Y siguen nuestros textos desde la cuarentena. Crónicas, semblanzas insumisas.
Por Vicky Castiglia / Constantino nació en Prunetto, en la región italiana de Piamonte, en 1890. Tenía otros tres hermanos a los que no volvió a ver desde el estallido de la Gran Guerra, porque su padre los obligó a marchar y cada uno tomó un camino diferente. Con veintitantos años, se escapó en un barco japonés que lo trajo a la Argentina y el destino lo llevó a las profundidades del territorio bonaerense. Allí trabajó como jornalero y al igual que su padre, tuvo 4 hijos: tres varones y una mujer, mi abuela.
A fines del año pasado, cuando el coronavirus no era ni siquiera una palabra en mi diccionario, decidí tramitar la ciudadanía italiana y, con la ayuda de mamá, empezamos a buscar todos los papeles. Viajamos con mi abuela hasta la cabecera del partido que la vio nacer y en el Registro Civil nos mostraron libros de actas del siglo pasado. Fue así como me di cuenta que documentar un árbol genealógico es un poco escribir la propia historia, y que nada comenzó el día que nacimos. O al menos, a mi me gusta pensar que mi capítulo primero refiere al día en que Constantino cruzó el océano.
Las actas de nacimiento, de matrimonio y hasta las de defunción certifican que esas personas estuvieron ahí en algún momento. Esas anécdotas que escuché de chica en las sobremesas de mi familia se volvieron cada vez más palpables, más reales. Y de esos documentos, lo que más me llamó la atención fue el rol de los testigos. Parece que en las llamadas decisiones trascendentales, como casarse o tener hijos, las personas hacen parte a sus seres queridos, a sus amistades. Pensé en las y los testigos de mi vida y me resultó divertida la idea de dejarlos asentados en un acta. “Roberto, Daiana y Alejandro, oriundos de varias secciones electorales, de profesión periodistas, certifican ante la autoridad competente que durante tantos años se reunieron conmigo en Quinquela” / “Ducrot, doctor, escritor y ciudadano del mundo deja asentado en actas que me inicié en el periodismo en el año 2011” / “Vialey, misionero y diseñador gráfico, remite pruebas de lo mal que me llevo con la cocina” / “Dos Alejos dan fe de lo que estudié y Lucía, Pamela, Micaela, Florencia y Sofía de la cantidad de veces que lloré por amor”. Y así sucesivamente.
Me pregunto si un día, dentro de muchos años, mis bisnietos o los de Paulina documentarán nuestra historia. ¿Les llamará la atención que dos hermanas hayan nacido el mismo día pero con una década de diferencia? ¿Les resultarán familiares ciudades como Pehuajó y La Plata? ¿Leerán mis columnas sobre el coronavirus y el tiempo que pasamos en cuarentena? ¿Se entusiasmarán e irán tan atrás hasta llegar a Prunetto?
Busco noticias sobre Italia. La cantidad de personas infectadas, las curadas, los fallecidos que ya superan los 18.000. Leo que el gobierno propone alargar la cuarentena, como probablemente ocurra acá, y que la propagación del virus pareciera estar contenida. Una nota en particular me llama la atención. “Una italiana de 104 años se recuperó del COVID-19”, dice el título. Leo que la mujer se llama Ada Zanusso, que sobrevivió a las dos guerras y que vive en una residencia para ancianos en la región de Piamonte. Caigo en la cuenta de que nació en la misma región que Constantino, en la misma época en la que él se fue a la Argentina. Él pudo haber sido testigo de su nacimiento, ella de su partida. Tal vez hasta hay actas que lo certifican. Me alegro por Ada y le deseo larga vida y pronta recuperación. Ojalá todo esto pase pronto.