La humanidad se enfrenta desde hace meses a una realidad desconocida. Casi como una analogía irónica el destino nos pone frente a los ojos el desafío de hacer lo único que no hemos sido capaces de lograr en 2020 años de civilización: respetarnos como seres.
Por Carlos M. López / ¿Cómo sería el mundo sin los intereses que nos rodean? ¿Cómo sería el suelo que pisamos sin la transacción como representación de la civilización? Cualquier experimento puede demostrar si una hipótesis científica es cierta o no, pero en la vida al vivir una única vez, no se cuenta con la posibilidad de probar un posible resultado, ningún estudio puede asegurar el éxito de una elección. Los gobiernos afrontan ante la pandemia esta situación constantemente. No existe una receta definida; sólo algunos países han logrado diferenciarse con mejores resultados y otros con peores, no por las decisiones en sí, sino más bien como consecuencia a los desarrollos que cultivaron en los últimos siglos.
El gobierno nacional hizo hincapié en proteger la Salud Pública, en fortalecer un sector golpeado durante décadas -al igual que la Educación- para aplicar un aislamiento como única salida a los contagios masivos. Alemania por el contrario comenzó un plan de acción de control permanente sobre los posibles infectados, logrando con testeos masivos volver a poner en marcha la actividad en poco tiempo. Estados Unidos no frenó, porque el capitalismo no lo permite, generando así amores y odios de Estados con posturas totalmente antagónicas y con una sociedad en la que el coronavirus es considerado una problemática menor frente a la lucha contra el racismo y las futuras elecciones presidenciales de noviembre próximo.
Para cortar con la melancolía que nos produce estar en la parte baja del mapa, no somos culpables pero sí responsables del entorno que fundamos. No somos lo que hacemos cada día, sino que lo que hacemos es condicionado por lo que hicimos, por las elecciones que afrontamos, por lo que ocurrió ayer mismo. La construcción de un país que se piensa tanto más hacia el exterior que hacia el interior, imposibilita muchas veces la superación de la sociedad en su conjunto. El contexto cultural nos alimenta, nos prepara para entender el mundo y no permite opiniones. El concepto del trabajo; el rol de la mujer en la sociedad; la aceptación a las minorías, todas ellas son piezas claves que luchan por equilibrar una balanza inclinada por demás hacia creencias establecidas como verdades únicas e inigualables. Sin embargo, lo que estas resistencias del odio no admiten es que no se busca tan sólo igualdad, sino más bien se percibe actualmente una inexorable necesidad de cambiar las formas de comprendernos dejar de repetir las mismas equivocaciones una y otra vez.
¿Qué es lo que lleva a una porción de la sociedad a aplaudir las estrellas blancas en la bandera cuando habitamos la tierra de los oprimidos? Como sociedad, como conjunto colectivo, desconocemos profundamente nuestra historia. La negamos, la modificamos y nos encargamos de sentirnos poderosos aunque la historia nunca nos guardó el capítulo feliz. Y es el tiempo el que se encarga del olvido. Releyendo algunas líneas de la Insoportable levedad del ser de Milan Kundera, remarco las siguientes líneas: “No hace mucho me sorprendí a mí mismo con una sensación increíble: estaba hojeando un libro sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me emocioné: me habían recordado el tiempo de mi infancia; la viví durante la guerra; algunos de mis parientes murieron en los campos de concentración de Hitler; ¿pero qué era su muerte en comparación con el hecho de que las fotografías de Hitler me habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un tiempo que no volverá? Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antenamo y, por tanto, todo cínicamente permitido”.
La Gran Guerra, la revancha, las permanentes batallas que se libran en tierras africanas, la pobreza en América Latina y Asia, la conciencia que duerme en el Norte y la belleza de Europa que esconde la real humanidad. El tiempo logra que el miedo se convierta en orgullo. La película Fury protagonizada por actores como Brad Pitt, Shia LaBeouf, Logan Lerman, Michael Peña y Jon Bernthal, no cuenta sólo la resistencia de cinco estadounidenses en la Batalla de las Ardenas a bordo de su tanque Sherman M4A3E8 en líneas alemanas. El relato es una obra destinada a la humanidad, un interrogante a la incomprensión del dolor en busca de más dolor. Del valor personal y emocional utilizado como arma para la destrucción de otras almas. De la pérdida inevitable de un mundo que fue preparado para el combate, desde la trinchera o cuando abren los mercados.
El sistema capitalista nos exige siempre un poquito más. No importa si el virus sigue por acá, hay que cambiar de canal y seguir. Se proponen experiencias únicas, aventuras extremas en cualquier parte del mundo, y ahora al alcance de un celular. Recuerdo la primera vez que conocí una isla. Descendí de una barcaza pequeña luego de arribar a una zona protegida con un grupo de turistas. Para algunos era una momento habitual, para otros era la primera oportunidad de conocer aguas cristalinas, de nadar y verse los pies debajo del agua; de tirar un puñado de arena blancuzca y visualizar una carrera de granos de arena en busca del fondo del mar. Tal momento fue interrumpido por un turista que intentaba pescar un llamativo pez con una piedra. Otro turista lo detuvo hasta que los mismos acompañantes del cazador insistieron en contradecir su locura. Que no fue su locura. Fue lo que aprendió en las tierras donde se crió. Su actitud representó a una generación, a muchas incluso.
Atravesamos la adrenalina de un presente que no entiende de pausas. El trabajo, la comida, el desarrollo, la agricultura, la industria, los mensajes virtuales, todo esto debe hacerse rápido. Si el proceso es comprendido como extenso, aburre. Ser eficientes es sinónimo de velocidad. No hay tiempo para contemplar la igualdad, ni para ocuparse de los detalles. En determinados países el Covid-19 reforzó estas líneas, en otros fue una oportunidad para cuestionarlas. Sin embargo, el mañana volverá poco a poco a parecerse a lo que hacíamos hace un año. Con cambios modales, con hábitos rediseñados, pero siempre con el objetivo de volver a hacer girar la rueda a una velocidad impuesta, como si no importaran las consecuencias. Sólo existe un minúsculo detalle: las consecuencias están y estarán, por más que no las sufran los mismos que las generan. Como diría Nietzsche, que bueno que no podamos repetirnos una y otra vez en nuestras vidas, aunque sin ser conscientes de ello, lo hacemos cada día.