Preguntas y respuestas que se cruzan en momentos que el coronavirus se esparce por el mundo. Una nueva entrega de vivir en cuarentena.
Por Carlos López / Los domingos y los feriados suelen ser los días más silenciosos en la Ciudad de Buenos Aires. Los sábados por la noche la ciudad permanece alerta con un bullicio constante que se extiende lo que dure la madrugada. En cuarentena, este sábado el silencio se apoderó de las calles. Me asomé por el balcón para mirar sobre Avenida Córdoba y aproximadamente a una cuadra había dos personas paseando, caminando como quien no lleva ningún apuro. Luego, un joven manejando su bicicleta se dirigía camino hacia Palermo a contramano, seguramente para entregar algún paquete con comida. Esas fueron las únicas tres personas que ví en esos minutos de observación desde mi refugio.
Para quienes tuvimos la suerte de no atravesar ningún proceso militar ni una guerra, el paso del coronavirus se expresa como la experiencia más próxima a algunas restricciones y tensiones que se suelen vivir en esas circunstancias. Lejos de una guerra estamos, más aún de un golpe cívico-militar o un estado de sitio. Por eso en mi afán por encontrarle un sentido más allá del virus a toda la situación actual que nos atrapa como seres individuales, aislados unos de otros para evitar un posible contagio, tomé de mi biblioteca Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez.
La historia cuenta sobre ocho miembros de la tripulación del destructor ARC Caldas de la marina de guerra de Colombia que cayeron al mar Caribe en febrero de 1955. Uno de ellos, Luis Alberto Velasco, apareció diez días después en la playa de Urabá con vida, luego de permanecer en una balsa sin comer ni beber. El hombre fue proclamado héroe nacional, se codeó con las bellezas del momento y hasta se le atribuyó una importante riqueza por los pagos de marcas reconocidas. Las crónicas del escritor y en ese entonces periodista colombiano fueron publicadas durante catorce días seguidos en El Espectador de ese país, lo que luego se convirtió en un suplemento especial lanzado el 28 de abril de 1955. Allí el héroe de alta mar aparecía junto a las crónicas con publicidades de bebidas, relojes, zapatos y todo tipo de artículos tan poco imprescindibles para combatir su aventura.
Lo ocurrido a posterior de la publicación del libro es casi tan interesante como la historia misma. Velasco demandó en la Justicia a Márquez por los derechos de la historia, modificada en gran parte para el atractivo de la novela. Luego, el héroe nacional le pidió perdón al escritor y falleció en soledad a los 66 años en agosto de 2000, olvidado por todos los que usaron su imagen de victoria décadas antes. La cuarentena poco tiene que ver con un aislamiento al punto de un naufragio, pero por estos días esos pensamientos llegan a la mente para instalarse con arraigo. ¿Qué sentirá una persona totalmente aislada, al verse sin una salida conocida? ¿Qué tan duro será el paso por una prisión o un secuestro si muchos nos hemos sentido encerrados en nuestras casas, con comida y bebida que sólo conoce el límite de nuestros ingresos? ¿Qué historia van a contar los diarios cuando todo esto pase? ¿Volveremos a hablar de las muertes por inseguridad o algún nostálgico también mencionará que hay enfermos graves por dengue y sarampión?
Cuando Velasco cuenta que tuvo que soportar ver cómo sus compañeros caídos al mar morían en el agua, sentí que algo similar es lo que tuvieron que atravesar muchos adultos mayores en países como Italia, donde por estos días se les facilitó la entrega de tablets para que puedan comunicarse con otras personas mayores internadas con cuadros graves de coronavirus y puedan despedirse, aunque sea a través de una pantalla. Esas historias son las que quiero evitar ver en mi país. Por eso voy a seguir eligiendo hasta que se declare lo contrario al aislamiento como principal prevención. Mientras repaso el libro agradezco contar con el apoyo de Rocío, mi compañera que hace que todo esto sea mucho más leve. Mucha gente se encuentra sola, sin asistencia o esperando que el virus deje de ser la amenaza que nos nos deja salir a la calle.
Pensé tanto en cómo fue la experiencia de Velasco que la empecé a sentir de cerca. Su pelea con los tiburones, las gaviotas que lo hacían perder la razón, las aviones y barcos que llegaban y se iban, las tormentas que él mismo reconoce que no existieron. Anoche no logré conciliar un buen dormir. De hecho hace varias noches que no duermo bien. El ejercicio en casa ayuda, no lo niego, pero no es lo mismo que la vida misma. Hay algo que nos está faltando, algo que vivimos todos los días y que se suele conocer como rutina. Luego pensé que no alcanza con eso, somos seres sociales y la vida es mucho más que una rutina. Es salir a la calle, bajar al subte, sentir la cercanía del calor que te abraza; caminar por el centro porteño; llegar a un edificio donde pasar la jornada; tomar mates con mis compañeros; charlar; trabajar. Movernos es parte de mi ser. Crear también. ¿Se puede crear desde un refugio en cuarentena? Claro que se puede, pero no es lo mismo. Falta el olor de la multitud, el aroma de la calle que transito.
Anoche tuve un sueño que recuerdo un poco más que otros y supongo que será porque lo que representa el inconsciente se empieza a parecer cada vez más al consciente. En ese sueño, por alguna sobredosis de TV, aparecía Trump ordenando una cuarentena total para los Estados Unidos. Estaba acostado en mi cama, con la televisión encendida. Cambio el canal y me encuentro con la transmisión de un partido de fútbol, pero no es como los que me gustan. No es en directo. Siento una sensación de soledad y de que esto va a ser más largo de lo que imaginé en un principio. Todos comentamos entre familiares y amigos que “esto viene para largo…”, pero no comprendemos realmente que es así hasta que nos toca extender la cuarentena. Me desperté y casi como un acto reflejo tomé mi celular. Eran las 12:45. Creo que dormí un poco más de lo que le gusta a mi inconsciente. Mientras me preparo un desayuno que se parece mucho al de todos los días anteriores, escucho al Ministro de Salud en conferencia de prensa. La cuarentena se va a extender. Sigo leyendo algunas noticias con mi celular y paradójicamente Estados Unidos no decretará la cuarentena en las ciudades con mayor movimiento financiero pese a que superaron las 2.300 muertes y es el país con mayor cantidad de contagios, más de 135 mil registrados.
Muchos en el mundo no pudieron soportar la ola tal como les ocurrió a los tripulantes Ramón Herrera o Luis Rengifo en la historia de Velasco. Otros somos tan sólo parte de la historia por mantenernos aislados en cuarentena esperando que lo peor pase. Pero me pregunto, ¿qué será de los héroes que hoy trabajan sin descanso para salvar vidas? ¿Tendrán la misma suerte que Velasco? ¿Serán una figura icónica del momento y volverán a la oscuridad que impone el mercado neoliberal? No puedo dejar de pensar en esa sensación de soledad en el sueño. Estamos luchando en casa contra un virus, estamos juntos, me repito una y otra vez. Pero lo sé: no estamos realmente juntos. Nos falta el encuentro. No alcanza con la tecnología. No alcanza con respetar una cuarentena para que luego que pase todo esto no volvamos a ser los mismos de siempre.
El gran cambio social que parecería que estamos atravesando en apariencia es sólo económico. ¿Cómo sale parado cada uno después del coronavirus? ¿Qué realidad le espera o ya transita aquella persona que fue despedida de su trabajo? Hoy tengo muchas preguntas y pocas respuestas. Es domingo, tiene sentido. Caminar por los bosques de Palermo, tirarnos un rato bajo algún árbol de copa voluminosa y charlar sobre cosas que a nadie le importan. Tomar unos mates con mamá y decirle que la quiero, mientras miramos como el sol refleja los vidrios de una antigua ventana de marco blanco. La pizza con mi viejo en Güerrín o El Cuartito. Abro WhatsApp y veo fotos de mi hermana que cocina cada vez más aprovechando el aislamiento. Qué ricos se ven esos platos. Ella estaba lejos antes de coronavirus, pero este fin de semana sufrió un accidente doméstico y ahora siento demasiadas ganas de estar ahí con ella. Esas son las imágenes que quiero soñar. Quizá diciéndolo mi inconsciente lo cambie por estadísticas de un virus y sea un poquito más amable en el próximo episodio. Si Velasco no perdió la cordura, nosotros tampoco.