La televisión y los principales medios de comunicación se han convertido en una industria al acecho. La pandemia detonó que otras problemáticas, como la pobreza y la injusticia social, difíciles de tapar. Sin embargo, el poder mediático nos sigue guiando a la oscuridad que divide. Reflexiones sobre el complejo mundo que nos toca digerir…(La foto que acompañamos fue tomado de las cuentas en Redes Sociales de Jesús Lens y Raúl Argemí).
Por Carlos M. López / El dolor nos sensibiliza. Así como una novela vespertina siempre comienza con una historia de amor imposible, el periodismo masivo de estos días muestra una cara triste, reacia a cualquier persona que sepa distinguir la paja del trigo. La televisión y los principales medios de comunicación se han convertido en una industria al acecho; todo se pone en duda con la misma rapidez que se desestima, todo parece un debate real cuando en realidad el foco es la distracción, el golpe bajo que permita no centrarse en las reales problemáticas que sufre la sociedad en su conjunto.
Estar muy cercano a las noticias más mediatizadas durante el aislamiento puede ser perjudicial para la salud. El cóctel matutino suele comenzar con algunas promesas económicas y el pronóstico del tiempo. Pero con el paso del día la violencia comienza a crecer, la agenda marca que rara vez exista alguna noticia positiva a la hora del almuerzo. Secuestros, asesinatos, enfrentamientos y sangre si es posible, todo se sirve como una ensalada en la mesa.
La tarde continúa con algún golpe al dólar -o al peso- y debates sobre la Argentina que nos promete un liberalismo hacia el éxito pero que no nos dice de qué manera van a entrar todos y todas en el plan. La tarde se cierra con algún anuncio sobre la lucha contra el coronavirus. Como si fuera la calma que antecede a la tormenta, la tardecita suele ser más amable. Es que a la hora de la cena vendrá lo mejor, unos cuantos programas televisivos con panelistas compitiendo para ver quien grita más fuerte.
Nos vamos a descansar y se prepara el acto para la mañana siguiente. ¿Por qué será que este círculo vicioso funciona tan acorde? Quizá por la misma razón que el ex jugador de fútbol, Jacinto Elá, explica en su libro Fútbol B la cara oculta del deporte: “Se mueve tanto dinero que el espectáculo es lo de menos. Incluso se penaliza el talento por la ineficacia que lo viste en muchas ocasiones”, explica.
Esta semana recordé la historia de Jacinto, nombrado como mejor jugador del mundo en categoría infantil en 1996 y que, luego de varios años de intentarlo, abandonó el profesionalismo, porque vivimos rodeados de impulsos mediáticos que buscan un equilibrio que se desplaza entre el éxito y la tristeza. No sólo en los medios tradicionales, sino también en las redes sociales y las nuevas tecnologías. El dolor constante en el noticiero se entrelaza con historias de superación. Algo así ocurre con algunos jugadores de fútbol que saltan a la fama por un buen desempeño, otros deportistas, emprendedores y por sobre todo, jóvenes que cuentan con una historia con problemáticas económicas que lograron superar.
Mi discrepancia no es con las historias en sí, son necesarias y válidas. Lo que realmente genera un estado de exaltación es la permanente búsqueda entre el éxito y el fracaso. Los menores y los jóvenes principalmente hoy cuentan con una accesibilidad mucho mayor a la información que generaciones anteriores, lo que además de aumentar las posibilidades de desarrollarse también aumenta los riesgos de malinterpretar los posibles reales caminos de la vida. Por ello es que la lectura seguirá siendo siempre una de las mejores prácticas para estimular objetivos reales. La Universidad Pública también hace su aporte en el mismo sentido. Es que la vida afuera se trata mucho más que del éxito de una persona y mucho más que tener una cuenta bancaria desbordada.
Un joven militando o participando de alguna actividad social puede gustar más o menos sobre la ideología que adopta, pero es un joven pensante. De igual manera lo es un estudiante. Ambas son expresiones de un progreso que construye hacia el colectivo porque por mucho que cueste creerlo el éxito no puede ser individual. El camino de salvarnos a nosotros mismos es tan poco estratégico como justo. Hacia nuestro ser y en muchos casos ahora hacia la intimidad de nuestras casas, festejar las victorias y progresar es una consecuencia directamente relacionada con el trabajo y la dedicación.
Y es necesario que así sea porque el festejo es tan necesario como el trabajo. Sin embargo, muy distinto es lo que necesita un país para la unidad. El logro de superarnos como Nación jamás será la división y la soberbia, sino más bien encontrarnos en un mismo camino con humildad.
El periodismo hegemónico hoy se encuentra exactamente en la antítesis de este planteo. Apelar a las historias del éxito y el fracaso, a profecías sobre el superado y el derrotado, llenar los noticieros de violencia o escribir artículos con cifras millonarias sobre lo que no tenemos y otros países sí, no nos hace mejores que ayer. Esto sucede por la simple razón que pocos exponen, porque pesa y molesta, que mientras los debates sin rumbo cubren la agenda mucho dinero se mueve por detrás.
Digamos entonces que el show afecta a todos, pero no todos cobran una entrada por ser parte del espectáculo.
La crisis a la que se supone que todos están expuestos no provoca el mismo impacto en las personas. Ricos y pobres no están en igualdad de condiciones en un mundo que se desplaza rumbo a desarrollarse estrictamente por y para los servicios financieros. No se puede generalizar porque las condiciones no son de tal manera. Por el contrario, existen múltiples factores que definen en mejores o peores condiciones a una familia, de la misma manera que existe un sector de la clase política con mayor enfoque en la justicia social y otra que simplemente se ocupa de mantener viva la política como divertimento.
Por momentos, pareciera que estuviésemos ante una etapa de la historia en la que nuestra existencia se presenta como distorsionada y confusa. Pero al volver a la calle quien esté atento a percibir verá rápidamente que por aquí los médicos siguen cumpliendo jornadas extensas con poco sueño; niños y niñas quedan relegados por falta de comida cuando en los campos desborda la producción; el trabajo es tan preciado como un diamante en África; los femicidios siguen ocurriendo, y la batalla por la vacuna contra el Covid-19 es ahora fetiche de la industria farmacológica.
Dicho lo malo al final para romper con la lógica novelesca, vamos cerrando porque hablar de estas cosas aburre. Ah, y antes de olvidarme… esta semana bajó el dólar. Algo no debe haber sido como se esperaba.