Ante un escenario de contagio global de coronavirus, los medios que invaden la escena pública han demostrado una vez más su poder para alejarnos de la única verdad insoslayable: la información. La opinión, malgastada por su incorrecto uso, al frente de un escenario en el cual el qué le gana por lejos al cómo.
Carlos M. Lopez / La cuarentena va en contra de la forma en la que se comprende al mundo, a lo cotidiano e incluso al desarrollo humano. El coronavirus nos ubica ante un nuevo escenario desafiando la falta de paciencia y la elevada ansiedad con la que las sociedades occidentales se han acostumbrado a vivir. Las noticias y los medios que se encargan de controlar la agenda cotidiana no son la excepción. Los sitios digitales y noticieros televisivos el martes comenzaron una oleada de opiniones para direccionar los avances de Rusia por encontrar una posible vacuna hacia otros debates alejados de lo central en la lucha contra el virus, lo que no representa ninguna nueva receta de cómo manipular información y el mensaje que se busca inculcar en la opinión pública, pero que sí marca una realidad a la que nos enfrentamos cada vez que prendemos la TV o navegamos por Internet: la información como producto de la ausencia de información.
Esta perspectiva es la misma que se percibe habitualmente en muchos pueblos del interior del país. Por ser criado en una pequeña localidad del noroeste de la provincia de Buenos Aires, recuerdo casi como una imagen en mi mente la frase que tanto se divulgaba por aquellos años de mi infancia en las calles: “Pueblo chico, infierno grande”. Es que, ante los ojos de la vergüenza, ser artífice de un episodio poco valorado es quizá una de las experiencias menos buscadas por los habitantes de un pueblo. Las noticias corren rápido, la calle se transforma en escasos segundos en un muro de Facebook en el que las novedades van cayendo y, como toda divulgación social informal, los comentarios van desvirtuando la información hacia la opinión.
En dicho contexto, la opinión es una herramienta que demuele a cualquier involuto que se presente ante el pueblo. En apariencia no es mala ni buena, es opinión. Y ahí está, esperando que se le dé importancia o la dejen pasar como un comentario más. Dicho esto, es de mayor importancia aun cuando esa opinión gana cierta notoriedad. Es decir, la opinión en sí es simplemente un recurso, el meollo es el uso, tal como ocurre con un arma hasta que alguien dispara el gatillo. La semana pasada, luego de varias sin presencia de contagios visibles en el pueblo, fueron detectados seis nuevos casos de Covid-19. Así fue como por medio de mensajes, comentarios, encuentros y otros tras dichos, la noticia del coronavirus en el pueblo se desplazó casi tan rápido como el contagio mismo. Ante nuestros ojos entonces uno de los más significativos dramas de nuestra era: la opinión como información.
Por ser un pueblo de no más de 40 mil personas los medios se reducen a dos diarios locales, algunos portales digitales y las redes sociales que pasaron a ser la ventana de exposición más urgente. De tal manera comenzó la divulgación de los nuevos casos de contagio, la incertidumbre sobre la cantidad de posibles infectados en estudio e incluso hasta un posible ocultamiento municipal para no divulgar la información real. Finalmente, el comité de salud local emitió conferencias vespertinas para brindar los datos duros a los que nos hemos acostumbrado. Lo llamativo en mi caso fue que al mismo tiempo comencé una búsqueda por medios digitales -colapsados por las consultas en línea de la gente- para acercar a mi familia que vive allí un panorama real sobre lo que ocurría. La información escaseaba en todas sus formas. El “se dice que” se convirtió en mi única fuente confiable hasta que envíe algunos mensajes a conocidos. De esta manera, desde mi departamento en la Ciudad de Buenos Aires conseguí dar con algún dato más certero que muchos de los propios habitantes del pueblo.
Vivimos y transitamos la era del qué dirán. Los medios de comunicación que en apariencia nos ponen ante el desayuno o la cena el debate central del día no buscan divulgar una posible verdad, sino más bien distorsionar el escenario. La teatralización de la vacuna de Vladimir Putin se sintió tan confusa como mi búsqueda sobre la repentina verdad de los contagios en el pueblo donde nací. La noticia deja de ser la vacuna y pasa a ser la veracidad de la misma; la carrera política del anunciante es la urgencia, incluso la postura de los países y organismos internacionales bandera de la medicina. De igual manera, la noticia dejó de ser en el pueblo los contagios y pasó a ser quién miente más y quien oculta o dice lo que realmente ocurre.
Por ello es que insisto en creer que no hay peor información que la ausencia de la misma. En el caso del pueblo la información se ausenta como parte de la falta de mecanismos democráticos de acceso al conocimiento, por falta de estructura e incluso por desconocimiento. En los medios hegemónicos, allí donde el presentador de turno vale mucho más que las palabras que emite, se produce este mismo efecto de manera intencional. Se busca cuestionar lo incuestionable y proponer debates que alejan al conjunto de la sociedad de las reales preocupaciones. El concepto de “la gente” se vuelve editorial, la vacuna se convierte en salvación o error, el avance científico es interpretado como retroceso si no surge con los lineamientos económicos que mandan en el mercado, y por consiguiente si no se avanza entonces quedamos atrapados en un limbo del que nadie nos puede salvar.
El cóctel que hoy sirven los medios de comunicación es diabólico, y no menos explosivo. Mirar al otro para encontrar dónde está la grieta es lo que alimenta horas y horas de debates inoportunos que son producidos como paquetes de un reality de periodistas revalidados en muchos casos por otros profesionales, particularmente relacionados a la medicina desde la llegada del coronavirus. El domingo pasado, previo al anuncio del posible antídoto ruso, observé con atención un programa médico emitido por América TV. Luego de 15 minutos no tuve alternativa que dejar de hacerlo. Ninguno de los profesionales presentes pudo congeniar en una idea acabada sobre los avances de las vacunas. Todo fue opinión, volcada a la mesa con un pánico ensordecedor. Llegar a saber que la vacuna rusa se encuentra en la misma fase de desarrollo que otras en proceso debería ser la información necesaria, pero desde este martes el debate es otro. Los medios, tristemente, se han convertido en el qué dirán de la pandemia.
En la Argentina el desempleo aumenta, pero el debate se pone de pie ante la aprobación o el rechazo a la Ley de teletrabajo. Nos enfrentamos a las horas más críticas de contagios masivos, pero preferimos centrarnos en Putin y su Sputnik V. Nada debatimos en la pantalla chica sobre los niños de América Latina y los esfuerzos extremos para luchar contra el hambre, el de ayer, el de hoy y el que vendrá. El producto mediático se devora a sí mismo y escupe aún más debate sin sentido, como si ser más exitistas fuera la respuesta a nuestros cientos de preguntas de pandemia. ¿Sería tal cual es el debate de la vacuna si la propuesta era de Donald Trump o si Gran Bretaña presentaba más detalles sobre su proyecto con Pfizer y BioNTech? Quizá no. Entonces el debate no es la vacuna, sino la excusa. Por dicha razón los medios no tocan ciertos temas como los antes mencionados, porque no hay interés, porque no hay excusa posible. Y la muerte que provoca el coronavirus ya no entretiene.
En una conferencia ante el público brasileño en 2017, el director técnico argentino, Marcelo Bielsa, cuestionaba: “El procedimiento educativo más poderoso que tiene la sociedad ya no es más la escuela, son los medios de comunicación, porque influyen más que la escuela y la familia. Y es una vergüenza que ellos eduquen a la gente, porque la educación tiene intereses diferentes a los medios de comunicación, y las familias tienen expectativas diferentes también. ¿Por qué digo esto? Porque el mismo argumento que se utiliza para amplificar un comportamiento en la victoria es el que se utiliza para condenar el comportamiento en la derrota”. Acto seguido, la audiencia interrumpió con un aplauso al actual entrenador del Leeds United. Y Bielsa concluyó: “Lo último a lo que aspiraba era a generar esto, porque resulta que si estamos de acuerdo, ¿cómo es que lo permitimos?”.