No se puede querer el confinamiento, no obstante se está bien si se está a salvo. Tal vez sea eso. O tal vez sea el hecho de que más de 80 días después, de alguna manera, pude volver a darle un abrazo.
Por Vicky Castiglia / Si algo me enseñó esta pandemia, es a darme cuenta de las cosas que realmente importan: estar a salvo, tener un plato de comida en la mesa, entender que aquello que amamos es lo que nos mantiene en pie. El resto, es tan relativo como este tiempo que se nos ha pasado y de cuyos días perdí la cuenta. A veces tengo la sensación de que fue ayer la tarde que compartí en La Elvira con algunas de las personas que más quiero. Pero fue en marzo, hacía calor y las hojas aún no se habían puesto amarrillas ni se habían caído.
He vuelto mucho, últimamente, a uno de los libros de Hemingway que más me gusta y más me conmueve, Adiós a las armas. Es la historia de un estadounidense al que la primera guerra mundial lo agarra en Europa. Allí decide alistarse como voluntario del ejército italiano a pelear una guerra que ni siquiera es suya y en el medio de tanto desastre, sin buscarlo y sin quererlo, y pensando que nunca le podía llegar a pasar, simplemente se enamora. Pero no es Adiós a las armas nada más que una novela de amor. Tiene que ver con algo mucho más solemne, esa excusa que encontramos en medio de tanta miseria, de tanto quilombo para seguir adelante. Es eso que nos vuelve más humanos, más débiles y más fuertes al mismo tiempo, y es algo que ese soldado sólo puede comprender después de haber estado en el campo de batalla: que el amor -triste y desgarrador a veces- es lo que al final nos salva.
“No se puede querer al suelo de un vagón, ni a los cañones con sus fundas de lona, ni el olor del metal engrasado, ni un toldo que deja atravesar la lluvia. No obstante, se está bien bajo la lona, y la compañía de los cañones es agradable. Pero amar a alguien que se sabe que no puede estar aquí, darse cuenta muy clara y fríamente –fríamente pero sobretodo clara e inútilmente-, darse cuenta inútilmente, acostado sobre el vientre, de que habéis asistido a la retirada de un ejército y a la progresión de otro”. Ese pasaje es el que más me gusta y tal vez lo sea porque al volver a leerlo, yo también me siento un poco arriba de ese tren, cayendo en la cuenta de muchas cosas, entre ellas que éste no es un momento cualquiera.
Una gran parte del país abandonó esta semana la fase de aislamiento social preventivo y obligatorio y le hace frente a una nueva normalidad. Algunas zonas, las que concentran a gran parte de la población, aún estamos en la etapa anterior, pero por alguna razón al encierro lo siento distinto. Sé que es un momento de marchas y contramarchas. Sé también que el futuro que nos espera será diferente al nos imaginábamos. Pero al menos ya puedo verlo. Clara y fríamente. Y sin embargo, sabiendo todo lo que ha pasado ahí afuera, en ese lugar que hemos dado en llamar mundo, conservo las esperanzas.
Vuelvo al párrafo del libro y pienso: no se puede querer el confinamiento, no obstante se está bien si se está a salvo. Tal vez sea eso. O tal vez sea el hecho de que más de 80 días después, de alguna manera, pude volver a darle un abrazo.