Textos después de asomar la cabeza y pisar las calles, por un rato, en tiempos de cuarentena. O una nueva mirada al mundo impactado por el coronavirus.
Por Carlos López / Salir me relajó como hacía mucho no lo lograba con otro método. Este fin de semana realicé algunas salidas según lo permitido por mi terminación de mi documento, tal cual se reglamentó en la Ciudad de Buenos Aires. La circulación de personas y vehículos se asemeja a la que habitualmente se puede observar los sábados en la Capital. La utilización de barbijo o tapaboca se cumple en un alto porcentaje y por el contrario lo que más cuesta obedecer es el distanciamiento entre personas. La distancia en las colas en los mercados, carnicerías y otros almacenes de alimentos se respeta en un alto grado pero muchos vecinos deciden acercarse un poco más de lo establecido para entablar alguna conversación.
Si bien sólo me desplacé por zonas cercanas a la Facultad de Medicina de la UBA, rápidamente observé en pocas cuadras una realidad que no aparece en los grandes noticieros y que es protagonizada por personas que viven en situación de calle y que por alguna u otra razón han vuelto a dormir en las esquinas o en algún refugio improvisado en distintos rincones de la ciudad. Esto me hizo recordar en cierta forma a una película de bajo presupuesto llamada Avenida Cloverfield 10. La historia es protagonizada por una joven de nombre Michelle, quien sufre un accidente automovilístico camino a Luisiana, estado del sureste de los Estados Unidos. Al despertar, se encuentra encerrada en una habitación de un búnker casero donde un hombre asegura haberla salvado de un ataque químico que experimenta el mundo.
Con el pasar de la trama, Michelle descubre que el hombre llamado Howard no era realmente solidario como se mostraba y por el contrario encuentra en su domicilio algunas pruebas que lo relacionan con la desaparición de una amiga cercana a ella. Luego, Howard decide asesinar por considerarlo peligroso a Emmett, otro integrante que se refugiaba con ellos en el bunker, provocando un giro terminal para la situación de encierro. Estas acciones culminaron aportan el valor que la joven necesitaba para escapar del lugar, lo que finalmente logra incendiando el refugio. Al salir al exterior, Michelle finalmente descubre que el aire aún sigue siendo puro y no existe una amenaza química como la intentaba convencer Howard, aunque sí el mundo experimenta un tipo de invasión en apariencia extraterrestre contra la que ella decide luchar.
Muchas escenas durante el film tocan temas con los que convivimos a diario casi sin notarlo. La falta de información veraz sobre el estado de una situación social no es nada nuevo, ocurrió antes y después de la Ley de Medios que buscó democratizar la palabra pero que con el paso de los años fue perdiendo respaldo en los centros de poder. Volver a salir a la calle me hizo sentir internamente con algunas de las dudas que Michelle muestra en Avenida Cloverfield. No todos los comercios están completamente arruinados por la actual crisis que nos propone el coronavirus, ni tampoco le estamos ganando sin ningún costo al virus. La inflación marcó 1,5% en abril, siendo la más baja en 30 meses. En apariencia es una buena noticia, pero que en relación con un análisis segmentado del sector alimentario la cifra se eleva ampliamente. No hace falta ser un especialista que requiera obtener el Índice de Precios al Consumidor (IPC) para comprender que desde hace dos meses los productos alimenticios subieron en algunos lugares más de un 50%. La fruta y la verdura, base de cualquier alimentación de los más chicos, pegó un salto inicial y la única estrategia posible para muchas familias en este momento son las combinaciones de descuentos o la asistencia social que reciben los barrios más vulnerables.
Fue así como sentí al salir a la calle que una avalancha de pura realidad avanzaba sobre mí. Lejos del encierro, lejos de las noticias, la calle habla por sí sola. Recuerdo cuando comencé mi trabajo periodístico en esta misma agencia hace unos cuantos años atrás. Era un joven cubierto de dudas pero con una convicción clara sobre mis objetivos. Asustado por momentos, totalmente seguro cuando me daban la tarea de salir a la calle en busca de una producción. Siempre defendí la educación universitaria, considero que tendría un muy bajo porcentaje de la modesta capacidad intelectual que poseo si no fuera por la Universidad Pública, pero qué bien hace al pensamiento crítico que nos aporta la calle, que bien hace escuchar a los vecinos, pegarse un poquito más de lo debido en las colas y escuchar los problemas reales, los que tenemos todos y todas cada día. Que bien hace pasar por al lado de una persona en situación de calle y comprender que no tiene a donde ir a dormir porque no quiere abandonar a su perro, el único ser que siente que no lo defraudó en la vida.
Hace tiempo una persona que se dedica al Derecho me comentaba que no hay ley que no se ajuste al sentido común. Mientras pensamos sobre el mundo que vendrá después del coronavirus -si existe un después totalmente libre del virus-, siento que muchas visiones pueden ser válidas, pero que la clave del mañana no será cómo es el mundo que viene sino cómo queremos construirlo desde el ahora mismo. Es nuestra responsabilidad ser mejores y cuando las noticias de drama abruman cuesta concentrarse. Mi propuesta no es apagar la tele, sino más bien apaciguar lo que nos genera que tipos como Baby Etchecopar suelten un arsenal de insultos al aire creyéndose más que otros en un momento que el mundo necesita más unidad y sobre todo, pensamiento crítico. Para jugar un juego donde todos y todas estemos incluídos no hace falta gritar fuerte o cambiar el foco del poder, sino más bien empezar a incluir a todos, algo que molesta por demás a los futurólogos de la economía que hace más de veinte años dicen saber cómo solucionar la pobreza en la Argentina.
Quienes buscan que el pueblo se pierda siempre son los mismos, están ahí aunque nos cueste reconocerlos. Al mismo tiempo que algunos reclaman más liberalismo y se enojan por el pago de impuestos, cientos de personas se enferman en la Villa 31 y otros tantos siguen el mismo camino en Chaco, en muchos casos con una final de muerte. El dengue avanza en diferentes ciudades y otras enfermedades controladas en el mundo hace un siglo atrás nos ponen en alerta sobre las condiciones de higiene que atraviesan millones de argentinos. Una economía resistente, una Nación con bases ordenadas y con innovación tecnológica no se logra con creer que necesitamos un sueño americano. Se necesita mucho más que eso, y sobre todo se necesita que cada uno de los niños y niñas que hoy están en peligro pasen el centro de la escena y sean protegidos.
Últimamente extraño más de lo habitual a mi familia. Un abrazo con mi vieja, una charla con mi viejo. Mi abuela que le sigue ganando a los años y una cerveza compartida con mi hermana que hoy la siento muy cerca a pesar de la distancia. Mi sentido común me dice que no desespere, que ya habrá tiempo para esos encuentros. Esas son las imágenes que hoy me mantienen fuerte.
El mundo podrá no ser el mismo en unos meses, podrá no ser el mismo hoy mismo, dependerá de cada uno de nosotros y nosotras qué lucha elegimos dar cuando volvamos a salir masivamente de nuestras casas, dependerá de cada uno y lo que nos diga la almohada al irnos a dormir sobre qué construcción de verdad decidiremos alentar y que forma de vida representar. Solo deseo que sea con mucho más sentido común del que el mundo supo aplicar hasta hoy. Una situación extraordinaria nos paralizó, ojalá sea un impulso para movernos diferente. O como dice René: “Si quieres cambio verdadero pues, camina distinto”.