El coronavirus nos transforma. La TV nos abruma. Y acá estamos, con nuevas reflexiones de una cuarentena que pone en jaque a nuestras capacidades.
Por Carlos López / Un nuevo día de cuarentena obligatoria. Al salir al balcón noté que el clima del día se avecinaba más denso y con más humedad. La Ciudad de Buenos Aires suele ser una tierra con muchas precipitaciones pero, raramente, los días han sido excelentes desde que comenzamos a estar en casa Las estrellas por la noche dejaron de ser parte del escenario para convertirse en una atracción. Tener un balcón que da a la calle es una ventaja importante para controlar las emociones de sentirse encerrado entre las paredes. El encierro me llevó a darme cuenta de la real importancia que tienen las caminatas que hago todas las tardes por la calle. Lo habitual se convierte ahora en algo mucho más significativo, cargado de unas emociones que estamos sujetos a no experimentar por un tiempo. Pero si procesamos otras.
En la TV por la tarde los noticieros se centran en las estadísticas, recomendaciones para pasar el momento y los episodios que dejan algunas de las detenciones que realizan las fuerzas de seguridad por incumplimientos del aislamiento en las calles. De repente aparece alguien en una videollamada desde su casa que empieza a explicar lo que muchos de nosotros estamos experimentando. “El mundo está de duelo. Todos, de alguna u otra manera, estamos perdiendo algo en este momento. Algunos pierden poquito y otros pierden más”, explica Gabriel Rolón en América TV. Su voz me hizo recordar a las noches que lo escuchaba junto a Alejandro Dolina, Patricio Barton y Gillespi en sus apariciones en La venganza será terrible. Es que en cada salida al aire del Negro Dolina siempre deja una reflexión, con historias y pasiones, pero siempre con el toque justo de permitirnos una reflexión sobre lo actual, lo moderno.
Así fue como llegué a pensar que en realidad lo que estamos pasando todos es simplemente un capítulo más en la historia. Duro capítulo, abarcativo también. Pero que en definitiva no es más que un fuerte cambio de hábitos que nos provoca una pausa, una espera obligada y sentida. “Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos”. La cita le pertenece a Marshall Berman, autor de Todo lo sólido se desvanece en el aire, entre otras reconocidas obras publicadas durante el Siglo XX. Hoy un virus que se distribuye con impacto mundial y con serias complicaciones causadas en Europa y China, pone ante los europeos y cada vez más ante los norteamericanos y sudamericanos un futuro incierto, muy cercano a los tiempos anteriores a las revoluciones burguesas de las que tanto habla el autor. Berman propone pensar al modernismo no como lo nuevo por encima de lo viejo, sino más bien como nuevas producciones que dan lugar a transformaciones en el aquí y ahora. “Sin embargo -opinaba Berman-, me parece, no sabemos cómo utilizar nuestro modernismo; hemos perdido o roto la conexión entre nuestra cultura y nuestras vidas”.
Todo lo que estamos viviendo es atravesado por la cultura. Todo parte de la cultura y hacia la cultura. El coronavirus cargó la vida social de dolor, de despedida. Pero también genera una y otra vez nuevas transformaciones, nuevos modos de interpretación que podrán dar lugar a volver a encontrarnos con nuestra cultura. La psicología es muy taxativa cuando determina que el duelo puede poseer habitualmente cinco fases: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. En la Argentina estamos experimentando quizá recién la segunda o tercera etapa. Mis días fueron mutando mi ánimo, mis pensamientos. De pasar a pensar en cómo afrontar el aislamiento, en qué comprar algunas provisiones en exceso, en cómo llevar los días encerrados con nuestra pareja o familiares, cuando esas preguntas no se presentan cada semana. Luego, llegó la necesaria posición de adoptar una reflexión más social, expuesta a los ojos de todos. Así, y ahora, llegó el momento de pensar y plantear qué somos como sociedad, qué queremos ser como Nación, o mejor aún, cómo queremos hacer ese ser. La conmemoración del 24 de marzo agudizó estos pensamientos. Este año la representación se hizo espejo con los pañuelos colgando de los balcones de los departamentos porteños. Y esta bien que así sea porque hoy sólo podemos entregarle eso a la memoria. Hoy. El próximo año la entrega será otra.
Fue imposible no recordar a Dolina en una entrevista con Ernesto Tenembaum en el programa Tierra de locos, emitido por Rock & Pop. “La cultura no es una cosa sujeta a comicio, es la ciencia, el arte y la filosofía de una comunidad. La cultura popular viene a ser lo mismo, ¿o es que resulta que hay un foro de menor exigencia llamado cultura popular? Hagamos este cálculo: la parte del pueblo más castigada, más pobre, por razones de injusticia no tiene los elementos para asimilar situaciones más complejas. Eso es algo espantoso que le ha pasado a la gente, pero disfrazar ese destino infausto para convertirlo en un paradigma de la sociedad es canallesco”, comentó entre bromas Dolina. Por esos días la discusión sobre qué es la cultura surgía como crítica a los formatos televisivos machistas que conducía Marcelo Tinelli. Hoy la discusión se centra en otras apreciaciones culturales. Se pone en estudio el respeto a las instituciones, los límites sociales de lo prohibido y lo debido.
No hace falta sentirnos alemanes para creer o confiar en que estamos haciendo las cosas bien en esta cuarentena. No hace falta ilusionarse con quedar atrapado en la burla sobre un estereotipo de argentino que se parece al surfer que irrumpe contra el cuidado de todos, ni hace falta protestar tanto porque Netflix no se puede usar con facilidad. Y el dólar que va a subir. Y el pago de los impuestos. Y los repatriados que no lo son más y piden volver cuando se fueron. Y el coronavirus que llega. Y la cultura que olvidamos está ahí, esperando que la adoptemos, que la respetemos. Seamos nosotros -me repito una y otra vez en mi mente-, seamos argentinos y, principalmente, propongamos y debatamos cómo ser más argentinos, porque la cuarentena la vamos a sobrepasar todos y todas juntas o habremos fracasado una vez más. Elijo pensar que vamos a salir con un triunfo, y espero con ansias que aunque sea en una mínima expresión, el salir sea un entrar a una nueva forma de estar con el otro, lo que inevitablemente empieza en uno mismo, en nuestra cultura.