La crisis profundizada por el Covid-19 pone en riesgo a más personas de las que ya se encontraban en condiciones desfavorables por cuestiones sociales y económicas. Cómo repensar la región latinoamericana ante un mundo que apela a reducir los costos como única salida a la contracción económica.
Por Carlos M. López / La inesperada aparición del coronavirus presentó ante todas las sociedades una nueva realidad, con mayores complicaciones sociales y económicas que, junto a un decaimiento de la credibilidad política, pone en jaque la proyección que las personas pueden tener de un futuro a corto y mediano plazo. Los instrumentos que pregonan los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) van todos camino hacia un individualismo que aísla aún más a los que menos tienen, en un contexto de carencias crecientes. No es de esperar que las corporaciones globales salven a los pueblos, pero sí, al menos, es una necesidad cada vez más latente que la construcción del mañana tenga bases sólidas sobre políticas públicas para equilibrar el miedo desolador de la pandemia.
En la conferencia Dipló realizada en septiembre pasado, Ignacio Ramonet hizo hincapié en la “fragilidad” de los Estados de América Latina a diferencia de lo que ocurre en otros países como los estables europeos que ofrecen un fuerte sistema sanitario y una asistencia que permite soportar -de a ratos- la crisis que profundiza la lucha contra el virus. La recesión de la que tanto se habla por estas horas marca que países como España, Italia y Francia tendrán una caída porcentual del PBI en más de 12 puntos para este año, con una recuperación de 6 puntos el próximo año, según los informes WEO del FMI, publicados en junio de este año. Para la Argentina la caída en principio sería algo menor este año pero con un crecimiento más débil en 2021. Brasil y México esperan proyecciones similares. China, Egipto, Indonesia, Pakistán y Corea aparecen como los únicos países que escapan a la normal general de caída sostenida.
Los números siempre son bienvenidos porque permiten obtener un marco de ordenamiento a la realidad. Pero no alcanza con analizar estadísticas para comprender realmente el alcance de las preocupaciones actuales. La gran problemática que se viene concretando desde hace algunas decenas de años en el mundo y que se profundizó con la llegada del virus es la desigualdad social entre los que más tienen y los que luchan por sobrevivir con condiciones desfavorables. No es casualidad que los países con más desigualdad no hayan podido frenar la ola de contagios y muertes. Los puntos de caída del PBI mundial simplemente demuestran que más personas ingresarán al terreno en el que acceder a la comida, a un trabajo y a una calidad de vida digna comienza a ser un desafío cotidiano, algo que por la región de América Latina convive como una constante al frente de una serie de estadísticas, pero sin una solución aparente en la práctica.
Entonces el problema ya existía. ¿Por qué es que ahora los medios de comunicación masivos buscan explicaciones sobre cómo afrontar una crisis demasiado conocida? Simplemente porque la crecida del agua está alcanzando a más personas; lo distinto -para quienes cuentan con un lugar privilegiado- se vuelve fetiche; y al mercado marketinero le encanta buscar explicaciones sobrenaturales para jugar a la oferta y demanda con las noticias. La mediatización de la pobreza y el sueño de un porvenir mejor es lo que ha permitido una perpetuación de la concentración del poder económico en pocas manos o, analizado geopolíticamente, en pocas naciones. Exactamente lo mismo ocurre ahora con la lucha contra el virus; resiste quien más reservas tiene, anticipando que siempre ganan los que llevan las de ganar.
Más peligroso que el propio virus o que una caída mundial de las economías es quizá la aceptación de olvidar a unos cuantos. Los momentos de crisis generalizada, como el actual pánico que rodea a la pandemia, parecería ser a primera impresión un escenario propicio para la solidaridad. Sin embargo, ocurre lo contrario. Desde el aislamiento buscamos encontrarnos a nosotros mismos, los pueblos se cierran en sus creencias, los Estados se protegen, las empresas globalizadas analizan cambios estructurales hacia nuevos rumbos, el mercado deja de mostrarse porque no hay compradores y en el camino van quedando a un costado cientos de millones.
Nadie quiere perder más de lo que ya se cuenta como derrota. Es por ello que la actual crisis no es sólo económica, es fundamentalmente humana. Cientos de dirigentes políticos hoy se centran en salvaguardar las economías nacionales porque no hay tiempo de analizar con certeza una proyección a más de unos pocos meses. Esta situación discursiva y luego coercitiva de cómo pensar las acciones políticas -con base en fundamentos meramente económicos- deja en el olvido a millones de personas y, al mismo tiempo, incrementa el pánico con el que se mueven en sociedad quienes resisten.
El presente que estamos viviendo podría bien ubicarnos en un pantano con una brújula que perdió su poder magnético. El primer debate presidencial entre Donald Trump y Joe Biden fue la escena perfecta que trasluce lo que ocurre con los líderes mundiales en el capitalismo del corriente siglo. Cuando el show de los gritos y agravios dio lugar a una escasa argumentación, las discusiones se centraron en la economía, la industria, los repentinos cambios climáticos y temas estrictamente militares que de alguna u otra manera vuelven a ubicarnos en el plano económico.
En un país como Estados Unidos que atraviesa profundas crisis sociales por cuestiones de ingresos, raciales y hasta sanitarias, el pálpito gerencial de la Casa Blanca buscó no llevar a la luz las preocupaciones de la sociedad en su conjunto, de aquellos que no viven tan felices como el sueño americano promete. No debatir aparece así como la primera propuesta del debate. El opositor poca lucidez mostró a su vez para no entrar en los juegos mediáticos a los que Donald está acostumbrado. Así fue que el tradicional debate que comenzó a ser televisado en 1960 con el enfrentamiento entre Kennedy y Nixon, mutó hacia una especie de divertimento entre “Donald the clown” y “Sleepy Joe”, tal como los candidatos se ridiculizan entre sí.
En tiempos en los que un debate político puede convertirse en reality, es fundamental la construcción de los movimientos estudiantiles, de la participación de los jóvenes en la esfera social para fomentar políticas públicas que cuenten con la voz de las grandes mayorías. Se requiere sensibilidad para afrontar una situación compleja como las que atraviesan las familias argentinas y muchas otras sociedades que han sufrido el golpe del Covid-19. Las medidas económicas no van a reparar en sensibilidades ni el mercado va a salvar a los cientos de niños que desde este año están en situación de pobreza. Lo harán las medidas con conciencia en una sociedad que necesita más justicia social antes que sea tarde, porque como dice Residente en su canción de nuestro mundo Apocalíptico: “Cuando todo vaya más despacio, cuando la materia no ocupe espacio y la gravedad se asuste y salgamos volando; aquí estaremos esperando”.