De historias, poderes y cuarentenas. Y también de nuestros textos en AgePeBA.
Por Vicky Castiglia / El viernes vimos 1898: Los últimos de Filipinas. La película cuenta la historia de un batallón español sitiado en Baler, cuyos soldados resistieron durante casi un año dentro de una Iglesia sin enterarse que su país había firmado el Tratado de París y puesto fin a al conflicto armado con Estados Unidos, cediéndole -por el módico precio de veinte millones de dólares- la soberanía sobre Filipinas. Además del archipiélago, España perdió también ese año a Cuba y Puerto Rico. El fin de un imperio reflejado en un grupo de pibes que durante más de 300 días siguió peleando una guerra que ya había terminado.
Lo que no terminó, al menos para nosotros, es la cuarentena. Cuando empezó el confinamiento, leí que alguien dijo algo así como que el problema de llamarle guerra a la pelea contra el coronavirus, es que los infectados se convierten en potenciales enemigos. Me pareció acertada esa definición, aunque entiendo también el pragmatismo respecto a la utilización de la definición “guerra contra la pandemia”.
Sin embargo, me quedó dando vueltas una escena de la película. Después de más de 300 días sin salir del edificio, cuando el batallón inicia su retirada, son despedidos con honores por los filipinos, que se aprestan a luchar ahora una nueva guerra, la de liberación nacional. La lucha continúa.
Se me ocurrió que por estos días la lucha también continúa. Gran parte del país inició una nueva fase de cuarentena esta semana con apertura de actividades. Puestos de trabajo que vuelven a ser ocupados, industrias que reabren sus puertas y mayor movilidad de gente. Incluso, las iglesias, como la de la película, vuelven a abrir sus puertas. Y quizás, al igual que ese grupo de soldados que cuando salió se encontró con que el mundo ya no era el mismo, a nosotros nos pase algo parecido.
Anoche soñé que estaba de nuevo en la secundaria, en mi escuela de Pehuajó. Venía el recreo y mi amiga Flor y yo nos íbamos a caminar por el patio. Charlábamos y nos reíamos con dos de nuestros amigos de toda la vida bajo el sol del invierno. Fue bonito volver en sueños pero cuando me desperté tuve la sensación de que en realidad, me había dejado invadir por un recuerdo feliz: el de mi propio imperio.