En momentos donde los virus se esparcen, las causas por las que luchamos siguen siendo las mismas que ayer. Otra entrega desde el confinamiento.
Por Carlos López / Hoy me levanté con ganas de escuchar Creo de Callejeros. La cuarentena afecta a las diversas formas de vivir lo cotidiano. Conciliar el sueño algunas noches cuesta más de lo habitual, seguramente por la falta de movimiento. El coronavirus se encuentra hoy en el centro de atención. Es el gran enemigo a derrotar con políticas que protejan la vida, lo que no quita que no se deben olvidar otras prioridades como la regulación del trabajo, la crisis económica en diversos sectores o las propagaciones de otras enfermedades severas como el dengue y el sarampión.
El reciente caso del intendente de Florentino Ameghino, Calixto Tellechea, que intentó despedir trabajadores municipales en plena cuarentena, entre los que se encontraban profesionales de la salud, fue un caso que alertó al resto de los municipios bonaerenses. Mientras los intendentes debaten la coparticipación desde el Estado nacional y provincial, muchas localidades afrontan los mismos problemas que existían desde antes de la llegada del virus. En La Plata, vecinos de los barrios que conforman los Comités Populares de Crisis presentaron un pliego para que el intendente Julio Garro genere un comité de emergencia que trabaje en mejorar el acceso a la alimentación, el trabajo y la atención sanitaria, debido a la desidia que atraviesan en las zonas más alejadas del centro de la ciudad.
Es por ello que el acceso al trabajo es y será un desafío constante para el Estado. En los barrios donde residen muchas familias que se dedican a la recolección de residuos en la calle se está generando una acumulación de materiales en las afueras de sus casas a la espera de que vuelvan a venderse los materiales reciclados. Muchas personas están atravesando la cuarentena con una agonía angustiante por la falta de ingresos. Es por ello que agradezco cada día la posibilidad de contar con trabajo y salud, dos pilares que por más que suenen trillados fueron inculcados por mi familia desde muy chico. Nada importa más en estos momentos que mantenerse a salvo y con esperanza de retomar la vida habitual cuando termine la cuarentena.
Las últimas noches no logré descansar con normalidad, el aislamiento nos afecta día a día de distintas maneras, con más o menos efecto según los días. Los sueños parecen un poco más fuertes o reales que de costumbre. Es cierto que Google con sus bots de escucha prácticamente sabe qué decimos en nuestras casas, y es así como increíblemente al despertar me encontré con una nota publicada este fin de semana por Página/12 en la que se describe que según un estudio de encuestas realizado por el sector de psicología en la Escuela de Medicina de Harvard, los sueños vívidos aumentaron durante la cuarentena en todo el mundo producto de un crecimiento considerable en el estrés y la ansiedad que experimentan las personas, relacionado a las preocupaciones económicas y sociales que son afectadas por el virus.
Supongo que también por ello me cuesta ser un televidente asiduo por estos días. Desde el debate en las cárceles hasta las noticias deportivas han sido contaminadas por visiones poco emancipadoras del mundo. La TV puede lograr en pocos minutos una psicosis social que automáticamente se vuelca con expresiones verborrágicas a las redes sociales. La salud del mundo en el Siglo XXI llega mucho más allá que el coronavirus, el sarampión o el dengue. Nos encerramos en teorías conspirativas mucho antes de que se decretara el aislamiento social obligatorio en marzo pasado y muchas veces, nos olvidamos que las muchas de las enfermedades que sufren las nuevas generaciones comienzan en la propia mente.
Creo en otro periodismo. Creo en los medios que plantean una discusión más profunda que la notoriedad del famoso; que buscan una crítica que construya sobre las bases de lo que somos y no de lo que no podemos ser. No se trata sólo de derrotar al coronavirus, sino también a otras enfermedades. Tampoco se trata de tener un trabajo para usarlo como excusa de olvidar que otros miles no consiguen un ingreso. Creo en un mundo con adultos mayores que puedan entregar sabiduría -como supe aprender de mi abuelo- y no sean objeto de protagonismo fugaz en la cola de un banco. Creo en la juventud como inicio de los cambios que nos hacen mejores. Creo en los y las trabajadoras. Escuchar el himno nacional un rato y luego olvidarnos del compatriota que tenemos al lado no nos hace mejores. Creo en un mundo mejor que el conocido, y ésa debe ser nuestra lucha antes o después de un virus.