Los precios de la comida suben y suben, el latrocinio al que nos someten las corporaciones de la alimentación, los intermediarios que distribuyen, los supermercados y sistema todo de formadores de precios, golpean sin piedad a nuestros sufridos habitantes de a pie, a los pequeños comerciantes de barrio; no a la abstracta ‘gente’, sí al pueblo… A cien pesos promedio el kilogramo de cebollas, muchas veces húmedas y con sus corazones enturbiados, y a otro ciento y tanto el de pan, aquello de contigo pan y cebolla ¡un carajo!; ni eso…Por lo cual , e inspiradas en los versos de Quevedo, las berenjenas se sublevan…Y hasta llegan con recetas…». Palabras de El Pejerrey Empedernido.
Sí, y la emprende con puñal en ristre en la esperanza vana de marcarles la jeta a los turriprecios; pero, por favor, tengan un poco de paciencia y ganas de leer… Vieron ustedes que ponéle es palabreja de moda para todos los tal vez que se les pueda ocurrir, para quizás los supuestos y hasta para sarcásticas burlas; ponéle. Entonces, ponéle, que supe de tanto nadar entre aguas que muchas veces bajan turbias, que un grupillo del turraje nacional, de ese que se emperifolla como empresario, y en este caso de la alimentaria necesidad de los de a pie, mete presión para que con tanto rebrote anunciado de inflación, los del gobierno inventen algo que le dé paso sin contraseña a un próximo aumento promedio del morfi básico de los argentinos, más o menos se afirma, de entre un quince y un cuarenta por ciento, claro que sin despejar posibilidades de embustes, como el ya desplegado a tambor batiente hace meses para muchos comeres envesados, consistente en ofrecer menos cantidad por unidad de lata o paquete a un mismo coste para la gilada, que venimos a ser todos nosotros. O el invento de etiquetas mejoradas – leche tal por cual pero la misma, por ejemplo – con la lograda intención de burlar los famosos precios enfriados en forma oficial para unas cuantas especies, pero que fue siempre más sovér que realidad, pues ¡ma’ quién controla qué…no jodan!…Y, ponéle, que salí hace un rato por vituallas de cocina y cucharon, para luego recitar alguna receta – receta y recitar, me gustó -, tanto que mi amigo Ducrot dice que hace mucho no le hago llegar vianda alguna de buen ver, y me encontré que las carnes de vaca roja, pollo pálido y pescados azules, otra vez para arriba; que ciertas verdurillas ni hablar y que “el chino” en el que me proveo de almacén ya no sabe cómo lidiar con sus proveedores, en manos de intermediarios buscas y cuasi delictuales, que tocan y trastocan sin más los precios aquellos en la forma en que les sale de sus respectivos y turbios o…ojos de bife. Y ya de regreso a la cueva, en la pantalla de la compu en silencio y en la de la tele con los vociferantes sin vergüenzas de siempre, se anuncian mecanismos para facilitar que los clase media siga endeudándose con sus tarjetas – en los últimos años y meses, para comprar comida en los malditos super, cómplices del choreo a la mesa argenta -, y que, dale que va, llegan nuevas posibilidades de más cuotas para más débitos. Con todo ello algunos zafarán, pero, y dejen fuera a los economistas (casi todos), que no sonrojan de mejillas digan lo que digan, ¿se puede acaso hablar en serio de todo esto en un ispa en el cual la suma global de los quienes la yugan en la malaria supera a la mitad de todos nosotros? Otra vez: ¡no jodan!… Ponéle entonces que para levantar los ánimos, deanlé que ya queda poco del impío invierno, cuando volvamos por los mandados para morfar, por ejemplo a la verdulería, hagámoslo en compañía del único, del gran Francisco de Quevedo, quien escribió y retrucó: Don Repollo y doña Berza, de una sangre y de una casta, si no caballeros pardos, verdes fidalgos de España, casáronse, y a la boda de personas tan honradas, que sustentan ellos solos a lo mejor de Vizcaya, de los solares del campo vino la nobleza y gala, que no todos los solares han de ser de la montaña. Vana, y hermosa, a la fiesta vino doña Calabaza; que su merced no pudiera ser hermosa sin ser vana. La Lechuga, que se viste sin aseo y con fanfarria, presumida, sin ser fea, de frescona y de bizarra. La Cebolla, a lo viudo, vino con sus tocas blancas, y sus entresuelos verdes, que sin verdura no hay canas. Para ser dama muy dulce vino la Lima gallarda, al principio, que no es bueno ningún postre de las damas. La Naranja, a lo ministro, llegó muy tiesa y cerrada, con su apariencia muy lisa, y su condición muy agria. A lo rico y lo tramposo en su erizo la Castaña, que la han de sacar la hacienda todos por punta de lanza. La Granada deshonesta a lo moza cortesana, desembozo en la hermosura, descaramiento en la gracia. Doña Mostaza menuda, muy briosa y atusada, que toda chica persona es gente de gran mostaza. A lo alindado la Guinda, muy agria cuando muchacha, pero ya entrada en edad, más tratable, dulce y blanda. La Cereza, a la hermosura recién venida, muy cara, pero con el tiempo todos se le atreven por barata. Doña Alcachofa, compuesta a imitación de las flacas, basquiñas y más basquiñas, carne poca y muchas faldas. Don Melón, que es el retrato de todos los que se casan: Dios te la depare buena, que la vista al gusto engaña. La Berenjena, mostrando su calavera morada, porque no regó en el tiempo del socorro de las calvas. Don Cohombro desvaído, largo de verde esperanza, muy puesto en ser gentil hombre, siendo cargado de espaldas. Don Pepino, muy picado de amor de doña Ensalada, gran compadre de doctores, pensando en unas tercianas. Don Durazno, a lo invidioso, mostrando agradable cara, descubriendo con el trato malas y duras entrañas. Persona de muy buen gusto, don Limón, de quien espanta lo sazonado y panzudo, que no hay discreto con panza. De blanco, morado y verde, corta crin y cola larga, don Rábano, pareciendo moro de juego de cañas. Todo fanfarrones bríos, todo picantes bravatas, llegó el señor don Pimiento, vestidito de botarga. Don Nabo, que viento en popa navega con tal bonanza que viene a mandar el mundo de gorrón de Salamanca. Mas baste, por si el lector objeciones desenvaina, que no hay boda sin malicias, ni desposados sin tachas (Boda y acompañamiento del campo, de Francisco de Quevedo; único)…El tal Ducrot siempre me dice, con sus ditirambos escritos, propios y vilmente afanados, usté don Peje, puede esgunfiar; hágame caso, contrólese…Entonces cumplo y no los aburriré con la sacra historia de la berenjena, aunque no puedo evitar los siguientes y breves guiños: es más vieja y por siglos que el pobre don Cristo – se imaginan qué bardo si el tal don no hubiese sido el flaco que conocemos por las imágenes y en cambio sí hubiese sido una doña…Esa no me la perdería ni por todos los huevos fritos del mundo…A nuestros paisitos de América llegó en las jalivas de los lúmpenes conquistadores, quienes a su vez la recibieron de mis queridos y admirados amigos los moros. En 1539 se decía de ella que engendra “melancolía y malos deseos”, los que, por supuesto, para los Pejes, son los mejores, ni falta hacía decirlo. En Nápoles, un cocinero cortesano recomendaba los siguientes bocados: “berenjenas en cazuela, berenjenas espesas, berenjenas a la morisca; en cazuela moxí, en escabeche, con arroz”. Y éste, vuestro humilde escribidor de cocinas, les propone: tomad a las más bellas de entre todas y como si fuese en noche de solaces, disponedlas sin rubores, es decir de espaldas y con amor, aunque abiertas al medio, sobre una asadera aceitada con el jugo de los olivares y adornada en cuerpo y alma con granos pocos de sal gruesa; luego, un algo más del mismo juego untuoso pero si exagerar, y una vez asadas sobre mantas llamadas fuentes, y a saber: pimienta molida, ají del rojo y seco, albahacas, oréganos, tomillos y ajos, todas esas bondades deshidratadas, unos algos de pimentones, si ahumados mejor y más aceite de oliva, hasta que brillen…vamos a brillar mi amor. También pueden asarlas como recién pero a último momento festejarlas de testa a pies con hebras de queso rallado y unos segundos antes de retirarlas de la tan abrasadora temperatura, suman rubores de ricotta fresca y pimienta negra recién pasada por la molienda esa que atesoramos tan cerca de nosotros a la hora de los presentes menesteres…Como esta semana la hice lunga, aquí me despido con una sorpresa (supongo): las asan sin sal (tras cortarlas rápido al horno pues si ella la blanca granuja, se ponen oscuras) con el lecho apenas si aceitado como para que no se peguen; las retiras, las descarnan y con ello y sin pundonor, breve pase mágico de mezcla con crema espesa, apenas si azúcar morena y abundante desflore en rallador de chocolate amargo; y a la heladera…Anímense a ese postre sobre el cual me ilustró hace ya mucho una cocinera siciliana, y ellas saben, en serio…Bien, ponéle, ¡salud…y que el vino no nos abandone, nunca!
Texto tomado del sitio Socompa. El Pejerrey Empedernido es heterónimo de Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. Tiene a su la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática, en la cual integra el Consejo Académico.