Acerca de las enfermedades, las epidemias y las pandemias en la Historia como redes humanas y Comunicación. Sus conflictos de clase, las confrontaciones estratégicas: metrópolis y sociedades empobrecidas y dependientes. Algunas consideraciones sobre la vacuidad predictiva de cierta izquierda mundial, del progresismo y de quienes contra el neoliberalismo buscan soluciones mágicas, embaucadoras.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Por ello: “los gérmenes introducidos por los europeos tuvieron un papel fundamental en las conquistas contra los nativos americanos, los habitantes de las islas del Pacífico y los aborígenes australianos, matando muchas personas más que las armas de los conquistadores”.
Esa afirmación acerca del rol de las enfermedades, las epidemias y las pandemias en la Historia de la humanidad, que, anticipo, puede concebirse en tanto redes y comunicación, pertenece al fisiólogo, biogeógrafo e historiador Jared Diamond, de la UCLA, miembro de la Academia de Artes y Ciencias de Estados Unidos, autor de un libro insoslayable para los tiempos que corren: “Armas, gérmenes y acero: la sociedad humana y sus destinos” (Editorial Científico Técnica; La Habana; 2005).
Se trata de una evocación a propósito de nuestra época de pandemias, vista desde la periferia, desde los países del Sur o emergentes, los que, en general, tienen un común denominador: ser siempre víctimas del modelo de globalidad neoliberal. Y abordada también esta misma época y nuestro mundo – con Argentina como caso testigo – en tanto expresión de conflictos de clases y de colisiones entre proyectos de orden internacional.
No propongo ninguna aproximación maniqueísta, tan usual en las urgencias periodísticas. La idea consiste en reflexionar acerca de los males de salud, dramáticos, trágicos muchas veces, como partes de la Historia, al igual que las guerras y las crisis económicas o la revoluciones; y que, por consiguiente, no pueden ser consideras por fuera del conflicto, de la dialéctica de los intereses sociales en pugna.
En el libro “Las redes humanas: una historia global de mundo” (Crítica, Barcelona; 2010), lo profesores de Cambridge y Georgetown respectivamente, William H. y John R. McNeill, la explican como un plexo de redes humanas complejas en las que sus miembros básicamente “comunican” informaciones, ideas, técnicas; amistades y conflictos; mercancías y guerras; hasta enfermedades y terapias. “Vivimos en la cresta de una ola que está a punto de romper. La buena suerte, la inteligencia y una tolerancia difícil de alcanzar tal vez impidan que la red se haga pedazos (…).Tenemos en nuestras manos la evolución biológica, además de la cultural. Mucho dependerá de a quién pertenezcan esas manos”, concluyen.
Las enfermedades “comunicadas” en las redes humanas actuales presentan efectos diferentes respecto de los ocasionados por las pestes anteriores a la irrupción masiva de antibiótico, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, y al desarrollo científico técnico aplicado a la salud.
Como se trata de un sistema de interconexiones perteneciente al sistema capitalista global, con actores hegemónicos y otros subalternos, sus comunicaciones todas – las enfermedades y las pandemias también – se explican en ese contexto o paradigma productivo y de distribución de bienes materiales e intangibles, el cual cada día parece caracterizarse por su agresividad contra el medio ambiente, la sociedad misma y la sustentabilidad de la Tierra: la desprotección e imprevisión en varios de los países más desarrollados del planeta al momento de ser sorprendidos por el COVID-19 dan cuenta de ello, pues las carencias en materia de políticas e insumos para la salud pública, resultaron catastróficas para pacientes, vidas y bienes materiales.
Algunos gérmenes, ciertas infecciones
“La observación histórica nos lleva a la conclusión de que los gérmenes y las infecciones han dado forma a la humanidad. Por ejemplo, es probable que una epidemia precipitara la conquista de Europa por parte de los pueblos indoeuropeos hace 5.000 años (…)”, sintetizó Diamond en la entrevista ya citada con el diario La Vanguardia, de Barcelona.
La “peste negra” de mediados del siglo XVI provocó la muerte de aproximadamente el 50 por ciento de la población europea, con fuertes consecuencias también en África y Asia. En Europa, esos índices de mortalidad, como así también la alta rotación migratoria, ocasionaron una disminución crítica de la mano de obra disponible, haciendo que en el sistema feudal de explotación de la tierra apareciesen rasgos de ciertos salarios campesinos, mientras que la burguesía naciente trazó su estrategia de acumulación de capital e inversión en tecnologías para el reemplazo de la mano de obra disminuida. La peste ayudó así a la conformación del capitalismo de la Modernidad.
A mediados del siglo XVII se descubre el poder de la quinina para los tratamientos contra la malaria y las potencias coloniales ponen proa hacia el control comercial de esa substancia, sobre todo para poder desplegar su poderío militar en las amplias zonas afectadas, convirtiéndose una enfermedad que aun es endémica en diversas zonas del planeta en un vector de control imperial.
La pandemia más mortífera de la Historia hasta hoy fue la viruela, que provocó unos 300 millones de fallecimientos; tan antigua como el mesolítico, tuvo uno de sus peores brotes en la Conquista: fue letal para Perú y las Américas Central y del Norte. La segunda fue el sarampión, vigente aun con dramatismo en nuestro país; provocó hasta hoy 200 millones de muertos en el mundo, según cifras de la OMS, aunque su contagio, al igual que lo que acontece con el ébola, se previene con vacunación. La tercera, la peste bubónica, estuvo activa hasta 1959 y provocó la muerte de más de 12 millones de personas, mientras el tifus dejó más de 4 millones de fallecidos pero no supone un peligro en el mundo moderno.
El siglo XX había comenzado con la gripe «española», que entre septiembre de 1918 y abril 1919 causó cinco veces más muertes que las acaecidas durante la Primera Guerra Mundial: unos 50 millones de víctimas. Entre 1957 y 1958, la gripe asiática (H2N2), que apareció en China y llegó varios meses después a América y Europa, causó más de un millón de decesos. Uno millón provocó la llamada gripe de Hong Kong (H3N2), entre 1968 y 1970. El siglo XX finalizó con la quinta pandemia en importancia de la historia, la de VIH, que desde 1981 lleva sobre sus hombros más de 32 millones de muertes, según la ONU. En las dos décadas del XXI sufrimos la epidemia de Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SRAS), la actual Covid-19, más las gripes aviar y A, el ébola y el dengue que persiste.
Y el cólera, una y otra vez. Registró grandes pandemias en los siglos XIX y XX y supera los tres millones de muertos, de acuerdo a la OMS. Al respecto recuerdo que, en 1991, escribiendo desde Perú para el diario “El Sol”, de Madrid y acerca de la epidemia que atacó a ese país, los médicos que se desempeñaban en el ojo del huracán coincidían: en América Latina, África y otras regiones vulnerables, la verdadera enfermedad se llama pobreza.
De la relectura de su libro y las declaraciones a la prensa ya citadas, Jared Diamond nos deja una conclusión y un interrogante: “La globalización explica que el coronavirus se esté expandiendo a una velocidad mucho más elevada que otras epidemias del pasado. ¿Tendrá esta pandemia la misma capacidad de influir sobre la humanidad que en otros casos? Lo veremos durante el próximo año”.
Braudel lo explicó
Voces de cierta izquierda por el mundo, de quienes se dicen progresistas aquí y allá, y con mucha fuerza entre las cúpulas políticas y hasta gubernamentales de casi todos los países de Europa y América Latina, más o menos se enardecen y en una suerte de vale todo teórico lanzan a los cuatro vientos que esta pandemia haría trastabillar al capitalismo, que el virus abriría escenarios favorables a un Nuevo Orden Internacional, que la pandemia podría ponerle fin a los dominios imperiales y hasta que de todo esto surgiría un capitalismo más justo.
Como es usual, las luces francesas encandilan. Así es que surgen interpretaciones en el sentido de que, ante una verdadera desorientación oficial de base, las medidas de excepción adoptadas por un gobierno como el de Emmanuel Macrón – congelamiento de alquileres, por ejemplo -, suponen un golpe de timón, un alejarse del rumbo impuesto por el orden neoliberal.
En su monumental tesis doctoral “El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II”, quien quizá sea el historiador y filósofo de la historia más importante del siglo XX, el maestro Fernand Braudel, enseña que “la historia puede dividirse en tres movimientos: lo que se mueve rápidamente, lo que se mueve lentamente, y lo que parece no moverse en absoluto (…). La prioridad causal en la constitución de una sociedad pertenece a los movimientos de larga duración (o tiempo geográfico), una historia casi inmóvil, la del hombre en sus relaciones con el medio que le rodea; historia lenta en fluir y en transformarse, hecha no pocas veces de insistentes reiteraciones y de ciclos incesantemente reiniciados (…). Y tenemos los movimientos de media duración, o de tiempo social, que corresponden a las estructuras sociales y al modo en que dichas estructuras evolucionan; aúna, en consecuencia, lo que llamamos estructura y coyuntura, lo inmóvil y lo animado, la lentitud y el exceso de velocidad (…) Y terminamos por encontrar los movimientos de corta duración o de tiempo individual, que más o menos corresponden a la historia diplomática tradicional, compuesta de guerras, tratados e intrigas. Se trata de una historia de acontecimientos, compuesta de oscilaciones breves, rápidas y nerviosas, inteligible sólo dentro de unas determinadas estructuras de larga y media duración”.
El pensador francés ubica a las enfermedades como contingente del tiempo largo de la historia, que si bien pueden influir al interior del mediano, social o estructural, las mismas difícilmente determinen una modificación estructural del mismo, más allá de sus probable influencias: pongamos como ejemplo las epidemias durante fines del modo de producción feudal, que aceleraron la aparición de asalariados y contratos rurales diferentes a los estados de la gleba, favoreciendo la acumulación primaria y original de la incipiente burguesía, pero no acabaron por sí mismas acabar con la estructura (feudalismo).
Coronavirus y debates
En su reciente artículo “La emergencia viral y el mundo de mañana”, del 23 de este mes, el ensayista coreano y académico en Berlín Byung-Chul formula una serie de ponderaciones y predicciones en torno a las diferencias en los comportamientos políticos y sus derivaciones a futuro entre estados como el de China y las “democracias occidentales, aunque no me detendré en ello sino en lo siguiente: contradice con rigor al prolífico esloveno Slavoj Žižek, quien también acaba de escribir sobre el tema.
Destacó el coreano: Afirma (Žižek) que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal (…). Tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la razón (…). También la instauración del neoliberalismo vino precedida a menudo de crisis que causaron conmociones (…). El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa”.
Y quizá resulte un aporte sumar otra vez la voz de Jared Diamond , quien en su reciente libro “Crisis: como se relacionan los países en los momentos decisivos” (Debate; Barcelona; 2019), afirma: “Se podría relacionar la crisis con el momento de la verdad: un punto de inflexión en el que la diferencia existente entre las condiciones que se observan antes y después de dicho momento es mucho mayor que la que existe entre la fase anterior y posterior de la mayoría de todos los demás momentos”.
La economía habla
Y nos dice que tras la pandemia y los sacudones del orden global es esperable la reedición – una vez más – de un proceso de concentración del poder financiero en las metrópolis. Sólo unos pocos datos.
El Comité de Operaciones de Mercado Abierto de la Reserva Federal (FOMC) confirmó que comprará los bonos del Tesoro de EE.UU. y los hipotecarios en las cantidades necesarias para apoyar el funcionamiento armónico del mercado interior. Antes había anunciado que lo haría por un monto de 500.000 millones de dólares, para los primeros y por 200.000 millones para los segundo. Además, se prevé que el Departamento del Tesoro, en Washington, invierta 30.000 millones diversas herramientas de reactivación. El gobierno Alemán dispuso de una movilización de más de 700 mil millones de euros para salir de lo efectos coronavirus; y ya China – con Rusia y la Unión Europea los “motores” del modelo hegemónico global – había comprado las acciones caídas a pique de muchas de las corporaciones internacionalizadas, cuando la pandemia comenzó en Wuhan.
Por otra parte, los propios organismos internacionales de crédito informan que, en los países de mercados emergentes (periféricos), en los últimos días se registro una fuga de capitales vía salida de fondos de de inversión por 86 mil millones de dólares, lo cual nos habla de un colapso nuevo para esas economías, con aumentos de sus deudas soberanas, recesión y multiplicación como el virus, pero esta vez el de la pobreza.
En ese contexto, y sin desconocer la gravedad de lo que acontece ni mucho menos opinar sobre la pertinencia o no de nuestras cuarentenas – a contramano de los que puede provocar la angustia colectiva, esa que convierte a seres expectantes y de repente en infectólogos, epidemiólogos y sanitaristas de entre casa -, de ninguna manera parece saludable obturar de plano las miradas críticas en torno a los verdaderos alcances de la pandemia – de muy bajo alcance y letalidad, coinciden los especialistas -, y por consiguiente respecto de cuan acertadas o no son las decisiones estatales de aislamiento total como forma de achicar la cadena de contagios.
Sobre todo por eso de los ganadores y los perdedores alrededor del tablero mundial. Desde nuestros países sometidos y lacerados por diferencias e injusticias sociales que marginan casi siempre a no menos de la mitad de sus poblaciones, es dable prestarle atención a cuáles pueden ser las consecuencias sociales de una virtual parálisis económica. Y, lo que no es menor, a cuáles serán los roles del miedo, del terror hecho paranoia social, y del espejismo de solidaridad interclases, de mágica unión entre todos, que como tal es mentiroso o al menos deformante; como así también al de los dispositivos de vigilancia social que se están consolidando. Todo ello en orden a los altos niveles de conflictividad que podrían registrarse más en breve que a largo plazo.
Último apunte y corolario
Para el cierre, ciertas aproximaciones en torno a lo que defino como comportamiento clasista del coronavirus; y parto de lo que caracterizara más arriba como Argentina un caso testigo: todo indica que el virus llegó, fundamentalmente, a través de viajeros que volvieron de Europa, quienes, a excepción de aquellos que se trasladaron por circunstancia profesionales, de trabajo o familiares, en su inmensa mayoría, en tanto vectores del virus, pertenecieron a sectores sociales acomodados.
Por otro lado, es seguro que muchas violaciones a las normas sanitarias impuestas por el gobierno se registran entre las capas populares, aunque las más de las veces lo hacen por necesidades urgentes: si no trabajan no comen y, además, no suelen contar con los tejidos sociales de otros grupos con mejores posibilidades materiales. En cambio, las más visibles inconductas son verdaderas tropelías sin empatía social de individuos pertenecientes a las mismas clase que viajaron, volvieron y eluden cuarentenas o las aprovechan en forma provocadora para tomar sus automóviles, cuando no yates, e irse de solaz y descanso.
Y ahora sí, ciertos recuerdos a titulo de corolario. Me refiero a mis conversaciones con quien fuera uno de los intelectuales argentinos más lúcidos de las últimas décadas, al artista plástico y filósofo del diseño, Tomás Maldonado, radicado hace mucho en Milán y fallecido allí a fines de 2018. Decía “el capitalismo es el sistema digestivo más poderoso que creó ´la naturaleza’; hasta ahora todo lo metabolizó, convirtiéndolo en energía para sí mismo…o desde la arquitectura, sigue comportándose como la estructura perfecta, flexible al infinito pero inquebrantable…”.
No será un virus lo que termine con él.
(*) Texto tomado del sitio Perfil. El autor es periodista, escritor y profesor universitario. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. Tiene a su la cátedra Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática, en la cual integra el Consejo Académico.