El empleo en tiempos de coronavirus se convirtió en pocos meses en un deseo más que una realidad. Ante la alerta mediática por la nueva partida de empresas del país, no alcanza con sólo identificar al trabajo como un derecho adquirido que lejos de esto, sigue siendo no establecido para los sectores más necesitados.
Por Carlos M. López / La inevitable circulación del virus a nivel mundial profundizó crisis sociales y económicas que ya se habían establecido con fuerza durante las últimas décadas en la mayoría de los países afectados. En América Latina, particularmente la caída del empleo y el aumento de la pobreza ha sido una constante sin necesidad de analizar la situación de los y las trabajadoras ante el desafío de afrontar una pandemia. En días en los que ciertas corporaciones millonarias anuncian su retiro de la Argentina, es necesario volver a revalidar que la falta de acceso al empleo es una lucha permanente que los trabajadores y trabajadoras argentinas sufren por más que no sean el foco de cualquier análisis macroeconómico. La crisis del empleo está presente en nuestras tierras desde hace demasiadas décadas como para aprovechar la crítica a una estrategia política en un contexto de extrema urgencia como el actual.
Evitando caer en facilismos y puntos de vista políticos del mundo que rodea a la sociedad argentina, es imperioso remarcar que los principales perjudicados de los recortes de puestos laborales son los trabajadores y trabajadoras que ofrecen su fuerza de producción. La legislación laboral no alcanza cuando se rompen las reglas desde una contratación, cuando se incumplen de manera deliberada los contratos que dictan las empresas, y más aún ahora, cuando se deja de pensar en las condiciones que nos propone el teletrabajo para empezar directamente a sentir una cierta fortuna caída del cielo por tener trabajo. El acceso al trabajo es un derecho. Sin generar confusiones, agradecer siempre es válido y enriquecedor, pero desde una mirada social denota una extrema necesidad actual de pertenecer a un lugar de privilegio del que muchos y muchas hoy quedan excluidos.
A los anuncios de Walmart, Falabella y Sodimac de salir del país – por la caída de ventas en el sector del comercio – y de Latam en junio pasado, se contrapone una búsqueda de profesionales de Amazon, gigante de tecnología en la nube que inició una serie de selecciones en el país el mismo día que los principales medios alertaron sobre el cese de actividades en el país de las compañías mencionadas. Los movimientos de empresas que apuestan o no a un país dan lugar a cambios que pueden perjudicar o beneficiar a diferentes sectores. Los datos duros pueden alentar al éxito a algunos o alarmar a la derrota a otros, pero la vida real del trabajador no puede resumirse a un informe económico que nos ubica como un país potable a las inversiones o por el contrario perdido en la nebulosa de un capitalismo voraz. La vida del mal llamado caminante de a pie, del ciudadano común, de todos los que dependen de muchos otros no es ni será una definición suscripta a blanco o negro; existen grises en cada esquina que se observe, en cada realidad.
Esta semana mi pareja tuvo la oportunidad de salir a recorrer la Ciudad de Buenos Aires luego de obtener el permiso regulatorio para circular durante la cuarentena extendida. Una de las imágenes más impactantes que vivió fueron los cientos de locales cerrados en el centro de la Capital Federal. El local de Adecco, empresa de contratación de personal, ubicado en Av. Córdoba y Av. 9 de Julio ofrece una imagen que impacta: pilas de currículums vitae arrojados por debajo de la puerta a la espera de una respuesta que difícilmente sea generada. Son tiempos difíciles, pero que no remontan a otra realidad más que la propia historia nacional.
Ante situaciones de extremo ajuste como las que atravesamos, siempre la educación puede ser el puntapié para una redefinición de las reglas de juego. Nada podrá solventar las bases de las nuevas generaciones más que la educación; el conocimiento adquirido como aprehendido y los planes de estudio que deben alcanzar un equilibrio entre la demanda que el sistema reclama y la formación de criterio a la que gran parte de la sociedad no puede acceder por condiciones económicas, sociales o de necesidad. En febrero de este año, previo al aislamiento, la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR) recibió 2 mil inscriptos más que en el ciclo lectivo anterior. Noticias como estas pasan a ser de color, porque no alertan, no entusiasman a quienes no prefieren que la sociedad cuente con una sólida base de formación superior. Es que la formación eleva la vara de quienes tienen el poder de brindar trabajo, exige nuevas reglas en las que los trabajadores sean más parte y menos soporte.
Los reduccionismos de crisis utilizados por estas horas generan precisamente el efecto menos necesario. De igual manera que ocurrió con el corralito bancario, cuando la gente corrió en masa a proteger sus propiedades si se comunica que peligran, alertar que los puestos de trabajo están siendo agotados nos puede llevar a lugares pocos felices. Es inevitable la reacción social en cadena, lo que no quita que exista otra realidad posible. La crisis está en cada uno de los argentinos que afrontamos este momento. Estuvo siempre, y la perspectiva no es prometedora cuando se analizan las estadísticas de la región y la proyección de los países que incluso contienen un mejor comportamiento económico, en principio más estable. Por ello el trabajador siempre debe ser el foco. Políticas públicas, decisiones con visión de innovación hacia el conocimiento, formación y, principalmente, sensibilidad social son algunas de las estrategias que pueden responder a la crisis del Covid-19 que aún no dimensionamos, pero ya vivimos. La construcción mediática, política e incluso educativa será siempre más proteccionista de nuestra cultura si en lugar de analizar informes de desempleo se piensa en el trabajador y la trabajadora que camina las calles.
La famosa canción de Los Redondos, Vencedores Vencidos, profundiza sobre el control de un pueblo en tiempos de dictadura. Las luchas en silencio estuvieron presentes en la Argentina más de lo que se reconoce. Preferimos hablar de tragedias y no de responsabilidades, así como lamentamos que las empresas nos dejen cuando el problema de fondo es otro. Las luchas en tiempos mucho más oscuros que los actuales comenzaron en ocasiones desde el sector trabajador, desde los mismos oprimidos que intentaban una revelación a la bruta hegemonía del poder. De la misma forma es que la creación del empleo y la consolidación de los puestos de trabajo debe ser un compromiso asumido de cada trabajador y trabajadora. No habrá en ninguna empresa un respaldo suficiente y tampoco el Estado se encuentra en condiciones ahora mismo de responder por cada puesto perdido.
Lo preocupante aquí entonces es que, si el trabajo pasa a ser un bien preciado, los trabajadores lucharán inevitablemente entre sí por el acceso al lugar deseado. Esta lógica de aniquilación funcionó una y otra vez en determinados países y regiones del mundo a lo largo de la historia. La metodología del capitalismo nos invita a un juego donde se cuentan las victorias y, en las derrotas, se buscan nuevos rumbos que propongan entonces otra victoria. Lo complejo y egoísta de esta percepción es que en esa decisión del cambio de dirección miles de trabajadores y trabajadores quedan aislados, rechazados y sin posibilidades de crecimiento. Por ello la educación es siempre la respuesta a miles de preguntas que vendrán ante una crisis laboral. Empoderar a las masas es brindarles valor, para que ellas mismas luego aporten nuevos valores que permitirán convertir escenarios de crisis en nuevas oportunidades. Pero con la teoría no alcanza, la práctica muchas veces – cuando no siempre – vence. Son los tiempos de vencedores vencidos los que requieren del compromiso social y educativo para una mayor justicia laboral.