamiento político, crisis sanitaria y en materia de derechos humanos.
Enumeradas todas las desdichas para nuestro país, ahora contemos lo bueno: quien escribe y quienes leen pasamos uno de los peores años de la historia y estamos vivos. La lucha continúa como en el primer día. No será fácil y no cambiará el mundo por completo para igualar las oportunidades de los que menos tienen, pero al menos, hay que intentarlo. Es por eso que los sectores más perjudicados tendrán que apelar nuevamente a la adaptación. Aceptar la realidad por sí misma es pobre como herramienta social porque no promueve ningún cambio contra lo establecido. Por el contrario, luchar por la adaptación, con mayor acceso a la educación y al trabajo, es lo más cercano a reivindicar las luchas de siempre para que de una u otra manera se avance en consolidar un contexto que afecta cada vez menos a las grandes mayorías.