El Pejerrey Empedernido, provocador, aunque resulte de más recordarlo, e insistente con lo que entiende como humor, nada por rutas a veces indescifrables, pero siempre llega a destino. Por eso puede hablar de antiguos rituales paganos y cristianos para terminar zampándose una pata de cordero al horno y bajarla con un Cabernet Franc.
Así con “e”, que hoy estamos de jodienda; no vayan a creer ustedes que a esta bestezuela de aguas dulces y saladas, en el entrevero no las hay como las de por allá, por Samborombón, le pintó eso de la corrección política que tanto daño le hace al “idioma” de los terráqueos anclados en la Santa María de los Buenos Aires y lares aledaños, y que es una vuelta de tuerca barrosa y no barroca que los rioplatenses de Occidente le damos al idioma de don Miguel y don Francisco, ¡bravo por don Cervantes y por don Quevedo, y por qué no por don Góngora! Fin de la jodienda (o no)… La corrida de toros, en resumen, no es una pelea; no es de ninguna manera un deporte; no es un juego, aunque en los mosaicos de Knossos del 1600 a.C. así lo pareciera. No se trata de un espectáculo, ni de una exhibición teatral porque no es una representación de la realidad, sino que es una realidad en sí misma: aquellos que mueren en el ruedo no pueden regresar cinco minutos después, sonriendo, para salir a la última llamada y responder a ¡vivas y oootraaaa! Están realmente muertos, como el toro que es retirado de la arena por las mulas. Para honrar al torero que ha destacado en su hazaña, la costumbre de la corrida consiste en entregarle una o dos orejas del animal como trofeo, o bien, ligeramente de menor honor, concederle una vuelta al ruedo para recibir el aplauso del público. El toro puede ser honrado del mismo modo. Es éste un sacrificio ritual y es una parte del catolicismo popular español. Casi la mitad de los toros inmolados en las corridas de España son sacrificados en honor de la Virgen María. Así nos cuenta Julian Pitt-Rivers, en su formidable artículo “Un ritual de sacrificio: la corrida de toros española “(Alteridades, vol. 7, núm. 13, 1997, Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa, Distrito Federal, México). Y todo ello para anclar una idea en arenas fijas por el tanto arrecife que no se ve, acerca de que nadie se haga el distraído, los sacrificios continúan en el mundo de la religiones y las imaginerías (no sólo por esas comarcas), y no soy quién para abrir juicio al respecto, al fin y al cabo considerar al mismísimo Jesús como “cordero de Dios” pega mal, como dicen por ahí, pues el nacido en la Belén de Judea se sacrificó así mismo clavado en los maderos en cruz, para serenar al padre, en esa galleta de la ilógica supina que se denomina Santísima Trinidad, nada más, es cierto y parece, que un error de traducción…Hagámosla corta: para qué hablar del sacrificio animal en la Torá de antes de la destrucción del Templo y en el Eid al-Adha del Islam, si hoy, en nuestros mismísimos días, en el tan, dicen, que racional mundo contemporáneo, que más tiene de muertes evitables que de razón, a cada hora se sacrifican millones de seres humanos en el altar del dios Capital…Pues entonces déjennos a nosotros, a este Pejerrey Empedernido y a su banda de amigos y amigas celebrar al cordero, y claro que, para negarnos a la tanta fanfarria revelada, lo llamaremos cordero del diablo; ya que, dicen, en el Averno se puede beber a discreción, no así en el celestial Paraíso, y ¡qué va carajos!, en el Purgatorio que parece no ser ni chicha ni limonada. Ahora sí, a los nuestro: tras paso raudo por lo de mis amigos los carnizas del rioba y también por del Pepe Hu, el del “chino”, porque ahí los vinos se consiguen a precios entre discretones y tobaras, tanto que no estamos para chiquitas y lo que se requiere para la ocasión, al menos según mi antojo, es un Cabernet Franc de las tierras de Uco, otra vez en la madriguera, con la pata de cordero rediviva y si de la mentada Patagonia mejor, por lo que os invito la cubran con velos santos pero nada libres de pecados y goces de ajos, pimientas, laureles, tomillos, romeros e hinojos con el bautismo en cruz y espada de olivares convertidos en dedos para el unte, nunca pincelillo, a no joder. Envolved a la preciada presa en trapos blancos, no de virginidad y pureza, vade retro tío Satanás, sino por simple amor a las tradiciones del hacer que supieron transmitir aquellas cocineras descocadas de tantas épocas, y al frío suave, que ya con bastante frío se despide este invierno del ’20 y del olvido…Al otro día, a desvestir la pata de nuestro cordero del Diablo, gigot d’agneau, zampa di agnello, alsaaq min lahm dan o como quieran decirle, pero a fuego tan lento como el tanguero, hasta que el crujido de su majestad os encienda de deseo, y para que no se crea que es todo y sólo con ella, ahicíto nomás, de buen ver y mejor oler, una fuente con rodajas de papas y batatas, asadas al igual, ya saben, pero con rocíos del picante que prefieran. Y en nombre del Diablo padre, que no es hijo ni espíritu, sino tan solo eso, Diabolo, disfrutad de vuestro plato… ¡Salud!
Texto tomado del sitio Socompa. El Pejerrey Empedernido es heterónimo de Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. Tiene a su la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática, en la cual integra el Consejo Académico.