La tierra que pisamos y el aire que respiramos nos define como sociedad. La pandemia, potenciada por las dificultades de siempre, nos pone ante la mesa la oportunidad de decidir entre salir corriendo o detenernos a pensar caminos que respalden a las grandes mayorías.
Por Carlos M. López / El coronavirus alcanzó ya a más de 600 mil personas en la Argentina, con un promedio que ronda los 10 mil casos diarios este mes. Capital Federal, la provincia de Buenos Aires, Mendoza, Tucumán, Córdoba y Santa Fe aparecen como las zonas más comprometidas. Ni el más pesimista hubiera estimado que para fin de año aún estaríamos ante una situación crítica. Las principales consecuencias de esto se empiezan a detectar con el aumento de la pobreza y la caída del empleo formal, a lo que se suma una angustia generalizada en muchas personas que atraviesan largos aislamientos alejados de familiares y otros contactos de interés.
No menor es aún la desilusión por el descrédito político con la que se enfrenta cada argentino y cada argentina al salir a la calle. La reciente resolución sobre la incorporación del impuesto de las ganancias al precio del dólar contribuyó en ese sentido. La falta de oportunidades laborales es a su vez una de las principales preocupaciones, que se suman a episodios de falta de seguridad y el sueño de una vida mejor en otra parte del planeta. Dicho esto, es entendible que muchas personas de diversas generaciones – fundamentalmente las más jóvenes – expresen en redes sociales, charlas y debates públicos un completo desinterés por la política nacional o se sientan poco representados por el concepto de ayudar al otro, de mirar a un costado más que al propio espacio.
La inestabilidad de nuestro país durante años provoca que muchas personas vean como una alternativa abandonar el territorio, incluso ante la incertidumbre de una crisis global que cada país sobrelleva con aciertos y derrotas. Quizá uno de los puntos más problemáticos en nuestro país radica en la casi ausente posibilidad de planificación a largo plazo. Los jóvenes no suelen hoy contar con una mentalidad de planificación excesiva como en generaciones pasadas, pero sin embargo por raíces familiares y culturales, siempre la planificación de contar con una casa, de superarse laboralmente y de “ser alguien” siguen estando vigentes. Lo complejo ante esta demanda infundada no es justamente su carácter intrínseco psicológico, sino que es un imaginario demasiado lejano a cumplir en la realidad. Muy pocas personas de temprana edad pueden hoy en la Argentina planificar grandes inversiones como las que requiere la compra de una vivienda, aún con un trabajo estable.
Es así que la partida del país aparece como una posibilidad. La excitación de vivir en otro suelo desconocido, de experimentar nuevas condiciones de vida en algunas ocasiones puede ser un deseo personal, pero en muchos otros casos es una simple respuesta a la falta de estabilidad en el lugar que se posee. Gran parte de la clase media argentina hoy se debate en este terreno, a pesar que muy pocos den el paso de alejarse realmente. Muy por debajo de estas posibilidades, otra gran cantidad de personas aspiran a un trabajo en blanco, a ingresos que alcancen para alimentar a una familia o incluso a la educación, proceso superior que por más que sea una garantía pública en nuestro país no es accesible para todos los sectores de igual manera. Esa sensación de que no alcanza aunque se tengan opciones, es lo que genera una falta de creencia en el país como un lugar para ser felices o, al menos, conllevar una vida justa.
El acceso al trabajo informal parece hoy una salida para los que menos tienen, pero tan solo es un parche temporal para quienes no pueden acceder a mejores condiciones. El proyecto de ley denominado Régimen de trabajo en plataformas digitales bajo demanda – con crecimiento durante la cuarentena – que busca darles un marco a los trabajadores dedicados al delivery demuestra esto ante una realidad existente desde hace algunos años, potenciada con la pandemia. Los trabajadores necesitan un marco que asegure mejores condiciones, seguridad para circular en la calle, jornadas con una extensión razonable y mejores ingresos y beneficios. El proyecto pone el foco en todo lo anterior desde el punto de vista del empleador, librando al azar el efecto que pueda generar luego cuando las empresas tengan que adecuarse a la nueva legislación, siendo que actúan en el país sin siquiera contar con oficinas físicas con empleados – inscriptas como Sociedades por Acciones Simplificadas (SAS) – y bajo una desligada responsabilidad sobre lo que le pueda ocurrir al trabajador al realizar el envío de pedidos.
Los trabajadores y las trabajadoras de las plataformas digitales representan entonces un escenario que se repite en varios sectores con empleados atrapados entre la presión empresarial que se resiste a contemplar ciertas condiciones laborales y la ausencia de legislación o la decisión política planteada en proyectos que pueden llevar a que directamente el sector reduzca la cantidad de puestos. Si los números no son los esperados, las empresas buscan nuevos rumbos, sin protección alguna por los trabajadores que se ven obligados a buscar una solución por cuenta propia. En este sentido, la partida arbitraria de una empresa como Glovo ya ocurrió este mes, forzando a todos los trabajadores a moverse hacia otra aplicación de entregas a domicilio. Las empresas de delivery no cuentan con ninguna responsabilidad sobre los trabajadores que siguen saliendo a realizar entregas sin protección, y al mismo tiempo, con incertidumbre sobre el futuro de las compañías que siguen operando como intermediarias de sus ingresos.
Precisamente la falta de previsión es la principal arma para la generación de pánico. Mediáticamente atravesamos un momento más que beneficioso para cualquier tipo de conjetura económica, social o política sobre cómo salir de un momento difícil para las grandes mayorías. Los planes no siempre suenan mal, pero rara vez se centran en el ciudadano. Ese mismo discurso chato de fundamentos que recuerden al ciudadano como lo más valioso que tiene un país es justamente lo que provoca en las nuevas generaciones un descontento masivo hacia la clase política, porque el cuarto poder no responde a las responsabilidades, sólo propone un juego con ganadores y perdedores. Desde el plano político, los discursos centrados en el pasado o, por el contrario, los excesivos esfuerzos de promesas futuras parecen ya no funcionar para lograr una estabilidad social tan necesaria en todo momento de crisis.
De esta manera, el sector político se enfrentará en los próximos meses a uno de los momentos más críticos desde el punto de vista de la percepción social. Las empresas no quieren ceder un centímetro en la lucha hegemónica, el Estado tiene demasiadas ocupaciones para no perder el orden sanitario y social, y entre estas disputas los sectores trabajadores buscan sobrevivir una realidad demasiado triste. La idea de que el ciudadano sólo mira su bolsillo para saber cómo se siente no siempre es válida. Nuestra realidad es mucho más compleja que esto, porque pertenecer no es sólo tener un ingreso seguro y tampoco lo es que las inversiones lleguen al país si no se aplica un plan estratégico de desarrollo nacional.
Escapar de la política es luchar contra la corriente. Decidir un producto para comprar, dónde vivir, con quien relacionarnos; cada acto social está empapado de política. Ocasionalmente se confunde política con dirigente, lo cual no siempre cuenta con un correlato. Por más que se generen opiniones individuales y diversos caminos posibles ante el Covid-19, convivimos en base a una ciudadanía que se define por su conjunto, incluyendo lo adorado y lo detestado. No se encontrará camino posible en la división. La sociedad en su totalidad, la que respetó la cuarentena y continúa movilizándose por generar más trabajo, realiza un esfuerzo incansable por mantenerse de pie contra todo virus y, principalmente, con la difícil tarea de reconocernos cada vez que nos miramos a un espejo como un pueblo luchador que siempre parece tener que perder demasiado para aceptar que ganó otro poco.