Luego de cuarenta años de reinado triunfante del modelo civilizatorio neoliberal, la fisura por donde se develaron masivamente las bases endebles, falsas e infértiles de la panacea neoliberal, la generó un microorganismo que ni siquiera podemos ver.
Por Carlos Ciappina (*) / Uno de los efectos menos esperados de la pandemia global ha sido el de descorrer el velo que ocultaba los fundamentals, las bases, los principios sobre los que se asientan las sociedades capitalistas – y dentro de esa categoría amplia- la sociedad capitalista neoliberal. O dicho en los modos del siglo XX: el dominio de la derecha. Porque el neoliberalismo es “la derecha”.
La reconversión neoconservadora de la derecha neoliberal se llevó puesta a la Unión Soviética; luego conquistó Asia y Europa y, finalmente América Latina. Resistió la crisis de los mercados de 1982, la crisis Rusa y mexicana de 1985, la caída de las Torres Gemelas en el 2001 y el quiebre del sistema financiero en la crisis del 2008. Más aún, cada crisis pareció darle más consistencia y mayor despliegue. Pero, al parecer, el pequeño e invisible virus que recorre el mundo desde fines de 2019 ha tenido un impacto de imprevisibles consecuencias.
“El virus se vuelve insoportable para las derechas, el virus ha traído a primera página las ideas que la derecha neoliberal intentó desterrar”.
¿Adónde radicó/a el éxito del modelo civilizatorio neoliberal? Como toda expresión de derecha capitalista, el éxito del neoliberalismo parte de su absoluto descreimiento sobre las capacidades altruistas de la naturaleza humana. En el fondo de la concepción de derechas neoliberales anida no sólo la idea de que el individuo es lo único que le da sentido a la existencia sino que no es, digamos, cualquier concepción de “individuo”. El individuo de la derecha neoliberal está despojado de toda asociación colectiva.
Ese individuo-sujeto neoliberal no necesita para su realización – ni necesita encuadrar su existencia – en ninguno de los “grandes relatos” de la modernidad: revolución, socialismo, comunismo. Tampoco necesita inscribirse en los otros relatos de la modernidad: el Estado, la Patria, las identidades históricas, las tradiciones. Un individuo que sólo reconoce – y tibiamente – el lazo social de la familia nuclear como única referencia a la que está – parcialmente – vinculado/a su existencia.
Desde hace cuarenta años, lenta y sistemáticamente, el modelo civilizatorio de la derecha neoliberal fue despojando al individuo de cada una de las ideas y, sobre todo, de las prácticas que lo ataban a alguna referencia colectiva: en medio de una aparente diversidad, las industrias culturales y los conglomerados mediáticos han pulido, perfeccionado y repetido en todos los niveles posibles – filmes, series de tv, noticias, opiniones, redes – la noción de que es desde la individualidad la única forma de alcanzar la realización personal y el éxito.
“El individuo de la derecha neoliberal está despojado de toda asociación colectiva”.
Hay, en esta concepción, un pesimismo fundante: el individuo como único sujeto de realización personal – que carece de todo sentimiento empático y solidario – no es el resultado de la interacción social sino de una especie de autorrealización personal que lo separa tajantemente de los/as otros/as .
Así, toda otra concepción sobre la vida social sustentada en algún relato colectivo o en concepciones solidarias, comunitarias y aún de mutua conveniencia se transforma en un obstáculo para la realización individual. Este pesimismo egoísta inicial genera una concepción absolutamente funcional al despliegue de la economía neoliberal: una economía deslocalizada, despegada de cualquier relación con la generación de valor productivo y sostenida en una financiarización absoluta, que relega a miles de millones de personas a la pobreza y la indigencia mientras buscan alcanzar afanosamente “la realización personal”.
El neoliberalismo es un pesimismo altamente productivo. En especial para las élites financieras y empresariales globales.
Digamos pues que durante estas últimas cuatro décadas, no ha habido ningún fenómeno global lo suficientemente poderoso como para poner en duda esta lógica; porque otro de los éxitos incontrastables del neoliberalismo es su capacidad para compartimentar y desestructurar el campo de la organización social de resistencia o de lucha contra su modelo civilizatorio.
“Se expresan las quejas porque el sacrosanto mercado no tiene respuestas frente a la pandemia”.
Las luchas que durante buena parte del siglo XX se pensaron en términos homogéneos y duales – democracia o dictaduras, socialismo o capitalismo, revolución o statu quo – esas grandes luchas que arrastraban colectivos que se imaginaban homogéneos, han dado paso a una diversidad heterogénea y de protesta y /o resistencia sin un sujeto social ni político que las englobe: ambientalistas, luchas desde las perspectivas de género, pro-derechos animales, pro o anti-abortistas, les anti-política… una miríada de protestas y resistencias que son justas, necesarias y relevantes, pero que no han logrado expresarse en grandes movimientos colectivos que incluyan o “arrastren” al conjunto social en una mirada integradora.
Los grandes medios masivos de comunicación – la verdadera “fuerza de choque” neoliberal – refuerzan y sostienen esa compartimentación. Todas las libertades de expresión son válidas en tanto y en cuanto sean expresiones parciales. En cuanto asoma un proyecto político que se proponga integrar estas diversidades antineoliberales en un movimiento articulado de carácter nacional o regional, se topa con la oposición implacable de los medios masivos y su articulación con los aparatos políticos del poder fáctico.
Y es precisamente en este punto en el que el virus que causa la pandemia del Covid-19 se vuelve insoportable para las derechas: el virus ha traído – de la mano de la más absoluta necesidad de supervivencia – nuevamente a primera página las ideas y las prácticas que la derecha neoliberal intentó desterrar definitivamente desde hace cuarenta años: se vuelve a escuchar hablar de la solidaridad como práctica colectiva, se expresan las quejas porque el sacrosanto mercado no tiene respuestas frente a la pandemia y se multiplican las voces que repiten una y otra vez que nadie se salva solo, que la salida es colectiva.
“El neoliberalismo es un pesimismo altamente productivo. En especial para las élites financieras y empresariales globales”.
Para colmo de males y horror de los horrores, de todas las organizaciones humanas actuales el Covid-19 no ha podido derrotar al Estado. Se derrumban empresas, colapsan bancos y financieras, se desploman las monedas y el petróleo y se reduce el consumo. Pero el Estado como organización se recoloca en el centro de la escena para darle respuestas – las que fueren según cada país – a una población desconcertada por la masividad y extensión del virus y sus efectos.
Solidaridad, comunidad, colectividad, recuperación del Estado, resuenen nuevamente en los discursos políticos y sociales. También resuenan viejas/nuevas acciones por parte de los Estados: nacionalizaciones por causa de “utilidad pública o social”, limitaciones a la circulación financiera que por décadas destruyó países y sistemas productivos para reemplazarlo por una ruleta de especuladores, y programas masivos de ingreso familiar para sostener cierto nivel de vida y de consumo independientemente de la asignación meritocrática de la derecha neoliberal.
De golpe, el ideario societal, lo deseable, ya no es el héroe/ina individual; los “famosos y el glamour”, el deseo del lucro individual a toda costa, la búsqueda de la renta. De golpe – frente a la amenaza profunda de una pandemia letal – todo aquello que para la derecha neoliberal era el eje de la razón de ser del individuo se vuelve superfluo, vacuo y pierde esa respetabilidad egoísta que había logrado en estos cuarenta años.
“Se derrumban empresas, se desploman las monedas y el petróleo, pero el Covid-19 no ha podido derrotar al Estado”.
Los héroes hoy son médicxs, enfermerxs, científicxs y todxs lxs que trabajan y luchan por los demás. Nombrados así, en colectivo.
Y es allí, precisamente allí, cuando la derecha neoliberal decide que su nuevo enemigo es el virus. El virus trae un peligro mucho mayor que la enfermedad a nivel biológico: trae el peligro de promover la toma de conciencia colectiva, de la recuperación de las capacidades estatales, de la relativización de la economía como eje y vector de toda vida social. Por eso el virus es el enemigo.
Y la derecha que no es zonza define con claridad la solución: “la pandemia no existe”, el “virus es una gripecita nada más”, es un invento de la tecnoburocracia de la Organización Mundial de la Salud. Todas las derechas latinoamericanas tomaron ese camino: de Piñera a Bolsonaro. Lo mismo hicieron Trump y los supremacistas blancos norteamericanos o Boris Johnson y los ultranacionalistas del Brexit en Gran Bretaña. Y en nuestro país – como no podía ser de otra manera – tomaron ese camino las Bullrich y los Macri.
“El virus trae un peligro mucho mayor para la derecha: la toma de conciencia colectiva y la recuperación de las capacidades estatales”.
Y entonces el virus es subvaluado, empequeñecido, invisibilizado y junto a él, las estrategias de los gobiernos y los Estados para frenarlo. En este punto es donde aparecen los/as anticuarentena.
Lxs anticuarentena dejan de ser, en este contexto, un grupo de enajenados irracionales que niegan lo innegable: son la expresión política de la derecha neoliberal que necesita que el virus no exista, porque si deja de existir todo volverá a la “normalidad” despiadada e insolidaria del reinado del mercado neoliberal. No hay virus, no hay pandemia, no se necesita cuarentena, es la respuesta política de la derecha a la novedad política del coronavirus.
Sin virus todos retornamos al neoliberalismo y su eterna promesa de un derrame imposible fruto del éxito individual. Un retorno a esa pandemia planificada de la exclusión, de miseria y de pobreza.
(*) Texto tomado del sitio Contraeditorial. Su autor es doctor en Comunicación. Director de la carrera Periodismo en la FPyCS de la UNLP.