Otra entrega desde el confinamiento, acerca de cómo seguir esperando mientras se administra la vida social.
Por Carlos López / La cuarentena le molesta a mi cuerpo. Con el paso de las semanas el cansancio se vuelve espeso por la falta de actividad corporal. Algunas alternativas que me ayudan a concentrarme van desde escribir estas líneas hasta ejercitarme, estudiar o incluso mirar películas o series con más atención de lo habitual. Mirando algunos capítulos de la serie televisiva Game of Thrones, encontré un paralelismo entre la situación actual en la política internacional y una escena en la que todos los aspirantes a reinar enfrentados entre sí olvidan por un momento la disputa por el Trono de Hierro, el mayor puesto de poder sobre los siete reinos en los que transcurre la historia, y deciden unir fuerzas para enfrentar a un enemigo común muy superior a todos los ejércitos y con poderes sobrenaturales. Esto por un momento ocurrió en el mundo en la lucha contra el coronavirus, cuando la necesidad de encauzar la crisis apremió, los grandes líderes se alinearon en las colaboraciones para respetar decisiones que tengan una cierta sinergia. Pero las historias reales no suelen tener finales felices en su totalidad, es por esto que algunas naciones optaron por buscar otros caminos diferentes al confinamiento.
En la serie, el reino de la capital aceptó unir fuerzas pero finalmente dejó a los demás reinados sin acceder a enviar soldados propios a luchar en conjunto en la gran guerra. Puedo equivocarme, pero encuentro en esa actitud una cierta correlación con las decisiones que han tomado gobiernos como el de Brasil o Gran Bretaña, los cuales desde que comenzaron a tomarse decisiones de proteccionismo en torno al virus en Europa y más tarde en América Latina intentaron ridiculizar la potencia del contagio inminente y se opusieron al aislamiento que sí ejecutaron inmediatamente otros países. ¿Qué es lo que lleva a países limítrofes, íntimamente relacionados por cuestiones sociales, políticas y económicas a tomar decisiones exactamente contrarias?
En un mundo geopolíticamente interrelacionado, en el cual las grandes potencias habitualmente juegan con las decisiones que adoptaran por consecuencia los países por debajo en la escala de poder, decisiones como las del gobierno nacional me hacen pensar que existe una esperanza de respetar nuestro ser nacional. El virus nunca será celebrado, pero sí podemos apreciar que permitió que nuevas miradas de países con menor desarrollo sean tomadas como válidas, al menos política y científicamente. En la Argentina, las deudas nos abruman y la grieta nos divide, pero al menos desde los mandos de poder se percibe una nueva forma de administración; una nueva manera de hacer. El mundo en un mañana no será el mismo desde la concepción política. Los diálogos entre naciones han cambiado, el impacto social que conllevan las decisiones son más visibles y adoptan una respuesta casi inmediata en el pueblo.
La mirada sueca de que todos algún día vamos a contraer el virus podrá tener su fundamento científico, al igual que Estados Unidos o Brasil refuerzan las estadísticas negativas sobre el empleo y la economía para justificar la apertura del comercio. Sin embargo, estas visiones no quitan que existan otras como las que adoptaron la Argentina o Noruega. Luego del discurso de Alberto Fernández me encontré en las redes sociales con la recreación de un experimento social en el que un joven es consultado sobre la reapertura de la actividad económica. El joven justificó que su situación económica empeoraba y que estaba dispuesto a asumir al menos unas 700 muertes de otras personas para que la economía no se viera tan afectada por el confinamiento. Acto seguido, una horda de personas se acercó caminando hacia él, entre los que se encontraban algunos integrantes de su propia familia. El joven no dudo. Cambió su respuesta a cero muertes necesarias.
Lo llamativo de la visión de extrema liberación del mercado es que la responsabilidad de los resultados económicos mágicamente siempre fue y será del proletariado. Si los números no cierran a fin de mes se debe intensificar la producción o si surge una crisis de alcance mundial como en el 2008 los desempleados deben acostumbrarse a que estaban viviendo un mundo irreal, con posesiones que no podían pagar. Esa es la postura mezquina que ejerce el poder que hoy pide que se deje morir a los que menos posibilidades tienen de sobrevivir a un virus. Por contrario, los analistas que hoy optan por defender el aislamiento social no son opositores al desarrollo de la economía, tampoco quieren ver pobreza.
Por ello considero de muy baja calidad la postura de alerta que buscan algunos economistas que defienden la reapertura inmediata del comercio. Mi razonamiento es sencillo: en teoría la economía debe reactivarse porque la gente podría morir de hambre en el escenario actual pero si lo hacemos quedó demostrado en países sin restricciones que morirían unos cuantos miles más por el contagio del virus, entonces ¿quiénes son los que le preocupan a quienes prefieren terminar con la cuarentena hoy mismo? ¿Por qué sobreentienden que hay unos cuantos miles que ya están destinados a morir? El núcleo conceptual de esta visión es el que justamente expone la mayor crueldad con la que ha aprendido -y se ha acostumbrado- a vivir una gran parte del planeta y que se reduce a que sencillamente no importa quien está a mi lado, importa cuanta más riqueza es mía y no del otro.
Los jóvenes son el futuro; nadie puede negar esto. Países como Italia o Bélgica sufren más que nunca no contar con una población joven. Pero, me pregunto una vez más, ¿quién decide dejar morir al resto? ¿Quién tiene el suficiente poder como para hacerlo? O mejor aún, ¿existe un poder como tal? La respuesta a cada uno de esos interrogantes es ambigua, porque son dos las posturas de mundo que se nos presentan en este momento. Esos polos opuestos de un mundo deseado estuvieron siempre entre nosotros, nacieron hace mucho tiempo como lo expone en varias de sus obras Michel Foucault, y que históricamente podríamos ubicar con mayor fuerza desde mediados de la Guerra Fría, cuando los Estados que dominaban el mundo descubrieron que ya no era necesario matar porque se podía dejar morir con mucho menos impacto social y con resultados más que sobresalientes para las economías que gobiernan el comercio internacional.
Pensar en todos y todas o en la “gente de bien”. Valorar nuestra producción nacional y cultivar hacia el futuro de las próximas generaciones o abrir nuestras reservas naturales para que unos pocos se lleven los millones. Encerrarnos en una única forma de mostrarnos ante el mundo o entender que el mundo globalizado exige un diálogo permanente que defienda nuestros propios intereses y aporte valor agregado al resto de la humanidad. Defender la vida o a un mercado que necesita que la rueda siga girando. Intentar que todos y todas entren en el plan de Nación o dejar morir a los que corren de atrás. Por eso es que no me molesta seguir en cuarentena, porque como parte de mi país quiero lo primero para dejar de lado lo segundo de cada una de esas comparaciones políticas. Con limitaciones y aprendizajes que nunca cesarán, primero debe estar la vida. Siempre.